(Por Jorge Boccanera,
Télam)
Personajes marginados de una normalidad sustentada en el "deber ser", pueblan los relatos del libro "Vidas de mentira", de Lilia Lardone, narradora cordobesa que construye universos cotidianos no exentos de trazo erótico y, por momentos, con una gestualidad marcada por la crudeza.
El libro, recién publicado en una cuidada edición del sello Babel, tiene una particularidad: cada cuento está acompañado por una crítica a cargo de Lidia Blanco, María Elena Legaz, Rogelio Demarchi, Federico Falco, María Teresa Andruetto, Carlos Schilling y Carlos Surgí.
Respecto a esta estructura, Lardone cuenta que en algún momento en las cátedras de la Facultad de Lenguas se inició un diálogo entre sus relatos y los textos críticos y, al momento de la edición, "Me pareció interesante pedir a colegas o críticos que escribieran una posible lectura de cada uno de los textos. Una especie de escritura/lectura en el mismo volumen".
Esta autora -que en su vasta obra aborda poesía, novela y literatura infanto-juvenil- añade que "la ficción no necesita sostén para mostrarse, pero el proceso de escritura se completa cuando el lector se apropia de la historia. Las miradas sobre un cuento pueden ser múltiples gracias a la polisemia de la obra literaria y me pareció refrescante dar los textos a gente que aprecio, para que los comentaran libremente".
Con una profusa obra en la que destacan títulos como "Puertas adentro", "Esa chica", "Papiros" y "Caballero negro", Lardone cita a aquellos autores a quienes, dice, siempre vuelve: "De Chéjov a Salinger, de Daniel Moyano a Liliana Heker, de Claire Keegan a Andrés Rivera; el rigor de sus construcciones me apasiona", sin olvidarse de las escritoras cordobesas María Teresa Andruetto y Estela Smania, quienes, dice: "Contribuyeron al desarrollo de mi propia escritura".
Respecto a que "Vidas de mentiras” remite a la aspereza de los “Cuentos crueles” de Abelardo Castillo, responde: "Me gusta mucho el Castillo de los ‘Cuentos Crueles’, la cuidadosa ingeniería de los textos, el despojamiento en el lenguaje y la intención de develar zonas oscuras, ocultas a ojos ingenuos. Como lectora, es lo que busco".
Sobre el cuento, como un género enaltecido en la Argentina a través de la obra de escritores como Cortázar, Borges, Orgambide, Costantini, Rozenmacher, entre muchos, y del auge del género en los ‘70, dice: "En esos años esa gran editorial, el Centro Editor de América Latina, dio a conocer la obra de muchos cuentistas. En sus colecciones y antologías había nombres que hoy forman el canon literario argentino".
Agrega que hoy han acercado "aire fresco" compilaciones de relatos de mujeres ("Una terraza propia"), policiales ("In fraganti"), cuentos "peronistas" ("Un grito de corazón"): "Recortes creativos que atraen la atención sobre el cuento. La diversidad de voces y su circulación me parece estimulante, por eso trabajé en el armado de la antología, ‘Es lo que hay’, con autores jóvenes de Córdoba".
Los personajes de "Vidas de mentiras" son marginados que hablan desde un afuera.
Para Lardone son "vidas en plural, que transcurren en distintos ámbitos reales y poseen una configuración interior en conflicto con la realidad. Se automarginan al urdir una particular visión de lo que ‘debiera ser’ su vida y esa visión no encuentra correlato en lo cotidiano".
Y completa la idea: "En cierta medida se mienten, interpretan equivocadamente los signos e indicios que los otros personajes, con los que comparten el espacio, les ofrecen".
El cuento titulado "La señal" está atravesado por el erotismo, una marca quizá poco frecuente en la literatura argentina.
Al respecto sostiene la narradora: "Tal vez sí es poco frecuente, ¿será porque el erotismo acarrea grandes riesgos? Aprender a moverse en el borde exacto, no transgredir ciertos límites imprecisos pero palpables, jugar con la ambigüedad tanto como el peso de las palabras lo permita. Un paso en falso y se cae en el grotesco. Y me parece que los escritores le tememos al grotesco".
Uno de los críticos del libro, Demarchi, señala que Lardone encontró en el valor de la voz el principio para organizar su narrativa; algo que evidenciaba su novela "Esa chica".
Ahora dice: "El trabajo con las voces es lo que más me interesa al momento de escribir. Preguntarme desde dónde se va a contar una historia y encontrar la respuesta es, creo, el mayor desafío".
"Me gusta experimentar con registros dispares -añade la autora-, meterme en la piel de los personajes y desarrollar tonos, cadencias, ritmos. Porque implica un compromiso con la índole de quien habla: no es lo mismo el soliloquio de una mujer a punto de morir, como en ‘Esa chica’, que en "Albornoz, ese hombre encerrado en un ascensor".
En tanto, el cuento "Apuntes para un documental", remite a las búsquedas de Lardone: "En ese relato quería mostrar en colisión dos mundos: el de las fotos y el pueblo en la ‘edad dorada’, teñido de un sepia nostálgico, bajo el ojo crítico de una profesional un tanto de vuelta de todo, que trata de capturar restos de un pasado perdido sin remedio. Para eso necesitaba la colisión en el plano del lenguaje".
La narradora cordobesa concluye afirmando que no esta preocupada "por la innovación en sí, sino como una necesidad de adecuar la herramienta palabra a lo que deseo contar".
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