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Dos motociclistas, sin luz ni cascos, se accidentaron el viernes. |
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Escribe:
Leonardo Peplo
Estoy conmovido por la muerte de personas jóvenes en tan drásticas circunstancias. No me puedo imaginar el dolor que sienten esos padres que han perdido a sus hijos. Mi intención con esta carta es participar del debate y no juzgar.
Los accidentes de tránsito de los últimos días exigen que todos reflexionemos. Me parece que un accidente se produce por muchas causas, pero hay que tener en cuenta el aspecto cultural.
¿Por qué nadie señala lo obvio? Los hombres chocan más que las mujeres porque están socializados en la cultura de la agresividad.
Tener una moto o un auto es un símbolo de poder. La velocidad es una demostración de virilidad.
Todos sabemos muy bien lo que se dice cuando alguien tiene miedo de manejar. Vivimos en una cultura que glorifica los vehículos, la masculinidad, el riesgo, la imprudencia, el transgredir las normas de tránsito.
Creo que sería importante conocer la obra de la filósofa Roxana Kreimer. Su libro “La tiranía del automóvil” es el resultado de más de diez años de investigación en torno a este tema y se propone demostrar por qué el automóvil representa mucho más que un medio de transporte.
Según la Organización Mundial de la Salud, en todo el mundo cada año mueren 1.200.000 personas en accidentes de tránsito. Los heridos triplican esta cifra, que en menos de veinte años, se duplicará.
Para Kreimer el automóvil adquiere una serie de representaciones simbólicas que se han arraigado poderosamente de un siglo a esta parte, especialmente identificadas con la figura masculina, con su vigor, con su potencia. Hay una identificación con la sexualidad masculina.
La dimensión simbólica fue un trabajo de construcción muy eficaz y logró asimilar la velocidad con la potencia.
El auto es una suerte de hogar ambulante. De hecho, como el automóvil ha sido tan identificado con lo masculino, hay muchos relatos que revelan hasta qué punto, para el varón, el automóvil es incluso más que su propio hogar. Es aquel reducto en donde puede tener un dominio absoluto y con el que puede fugarse hacia donde lo desee.
El automóvil genera problemas no previstos ni resueltos todavía. Por ejemplo, el espacio público se degradó, porque se ha convertido en un espacio de y para los autos. La ciudad antes era un lugar mucho más habitable para el peatón.
Todos somos peatones, pero no todos somos automovilistas. Nuestras ciudades están al servicio del automóvil; se han convertido en un pasadizo de vehículos y estacionamientos.
En muchos lugares, el automóvil disolvió la ciudad por completo. Y cómo éstas se convirtieron en lugares inhabitables, la gente quiere ir a vivir fuera de ellas, lo cual produce la paradoja de que el automóvil amplía las distancias. Porque, en tanto existe el automóvil, se supone que uno puede trabajar lejos y desplazarse durante mucho tiempo.
La gente suele creer que hay accidentes porque se maneja mal. No se sabe que aun en los países en donde se respetan las señales de tránsito, que es el caso de Alemania o Japón, hay miles y miles de muertos por año. Por eso proponen -y ya la Unión Europea está en esto- una reducción gradual del parque automotor y que se suspendan facilidades para la construcción de rutas y la fabricación de autos.
Es cierto que la fabricación de autos aparece como un signo central de la salud de la economía.
Pareciera que si se venden menos autos, la economía desciende. Pero es una idea muy reduccionista de lo que implica una economía sana.
El resultado llamado "accidental" es intrínseco al funcionamiento del transporte automotor, porque el automóvil se fabrica en base a un arquetipo de sujeto moderno que nunca se distrae y que goza plenamente, en todo momento, de todas sus facultades. Y tal individuo no existe. Las personas se distraen, a veces beben un vaso de alcohol, no tienen una racionalidad del ciento por ciento todo el tiempo.
De modo que el automóvil fue construido al servicio de un ser que no existe.
Las peores aniquilaciones son aquellas que aún no han sido identificadas. Y ésta es una de ellas.
Han muerto, en el Siglo XX, más personas por accidente de auto que en muchísimas guerras.
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