Eran tiempos bien revueltos
aquellos días tempranos,
pronto se iban a las manos
y no faltaban los muertos
olía a pólvora el aire
y el verano a revolución
preste lector atención
a este cuento con donaire
que menta en prosa discreta
lo que hizo aquí un poeta

Hombre de gran convicción
Bruno Ceballos dio aval
a un caudillo radical
que inició la revolución.
Y como de esperarse era
en un pueblo ferroviario
la vías fueron escenario
de la cruda balacera
leales contra insurgentes,
armados hasta los dientes

El día 4 de febrero de 1905 estalló en Córdoba una revolución radical y Villa María fue epicentro de sucesos que tuvieron en vilo al país. La insurgencia encontró adherentes en el pueblo fundado por Ocampo, encabezados por el poeta Bruno Ceballos.
Al día siguiente de iniciado el levantamiento que se disponía a derrocar al Gobierno nacional, el subteniente rebelde Regino Lezcano arriba a la estación ferroviaria con sus tropas revolucionarias. Pero, desde el otro sentido de los rieles el general Lorenzo Vintter, leal al Gobierno, se acerca dispuesto a sofocar la rebelión. Era éste un experimentado general del Ejército Argentino que había comandado el último tramo de la guerra de exterminio contra los aborígenes durante la Conquista del Desierto, en remplazo del general Conrado Villegas y luego tendría activa participación en la “caza” de guaycurúes por las entrañas del Chaco.
Desde Ballesteros, Vintter solicita a Lezcano que se rinda y ante la negativa rebelde pone el tren en movimiento dispuesto a librar batalla. Al llegar a los montes de Cárcano, comienza la primera balacera desatada por los francotiradores insurgentes allí apostados; pero el tren sigue su marcha.
El 6 de febrero la revolución ya ha sido aplacada en el resto del país; pero persiste el foco en Villa María, localidad tomada por las tropas rebeldes. En horas de la tarde de aquel día lunes, el tren de los leales ingresa a la Villa y llega hasta la calle San Luís, donde se producen nuevas escaramuzas. Mientras tanto Lezcano, ya resignado, emprende la retirada rumbo a Córdoba y en su huida, para evitar la persecución, va levantando tramos de la vía. Así es como el general Lorenzo Vintter ingresa triunfante a la comarca ctalamochitana, donde todo vuelve a la normalidad.
El saldo del episodio revolucionario es el de unos pocos muertos y heridos; además de las detenciones de los villamarienses sublevados y aprehendidos en los días sucesivos, entre ellos Bruno Ceballos y los inefables hermanos Francisco y José Seco.

Mentira piadosa

El día previo a su ingreso para recuperar a Villa María de manos de los revolucionarios radicales, el general Vintter se comunicó telegráficamente desde Ballesteros con la estación ferroviaria del pueblo donde hacía pie la sublevación y solicitó que se le informara sobre el número de insurgentes apostados en la Villa. La respuesta fue terminante:

-Aquí hay cuatro mil rebeldes alzados en armas y dispuestos a dar batalla

.El general quedó perplejo por la gran cantidad de sublevados, pero igualmente se dispuso a recuperar la plaza. Desencadenados los acontecimientos que terminaron con el intento de los revolucionarios, cuya cantidad distaba mucho del número dado telegráficamente al general, Vintter se apersonó en la estación ferroviaria y exigió que en forma urgente se le señalara al responsable de aquella mentira.
Fue entonces que entre el gentío levantó la mano un hombre de menuda contextura física, morocho y de prolijos bigotes; tan negros como sus cabellos. Era Ceferino Roldán, telegrafista de la estación y adherente a la insurgencia; el mismo que en setiembre del año anterior había tenido la iniciativa, junto al también ferroviario Narciso Peña, de crear la primera biblioteca de la Villa.
Identificado el falseador de la información, el general Vintter se acercó con marciales pasos hasta el hombre señalado. Lo miró fijamente a los ojos como auscultando la perfidia y luego de unos segundos volvió sobre sus pisadas, se dirigió al subalterno inmediato y a toda voz le ordenó:

-¡Fusílelo!-

Un murmullo se levantó entre los vecinos que contemplaban la escena, aún exaltados por los episodios que habían tenido en vilo a todo el pueblo. El murmullo se convirtió en clamor y el clamor fue pedido de clemencia para Roldán; un hombre querido por todos. Mientras tanto, Lorenzo Vintter, irascible, miraba con sus ojos de hielo uno a uno a quienes conformaban la multitud que pedía perdón para el hombre que le podía haber malogrado su impecable carrera militar con tan sólo una mentira.
Entonces, el general tomó a Ceferino Roldán del transpirado cuello y sin dejar de mirarlo a los ojos ordenó:
-¡Qué marche preso!-

Mientras caía la tarde de aquel sofocante y agitado día de febrero, las fuerzas del orden se llevaron a Roldán ante el alivio de la muchedumbre.
Pero al poco tiempo, el astuto telegrafista quedó en libertad beneficiado por una amnistía.