Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO
Málaga está más cerca de Sudamérica que de Europa. Los mapas desmienten la frase. Pero el paseo por la ciudad lo respalda. Y es que a la capital de la provincia homónima le sobran los rasgos latinos: mucho movimiento, ambiente desestructurado, calidez en el clima y habitantes siempre dispuestos a la risa (o al “cachondeo”, como dicen ellos). El escenario, viene también dotado de una porción de edificios históricos de sobradas virtudes. Buena mixtura para contemplar, sentir y disfrutar.
Ubicada bien al sur de España, la segunda mayor urbe de Andalucía es permanentemente solicitada por el viajero. El aterrizaje de vecinos de toda Europa (muchos ingleses y alemanes) es constante. Con los años, también los de este lado del charco han accedido a los encantos locales. Sorprende ver la cantidad de argentinos que repasan las bondades malagueñas en su recorrido por el Viejo Continente. Playas como La Malagueta (a pocos pasos del centro) o las de los pueblos cercanos de Torremolinos o Benidorm, son las principales culpables del fenómeno. Con todo, el solo centro histórico tiene elementos de sobra como para justificar una visita.
En tal sentido, destaca la inmensa catedral, ubicada en el corazón del casco viejo. Monumental estructura renacentista, es considerada como una de las más bellas de Europa. Fue construida entre 1528 y 1782, y desde entonces es un emblema municipal. La misma está muy cerca de la calle Miguel de Larios, médula del área peatonal. Allí es donde se concentra buena parte del movimiento local. Gente yendo y viniendo a través de un bello paseo, de farolas y suelos con detalles en mármol. El alrededor está caracterizado por edificios tan añejos como cautivantes, entre callecitas que se pierden por los costados, multiplicidad de cafés, restaurantes, bares de tapas, y algunas iglesias que ayudan a enmarcar el cuadro, como la de Santo Cristo de la Salud o la Parroquia Santiago Apóstol. Es allí, en ese hábitat imperfecto, donde la idiosincrasia criolla florece. Charlas en vos bien alta, acento andaluzaso, carisma del pueblo de los rasgos gitanos. Por allí, perdida, aparece una guitarra, o un simple batir de palmas. Y las bromas y el buen humor más emparentado con tierras sudamericanas que con el hemisferio norte.
Pero claro, no sólo las coincidencias positivas trazan el parecido. Por caso, Málaga es una ciudad que en distintos sectores carece de la pulcritud y el cuidado de varias de sus parientas españolas. El sur, como siempre, queda último en el reparto de las riquezas que vienen de arriba. Historia sabida y masticada por los andaluces, habitantes de una de las regiones más pobres de la Europa occidental.
Al borde del mediterráneo
La caminata continúa por otra de las zonas álgidas de la metrópoli: el Paseo del Parque. Una avenida paralela al puerto y al Mar Mediterráneo, escoltada por jardines a ambos lados. Recorrerlo es saborear el verde. La arteria es hogar del edificio del Gobierno Civil, el Rectorado de la Universidad, el Ayuntamiento y el Jardín Pedro Luis Alonso. Detrás, el que brilla es el monte Gibralfaro, y sus principales huéspedes: la Alcazaba y el Castillo de Gibralfaro.
Estos fastuosos edificios explican buena parte de la historia malagueña. Antiguas fortificaciones nazaríes, simbolizan el pasado morisco de la región, y la influencia que la cultura árabe tuvo y tiene en el temple de Andalucía. El ascenso hasta la cima del cerro regala además fantásticas visuales de la urbe y otros de sus íconos, como la Plaza de la Constitución, el Teatro Romano, la Plaza de Toros (con ubicación privilegiada en la panorámica) y el Museo Picasso (donde se descubre vida y obra de Pablo, el pintor, sin dudas el hijo más famoso de Málaga).
Nuevamente contemplamos la ciudad. Sus riquezas, sus miserias. Su talante repleto de mixturas.
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