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27 de Septiembre de 2011
Crónicas, mitos y leyendas - Acerca de un sueño y una obra que se tomaron su tiempo en madurar
Del paraíso de papel al Balneario Municipal
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1940: dos décadas después, en este solar se construiría el Balneario Municipal

¿Por qué razón se desea
siempre lo que uno no tiene?
se encapricha como un nene
por conseguir lo que sea.
Fue así que gobiernos varios
inconformes con lo que había
río, monte, tren y tranvía.
quisieron tener balneario
pa' que anduvieran en lancha
los que hacían la pata ancha.

Más no fue labor sencilla
hacer real la esperanza
de tal muestra de pujanza
que fue el lago en la Villa.
La soñó primero Seydell
pero no la logró concretar,
y la posta fue a parar
a manos del "Turco" Deiver.
Veinte años más pasaron
hasta que lo inauguraron.

Fue el desvelo de varios gobiernos municipales, teniendo en cuenta la importancia de las aguas del Ctalamochita en la vida de los villamarienses; tanto por los desbordes del río que tuvieron a maltraer a la población, como por la posibilidad recreativa, paisajista y de mejoras en cuanto a la calidad de vida que potencialmente ofrecía el curso fluvial.
Ya en 1939 el intendente Emilio Seydell, en días preelectorales anunció el ambicioso proyecto del “Parque Sud”, que hizo soñar a más de un incrédulo villamariense. En su edición especial de la Navidad de ese año, el periódico local Heraldo publicaba un artículo en que se detallaba la iniciativa.
“El balneario será una obra de maciza pujanza”, titulaba la publicación y dos subtítulos adelantaban el comentario sobre el paradisíaco proyecto: “Efluvios saludables para el cuerpo” y “Bellas perspectivas para el espíritu”.
La ciudad de impredecible futuro, que no estaba ajena a las noticias de los frentes bélicos que desangraban a Europa, contaría en pocos meses, según lo anunciado por las autoridades municipales, con el balneario abrazado por una playa que “tendrá más de un kilómetro de longitud, enarenada convenientemente. Penetrará con insensible declive en las aguas aquietadas. El parque enmarcará como un adorno a la playa de una extensión de casi siete hectáreas, poblada de jardines y de árboles que amortiguarán los vientos fuertes y brindarán sombra a la concurrencia”.
Tal vez los mismos obreros que ese año protagonizaron la huelga de la Fábrica de Pólvoras y Explosivos que estaban construyendo, admirarían el espectáculo: “(…) el río transformado en lago surcado por rezongonas lanchas, por lentos botes a remo y por veloces regatas; en la playa multitud de mujeres, niños y hombres exponiendo a los rayos solares la piel tostada y la policromía de trajes de baño; a la espalda, la vegetación del parque salpicada por los matices blancos, rojos y amarillos de las flores y cruzada y festoneada por espaciosas avenidas y enmarcando el ojo en largo vuelo, la lejana perspectiva del cielo azul confundiéndose con islotes solitarios, con las aguas tranquilas y con el verdor oliva de los árboles silvestres”.
No era nada despreciable el sueño que el intendente Seydell depositaba en los corazones villamarienses en sus últimos meses de gestión comunal. Se aproximaban las elecciones y Salomón Deiver ya era un polémico personaje acusado de demagogo por algunos y de incapaz por otros, pero que crecía raudamente al abrigo del calor popular.
El proyecto del Parque Sud, emanado de la Ordenanza número 659, del 25 de agosto de ese año, presagiaba que “...en el Tercero se copiarán los mediodías y los atardeceres soleados de las estaciones veraniegas marinas, con un clima más seco y más agradable”.
La armonía idílica del fastuoso espacio verde contrastaría, lógicamente, con la polvorienta miseria de la marginalidad profundizada por aquella primera década infame del Siglo XX. Pero esto suele tomarse como anecdótico ante obras monumentales que perduran más allá del paso fugaz de los hombres; aunque estos a veces prefieran un puñado de semillas a toneladas de cemento y las ciudades necesiten más del alma que del cuerpo como sustento del progreso.

Realizar, mejor
que prometer

El artículo del Heraldo transportaba al ciudadano lector a un paraje de ensueños: “La construcción del dique de la presa de embalse no tiene por única finalidad elevar el nivel de las aguas, sino también la instalación de turbinas para el suministro de energía eléctrica, destinada a la iluminación profusa de la plaza, del parque y de las avenidas. Trescientas columnas artísticas coronadas con focos de gran potencia alumbrarán a giorno en las noches estivales, haciendo del balneario el paseo favorito del habitante villamariense”.
La ciudad, que aún recordaba con emoción el paso de Gardel dos años antes de su muerte, sería la envidia nacional por su belleza; producto de la imaginación y el talento de los hombres de gobierno.
Pero nada de eso ocurrió. Emilio Seydell finalizó su mandato el 1 de mayo de 1940. Un ex lustrabotas, canillita y fotógrafo ambulante, luego devenido en periodista, era el nuevo intendente. Su nombre despertaba pasiones: Salomón Deiver.
El Balneario Municipal fue inaugurado veinticuatro años después, lejos del ambicioso proyecto original. Se perdía en el tiempo la impresión de una ciudad con estaciones veraniegas marinas, el parque de árboles y flores cruzado por anchas avenidas, las turbinas y las trescientas columnas artísticas; porque, como dijera el francés Descartes “no hay que desear más de lo que se puede alcanzar”, y según la opinión de un argentino “mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.
Recién en 1963 las aguas del río fueron embalsadas de manera más o menos permanente con la construcción definitiva del balneario y su sistema de contención. Luego de largos años de trabajo, durante los cuales hubo que soportar contratiempos que obligaron a numerosas paralizaciones de la obra y pérdidas de tramos ya realizados a causa de las crecientes del río o deficiencias técnicas y de materiales inadecuados, el Balneario Municipal quedó formalmente inaugurado el domingo 22 de setiembre de 1963 en un acto celebrado en horas de la mañana. Ya con su actual fisonomía, quedaba habilitado para el regocijo de las familias que encontraron junto a la costa del río un nuevo espacio para disfrutar de la vida al aire libre.
La inauguración tuvo lugar en la marco de la programación organizada con motivo de un nuevo aniversario de la fundación de Villa María que incluía una seguidilla de presentaciones de obras, actos culturales, eventos sociales y deportivos, difundidos con amplia publicidad oficial en los medios de comunicación gráfica de la ciudad, dado que Alfredo Vijande dejaría su cargo al frente del municipio el día 12 del mes siguiente.
El acontecimiento excluyente de aquellos festejos fue la inauguración del balneario. El día anterior, un desfile de embarcaciones había recorrido las calles de la ciudad promocionando la carrera de lanchas que con motivo de la inauguración se realizaría en el espejo de agua.
A las 15 de ese domingo una multitud se convocó en las márgenes del lago para presenciar la competición náutica, en el marco de la que también se presentaron veleros. Hubo, además, exhibición de aeromodelismo y micromodelos de lanchas y aviones manejados por radiocontrol. Los festejos siguieron al llegar la noche con el lanzamiento de fuegos artificiales y demostración de destreza en el agua por parte de los Bomberos Voluntarios.

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