Escribe: El Peregrino Impertinente
En estos tiempos de vacas flacas (bueno, la verdad es que no sé si alguna vez las hubieron gordas) cualquier método para ahorrarse unos pesos es bienvenido. También a la hora de viajar, claro.
En tal sentido, dormir en los aeropuertos resulta una opción de lo más recomendable. Son lugares limpios, seguros, con todos los servicios y comodidades. Tras el vuelo, o antes de él, la oportunidad se presenta próspera ¿Por qué no aprovechar la volteada, gambetear el hotel y sus tarifas sólo accesibles a políticos, CEOS de multinacionales y obreros de la industria láctea, y despatarrarse en algún cómodo y acolchonado banco a la espera de las ovejitas? Aparte del ahorro, la experiencia viene con algo de aventura, y el dulce sabor que da romper con los esquemas.
Pero claro, que una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Ya tuvo que salir algún grupo de adictos al merteolate con coca a crear una página de Internet (bastante bien desarrollada por cierto) especialmente dedicada a la temática. www.sleepinginairports.net, se llama (en inglés, algo así como “dormir en los aeropuertos”). Allí, uno puede encontrar información sobre las posibilidades de pernoctar en las distintas terminales del mundo, con los pro y contra de cada una a la hora del noni. Incluso, los muy alérgicos a la productividad se han tomado el tiempo de hacer un ranking: los 10 mejores aeropuertos para dormir, y también los 10 peores. En la primera lista, destacan aeropuertos como el de Singapur (número uno indiscutido), Seúl o Amsterdam. En la segunda, gigantes como el de París, Moscú o Los Angeles. “Muy pocos asientos, mejor tirarse en el piso”, dicen sobre este último. Unos verdaderos terroristas de la industria turística.
“Esto es un atentado contra los hoteleros”, pensarán los del Sheraton. “Ingeniosa forma de burlar al capital”, dirán los más anárquicos. “Yo no entendí bien el tema”, esgrimirá algún despistado. Cada cual con su librito. Todo sea por hablar de viajes.
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