Escribe: El Peregrino Impertinente
De cualquier cosa se puede hacer un atractivo turístico. Incluso de una cárcel. Con decenas de miles de visitantes al año, Alcatraz no se cansa de demostrarlo. A pesar de su fama de inexpugnable, la que en teoría fuera la prisión más segura de la historia cerró en 1963. Desde entonces, es uno de los puntos predilectos de quienes ponen pie en San Francisco. Pero no del San Francisco de Departamento San Justo, provincia de Córdoba, República Argentina, sino del de California, Condado de Greiscol, Estados Unidos de América.
Cada día, turistas que llegan de todas las partes del globo se dirigen a la isla de Alcatraz para indagar en los secretos del célebre penal, el mismo que alojó a criminales de la talla de Al “Cara Cortada” Capone, George “Metralleta” Kelly o Alvin “y Las Ardillas” Kalpin, entre otros.
Pero quien sin dudas dejó una marca aun más profunda que los arriba citados, fue Frank Morris. Personaje al que, a pesar de su conocida adicción al cigarrillo, nadie se atrevió a apodarle “Philip”. Fue Morris quién lideró una espectacular huida del correccional, junto a dos cómplices. Hasta el día de hoy, no se sabe si el trío de reclusos pudo sobrevivir a las heladas y peligrosas aguas de la bahía para completar el plan con éxito. El misterio, en todo caso, sirvió para crear leyenda.
Aquel suceso quedó plasmado en la película “Escape de Alcatraz”. Un film que en nada se parece a “Escape de acá atrás”, centrado en la historia de un tipo que huye de las garras de su mujer para internarse en el bar que da al patio de la casa. Esta súper producción hollywodense (la de Alcatraz, digo) fue protagonizada por Clint Eastwood y recaudó millones de dólares en taquilla. Los administradores del actual complejo turístico, todavía le agradecen al gran Clint por los favores recibidos.
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