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11 de Septiembre de 2011
11- S “Guerra contra el terrorismo”
La peor decisión
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Escribe: Iván Gajardo Millas

La “Guerra contra el terrorismo” lanzada por George W. Bush tras los ataques del 11-S, consolidó el papel de Estados Unidos como potencia única pero tuvo importantes costos en Medio Oriente, donde amplió la brecha con Occidente y consagró varias dictaduras.
Esta ofensiva internacional que dificultó las relaciones de Washington con países de todo el mundo -incluidos varios aliados europeos- no constituyó un éxito si se toma como indicador la llamada “amenaza del terrorismo”, que en la actualidad no es ostensiblemente menor que cuando fue emprendida hace una década, ni siquiera ahora tras la muerte de Osama Bin Laden.
En esa línea argumentativa se encuadran numerosos analistas, entre ellos Islam Qasem, profesor del Centro de Estudios de La Haya y docente adjunto en el Instituto de Ciencia Política en la Universidad de Leiden, Holanda.
Para Qasem, la movida de Bush fue, desde la óptica de la situación en Medio Oriente, “la peor decisión en política exterior norteamericana” tras el 11-S.
El prestigioso analista consideró que la campaña militar “precipitó el antiamericanismo” en el mundo musulmán e implicó un mayor apoyo a militantes y movimientos islamistas en el mundo árabe.
En efecto, a los ojos de la mayoría de los musulmanes la “Guerra contra el terrorismo” no es más que una guerra encubierta contra el Islam y, en consecuencia, uno de sus principales impactos fue consolidar el rechazo de los musulmanes hacia Occidente.
Sobre este punto es importante constatar que muy pocos musulmanes comparten la ideología de Al Qaeda.
En rigor, Al Qaeda no es una organización islamista, pues rechaza uno de los presupuestos ideológicos fundamentales de los islamistas: la participación en el juego político en desmedro de la acción militar directa.
En esta perspectiva, el error fue buscar las señas del terrorismo en los textos sagrados de todos los musulmanes, un error del que la extrema derecha global se aprovechó para lograr estigmatizar a las minorías musulmanas en Occidente.
Para el investigador Mourad Zarrouk, profesor de Relaciones Internacionales y Sociología del Mundo árabe-islámico en la Universidad Autónoma de Madrid, este error contribuyó, además, a delinear una definición imprecisa del “enemigo”, una imprecisión que fue central en el desarrollo ulterior del conflicto.
Además, “el comportamiento agresivo y la respuesta desproporcionada” lanzada por el Pentágono contra el pueblo afgano en el año 2001, como represalia por los ataques 11-S, contribuyeron notablemente a fortalecer la brecha y la antinomia entre Occidente y Oriente, según opinó el investigador.
Esto, con el agravante de que tras el cambio de régimen político y la huida en desbandada de la plana mayor de Al Qaeda, la administración estadounidense siguió con sus planes y pasó a invadir Iraq, que también pagó muy caro el “comportamiento criminal” -según califica Zarrouk- de los soldados estadounidenses.
“Hoy, Iraq es un país tomado por el sectarismo. El cambio no acarreó la democratización del país que ahora tiene comunidades confesionales disgregadas (sunitas contra chiitas, que colaboran con Irán, Siria y Hezbollah) en un mosaico completamente disgregado que necesitará mucho tiempo para volver a la normalidad”, sentenció Zarrouk.
Otro efecto de esta “Guerra contra el terrorismo” fue la consagración de las dictaduras árabes (entre ellas Siria y Egipto) que recuperaron la utilidad que tenían para Washington durante la época bipolar, rol que habían perdido tras la caída del Muro de Berlín.
La ofensiva internacional contra el terror lanzada por Bush hizo que estos regímenes cobraran abruptamente una gran importancia a nivel regional e internacional por su rol colaboracionista.
Esa colaboración y la implementación de “zonas libres de Derechos Humanos”, paradójicamente, permitió a estos regímenes blindarse contra las críticas internas y externas por las características autocráticas de sus gobiernos.
Este aspecto contribuyó ostensiblemente también al “antiamericanismo”, que es otro efecto de la guerra del terror y que necesitará muchos años para neutralizarse, en opinión de Zarrouk.
Por eso, 10 años después de iniciada, la guerra resultó ser un arma de doble filo cuyo balance geopolítico, en términos de cristalizar la paz en Medio Oriente, en relación a los derechos Humanos, en el ámbito de las libertades personales y en torno a un posible acercamiento entre Oriente y Occidente, no resultó en absoluto exitoso.

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