Fácil es comunicarse
por Twitter o celular,
si uno necesita hablar
sólo debe conectarse,
existe skape e Internet
y mensajitos de texto
pa' decirse esto y esto
todo el mundo está en la red;
Mas hoy les traigo a cuento
al padre de los inventos.

Y fue aquí, en la ciudad esta,
adonde al "Gringo" Voglino
de repente se le vino
brillante idea a la testa;
y trabajó diligente
hasta que logró inventar
un aparato pa' hablar
con extraños y parientes.
La historia en esto no es fiel
pues le ganó a Graham Bell
Fue uno de los pioneros que mayor aporte hizo a la Villa. A la hora de buscar a los hombres de la historia surge, entre otros excluyentes, el nombre de aquel inmigrante que llegó con su bagaje de ilusiones y no escatimó generosidad cuando los tiempos fundacionales lo requirieron.

Llegó de Italia con tantos sueños a cuestas, dispuesto a iniciar en Argentina una nueva vida. Su Patria natal ya no ofrecía posibilidades para una existencia digna y menos para quienes, como él, tenían inquietudes creativas. Por esas cosas del destino recaló en una aldea naciente perdida en la inmensidad de la llanura cordobesa, que apenas contaba con un puñado de habitantes. En Villa María, Alejandro Voglino comenzó a brindar su compromiso comunitario en pos de la prosperidad de la aldea que lo acogía.
Así fue como donó uno de sus terrenos, frente a la plaza del Este, para que se construyera el edificio que albergaría a la primera escuela. Años después, el hombre también impulsó la fundación de la Sociedad Italiana de Socorros Mutuos, en 1887, de la cual fue su primer presidente.
Voglino era un hombre con vuelo propio y su mayor desvelo eran los adelantos tecnológicos, fundamentalmente en el ámbito de las comunicaciones. En 1878, el italiano se desempeñaba como jefe de la sección argentina del telégrafo trasandino que, a través del alfabeto creado por Morse, unía a nuestro país con Chile. Fue entonces que decidió poner en práctica lo que venía estudiando minuciosamente desde hacía algún tiempo.

La voz que viaja

El 11 de abril de aquel año, ante la gran expectativa de los vecinos de Villa María, Alejandro Voglino trató, desde Córdoba, de entablar una comunicación telefónica con este pueblo utilizando los cables del telégrafo. Al ejercicio del primer intento de trasladar la voz humana asistió el gobernador de la provincia, Antonio del Viso y su ministro del Interior Miguel Juárez Celman. Pero el resultado de este ensayo no fue feliz, dadas las muchas interferencias que dispersaban las voces.
El inquieto Voglino no se dio por vencido y, según cuenta Bernardo Fernández en sus memorias, volvió a intentarlo pocos días después; pero en esta oportunidad desde Villa María hacia Córdoba. Los vecinos se arremolinaban en torno a la casa donde el italiano practicaba su novedoso ensayo. Algunos escépticos aseguraban que era sólo un delirio. Otros confiaban en lo que el experimentador aseveraba: era posible que la voz recorriera distancias a través de un hilo telegráfico; si lo hacía el sonido, ¿por qué no la voz humana?
Todo estaba preparado para el experimento y a la orden de Voglino, la esposa del vecino Segundo Gordillo interpretó un aria de la ópera Il Trovadore, de Verdi, que se escuchó perfectamente en el receptor instalado en la ciudad de Córdoba.
Así fue como el domingo 14 de abril de 1878, en el pueblo fundado por Manuel Anselmo Ocampo se produjo un hecho histórico poco conocido en el ámbito nacional: desde Villa María se había entablado la primera comunicación telefónica del país; aunque ya en Estados Unidos el mismo experimento había sido realizado en 1860 por el florentino Antonio Mucci, cuando en una demostración pública reprodujo a larga distancia también la voz de una cantante. Si bien en 1876 Alexander Graham Bell registró una patente que realmente no describe el teléfono pero lo refiere como tal, la invención fue adjudicada al italiano Mucci recién en 2002 por resolución del Congreso de Estados Unidos.
Alejandro Voglino instaló el primer servicio telefónico de la Villa, siendo los dos primeros domicilios comunicados por este medio el suyo con el de Bernardo Fernández, distantes a no más de doscientos metros el uno del otro.