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La obra fue recreada por El Cuenco de Córdoba |
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Al principio, la puesta teatral "Por accidente, los cerdos tendrán su parte" asume la estructura reconocible de la novela “Misery” de Stephen King que años más tarde se llevaría a la gran pantalla, interpretada por Kathy Bates (ganadora del Oscar por semejante papel) y James Caan, en la piel del afamado escritor Paul Sheldon.
Pero mientras la trama se desarrolla, los detalles comienzan a tomar distancia del texto original hasta que el espectador se encuentra ante una versión libre y bastante ocurrente, elucubrada por el director Rodrigo Cuesta junto a los alumnos de Licenciatura en Teatro de la UNC.
Sumado al “sabor” costumbrista y cordobés de la pieza (con la Virgen Desatanudos en la mesita de luz y los giros del lenguaje coloquial), se registra un giro insospechado en el tramo final donde se añade un tercer y original personaje, rompiendo con el motivo principal: el encierro de un autor de novelas románticas por parte de su desequilibrada fan número uno, quien le obliga a escribir el regreso de su personaje preferido.
Naty Díaz, en el exigente y complejo rol de Anita, personifica a la lectora-enfermera, que cuida y hostiga a su supuesto ídolo (Santiago Demo), postrado en la cama tras sufrir un accidente de auto. Anita es ella y también la encarnación del cerdo que cuida en su granja, llamada Misery, como el personaje de la novela. Esa cuota de asco y anti-belleza suma tensión latente en una obra que se permite pasajes dramáticos y citas de humor absurdo.
Por último, el villamariense Ignacio Tamagno -de implacable actuación- es quien aparece en el desenlace para dar vueltas el argumento: él es hermano de Anita, y el ideólogo de una trampa maléfica para el escritor, motivado por un huracán de ira y envidia. Sheldon le arrebató años atrás la posibilidad de trascender como escritor y ahora lo paga con su propia vida. Con reminiscencias explícitas al filme “Cerdos y diamantes” de Guy Ritchie, Tamagno danza en ritmo funk, con aires de sarcasmo, antes de trozar a Sheldon con un hacha y arrojarlo al marrano. Anita, enamorada finalmente de su paciente, tomará el arma mortal y hará lo propio con su hermano siniestro.
Todo queda reducido entonces a alimento nauseabundo de chiquero. ¿Metáfora voluntaria o involuntaria sobre la fama y la vanidad del escritor como picadora de carne humana?
Juan Ramón Seia
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