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6 de Septiembre de 2011
Opinión
La ley del aborto, otra conquista por la dignidad de las mujeres
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El tema ha pasado a la discusión franca y pública

Entre las múltiples funciones del Estado están el velar por la salud psicofísica, la alimentación, la vivienda, el trabajo, la educación, la seguridad, la familia, etcétera; es decir una mejor calidad de vida de los ciudadanos que representa.
La libertad está expresada en la Constitución y es parte de la democracia como pensamiento, expresión y elección de vida.
La libertad tal vez sea una de las cosas más maravillosas que tiene el hombre, es lo que dignifica la existencia y da sentido a la vida. Es como la salud, se la valora en toda su dimensión cuando se la pierde.
El poder de determinar por sí y para sí decisiones trascendentes y estrictamente personales, sin estar sujeto a ninguna presión, objeción o subordinación, es de un valor incalculable. Los pueblos que alcanzan esos objetivos, pueden considerarse privilegiados y orgullosos; los que vivimos en este país estamos transitando ese camino.
La Argentina en sus doscientos años de existencia como Nación pasó por largos períodos oscuros, donde la libertad, la explotación, la pobreza, la tortura, la cárcel, la muerte y los derechos humanos fueron ignorados y violados.
Hoy vivimos momentos históricos de transformaciones, cambios y decisiones políticas largamente esperadas, acompañadas por mayorías que nos hacen sentir orgullosos y protagonistas de un proyecto nacional por el cual tantos compañeros quedaron en el camino.
Está en el Congreso la Ley por el Aborto y es saludable y democrático que todos nos expresemos. De este tema por larguísimo tiempo no se hablaba o se hacía en silencio; la cultura impuesta por los medios dominantes era anacrónica, conventual y alejada de la realidad.
Hace cuarenta años, cuando comenzaba a ejercer mi profesión como médico neurólogo en la ciudad de Córdoba, en el Policlínico Ferroviario, tuve una paciente deficiente mental y epiléptica, soltera y con tres hijos de distintos padres, dos de ellos discapacitados. Por la deficiencia mental y crisis convulsivas, ella y sus hijos estaban a cargo de sus hermanas, sanas, pero de precaria condición económica.
Queda embarazada por cuarta vez, al no tener ningún tipo de autocontrol ni responsabilidad.
Sus hermanas, muy preocupadas, me solicitan disponer de realizarle un aborto y ligarle las trompas para una solución definitiva, ya que la enfermedad neurológica y mental era irreversible.
Estuve totalmente de acuerdo con ellas, elevando ese pedido con historia clínica y minuciosos estudios médicos, psicológicos y de asistencia social.
La respuesta del director fue que “eso no se puede realizar”.
Ese director pertenecía a las familias tradicionales de Córdoba, doble apellido conservador y muy clerical. Bueno sólo para ocupar cargos públicos, que se los repartían en esa cofradía, estando en primera fila en cada golpe militar.
Después de tantos años y con toda la experiencia de atender enfermos, dramas y tragedias, con un permanente compromiso social e ideológico, experimento la profunda satisfacción de que el aborto y toda su problemática sea tratada en el Congreso.
Aquí no se trata de obligar a ninguna mujer embarazada a interrumpir su embarazo, sino de que el aborto tenga un marco legal y que el Estado brinde la seguridad de la atención médica del hospital público.
El 40% de las muertes de mujeres jóvenes se debe a las consecuencias de abortos realizados en condiciones anormales, con falta de capacidad profesional, sin los medios adecuados y sin la asepsia y condiciones necesarias.
Las más afectadas son mujeres jóvenes, muchas adolescentes, de condición humilde, solas, desamparadas, sin que nadie las contenga o proteja. Es uno de los tantos rostros de la pobreza y falta de educación, asignatura pendiente que entre Estado y sociedad debemos resolver.
Es hipócrita y mentiroso el argumento de la Iglesia y de los sectores oligárquicos y conservadores que la acompañan, que se oponen a esta ley porque argumentan “defender la vida”.
La Iglesia y sus aliados nunca defendieron la vida. La historia, a su pesar, los desmiente.
Desde la demencial, cruel y sanguinaria Inquisición (nunca hecho un mea culpa), existiendo en Cartagena (Colombia) el Palacio de la Inquisición donde se exhiben los instrumentos de las torturas y muertes, una demostración de lo máximo del sadismo y perversión, pasando por el apoyo a todas las dictaduras latinoamericanas que explotaron y mataron sin contemplaciones, recordando el bombardeo a la población civil en Plaza de Mayo en 1955, con la aviación de la Marina, con la inscripción Cristo Vence, hasta llegar a los 30 mil desaparecidos.
Quedaron infinitos testimonios de la cooperación de la Iglesia con la última dictadura; por citar sólo un caso, recordemos los frecuentes encuentros y almuerzos del obispo Primatesta con el asesino general Menéndez, mientras que los familiares de los desaparecidos nunca eran recibidos en el Obispado de Córdoba. La lista sería interminable y los verdaderos curas, como el obispo Angelelli, fueron asesinados.
Los que amamos profundamente la Medicina, tenemos el deber irrenunciable de acompañar al que sufre, curando, calmando o consolando; por eso apoyamos a todas las mujeres en su dignidad y libertad de pensar, hacer o decidir sobre su vida.
La vigencia legal del aborto nos acerca a una sociedad más justa, igualitaria e inclusiva.
Es otra reivindicación de los derechos de la mujer, la legalización del aborto, así como fue en 1951 el voto femenino, largamente luchado por años por los socialistas y que Perón y Evita hicieron realidad.

Dr. José Argarate
Neurólogo
MP 8123 CE 2666

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