Escribe: Richard Kamienski

Es otra mañana brillante, serena y cálida en Alicante. Una ciudad esplendorosa, turística ciento por ciento, una postal en sí misma. Puerto, rambla, gente, bares, ruido de vacaciones permanentes, pieles tostadas del verano español, idiomas que se mezclan por doquier. Alicante es una capital con todo lo que tienen las capitales: muchos vehículos circulando (aunque, hay que decirlo, de manera ordenada), miles de motos (pero los que conducen, todos, van con cascos). Me llamó mucho la atención que pese a la cantidad de automóviles, no se escuche ni un bocinazo. Nada de violencia al volante; a nadie se le ocurre no respetar la reglas. Me dicen que aprendieron con las multas...Bueno, a golpes se hacen los hombres, ¿ no?
Es el mediodía alicantino, y con José María Saac -incondicional colaborador villamariense que reside por acá y que ya les presenté en envíos anteriores- buscamos a Juan Frúgoli, ex-jugador del equipo de Jockey Club, un apertura inteligente y fuerte de la década ‘70-’80, más conocido como "Carancho". Ex alumno del Manuel Belgrano, casado con Cristina Fonseca, con una hija que ya vivía en Alicante... “Nos vinimos por ella, hace nueve años. Pensábamos estar por dos o tres meses y aquí estamos...", dice Juan, con una sonrisa que le va de oreja a oreja
“Disfruto de mis nietos, y extraño la nieta que quedó en Villa María, que ya cumplió un año... Sí, se extraña... Pero aquí estamos bien. Yo ya estoy jubilado, ya que trabajé los últimos años en un lindo club de golf, los que sumados a los que trabajé en Villa María, me dieron los aportes para el retiro", comenta.
Cuando le pregunté a Juan (65) por el rugby, se le iluminaron los ojos: "Me dejó muchos, muchos amigos no sólo en el Jockey; también en el San Martín y los equipos de Córdoba... Un recuerdo imborrable, siempre presente".
“Carancho” nos sugiere un paseo por el puerto y de paso hacemos la nota para la tele en un marco sencillamente espectacular: vista al puerto, con sus enormes y lujosos yates, un galeón amarrado que es la visita obligada de cientos de turistas y lugareños. Charla va, charla viene, se hizo la hora de unas cañitas (pequeños vasos de cerveza) y unas tapas (platos fríos y calientes, como una picadita) a la orilla de una rambla magnífica.
Todo está muy cuidado, bien atendido. “Aquí el turismo es una industria de la que viven millones de personas", me dice mi interlocutor.
Y enseguida cambia de tema: “Che, Ricardo, qué buena idea que has tenido con estas entrevistas para EL DIARIO y el canal... Qué bueno que te han apoyado las empresas, el municipio y otras instituciones...Buenísimo. La verdad es que cuando me llamaste, medio no creía que vendría...".
Al rato nos dice que en el bar que teníamos enfrente, que se llama Penélope, trabaja el hijo del “Chochán” Carlos Alberto Almada, que vive en Madrid hace 23 años.
Cruzamos y, efectivamente, allí estaba Facundo Almada, que trabaja como encargado del mismo. "Mi viejo justo anda por Alicante. Recién me llama diciendo que no se vayan, que sabía que estaban por aquí". Al rato, la figura inconfundible del “Chochán” (simpático y mostrando sus grandes dientes, nos da unos fuertes abrazos y comenzó: "Decime, ‘Burbu’, ¿qué se te dio por hacer esto?... ¡Es una cosa de locos!" Le contesto que por eso mismo lo hago, y la risa ya no se fue más del lugar.
Pasamos un buen momento, acompañados por la típica cuestión cuando uno está lejos ("¿ y qué es de la vida detal o cuál?”, “¿Te acordás de...?" Más cervezas, más tapas, hasta que llegó la hora de la despedida. Ellos a seguir con la rutina. “Carancho” a buscar a Cristina, “Chochán” a seguir con su especialidad que, según me cuenta, es el cuidado de piscinas. Y me entrega una tarjeta que dice "El Dr. de las Piscinas", lo cual es motivo de una nueva y sonora carcajada. La guinda se fue por el line out, y la camioneta buscando un nuevo rumbo por esta tierra alicantina. Nosotros también tenemos que marchar, ahora hacia los caminos de Don Quijote...

En un lugar de La Mancha...

Les cuento que andar por Europa, en este caso por España buscando villamarienses, no es nada sencillo. Si bien viven muchos de nuestros coterráneos por aquí, están bastante desparramados por lugares distantes.Y cuando uno los encuentra, aparece una coincidencia generalizada: dicen que los han recibido de maravillas, que son muy respetados y tenidos en cuenta a la hora del trabajo.
Con este pequeño comentario que tenía apuntado en mi cuaderno, nos acercamos con José Sacc a los caminos de Don Quijote, el Hidalgo Caballero creado por Miguel de Cervantes. Hicimos muchos kilómetros hasta llegar a Villanueva de los Infantes, el lugar del que se dice que fue la fuente de inspitación de aquel enorme escritor. Por callecitas angostas y con mucha historia, vamos al encuentro de dos queridos amigos de Villa María.
Es que Héctor Morsila, entre nossotros el "Chino", está viviendo en estas tierras desde hace 34 años, de los cuales 30 de ellos los trabajó en la Cancillería española, que lo tuvo destinado muchos años en Austria, lo que le ha permitido acceder a su merecida jubilación. Hoy el “Chino" vive su retiro muy feliz junto a los suyos, disfrutando de una hermosa casa en medio de esta ciudad de cuentos.
Pablo Guillermo González, arquitecto, se encuentra por su parte en plena labor de desarrollo de proyectos, mensuras, planos y todos los etcéteras de una profesión para la que se graduó en Buenos Aires en el 1981. Es el compañero diario del "Chino". Digo yo que son como hermanos, y ambos nos estaban esperando en la plaza del pueblo.
Luego de los saludos y abrazos del reencuentro, nos llevaron por los caminos de la historia hasta una vieja capilla en los altos del lugar. Hay unas vistas incomparables, que nos llevan a la nostalgia; es como si pretendiéramos ver desde acá la cúpula de la Catedral de Villa María; es la vieja emoción que siempre nos invade. El sentimentalismo hace su trabajo mansa y cálidamente.
Pablo, el “Negro", recibe una llamada y nos dice: "Dice Silvia que si nos demoramos , se pasa la comida". Silvia Beatriz Coppari, su esposa y compañera, villamariense del barrio General Paz, esperaba en una hermosa casa construida por Pablo, y junto a su hijo Ramiro (de 23, estudiante de Filosofía), nos sentamos a la mesa a disfrutar de un largo rato de charla y melancolía.
Allí, Pablo recuerda que a la primaria la hizo en el Bianco y a la secundaria en el Rivadavia. “En ambos lugares tengo mi corazón", asegura.
Le pregunto cómo ha sido su adaptación al cambio de país y me contesta: “A juzgar por cómo estamos, me parece que muy bien... pero claro, siempre acompaño con buena música argentina, ya que me traje el bombo legüero, la guitarra, y con un buen asado, empanadas... En fin, no es fácil, pero la vamos llevando. Ayudan los viajes a Villa María, que hacemos todos los que podemos, porque lo necesitamos y porque los afectos, las familias y los amigos así lo exigen".
Una sobremesa larga, amena, distendida llegaba al final, junto a la caída del sol de La Mancha, la mítica tierra del Quijote de La Mancha.
La seguimos en breve, desde Barcelona, con villamarienses como Diego Olmedo y Caco Piñeiro, entre otros. Un gran abrazo.