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27 de Septiembre de 2011
De cómo dirimieron sus diferencias los vecinos de Villa María y Villa Nueva en tiempos en que no existía la mediación
La batalla sobre el puente Vélez Sarsfield
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Antes eran bien distintas
las costumbres y los usos
no se andaban con discursos
ni vueltas ni medias tintas.
Nunca había confusión
ni era torcido el Derecho,
al lío se le ponía el pecho,
no existía la Mediación.
Iban directo a los bifes
doctores y matarifes.

Así fue como la gente,
de esta y la otra orilla,
dio solución sencilla
a un problema sobre el puente.
y hablo del mismo puente
que está al lado del balneario
que fue el puente originario
y que hoy hacen nuevamente.
Tiene su historia el lugar,
que amerita recordar.

En los primeros años de la existencia de Villa María comenzó una rivalidad con la vecina Villa Nueva de la que hoy sólo queda lo anecdótico. Es que el tiempo se encargó de hermanar a las dos ciudades tendiendo puentes sociales, culturales y afectivos, por los que transita el futuro con su carga de sueños.
Pero hubo episodios que alimentaron un antagonismo que alcanzó ribetes de furia. Y uno de esos episodios se comentó por décadas. Tan bárbaro como pintoresco; tan anecdótico como histórico.

Dos bandos
en pugna

Así fue como aquella vez decidieron encontrarse en el puente Vélez Sarsfield dos bandos en pugna pero identificados, cada uno, con sus respectivos pueblos y dispuestos a un terrible desafío que ponía en juego el honor de las dos Villas.
Se trataba de un combate a golpes de puño, con reglas predeterminadas, árbitro designado y consecuencias impredecibles. La lucha sería hasta el fin; pero el fin sólo estaba trazado por la sangre. Es que veinte guapos de Villa Nueva desafiaban a otros tantos de Villa María a batirse en el puente, por una vaca con cuero "cargada" con dos bolsas de galletas y una bordalesa de vino.
La elección
de las armas

El desafío, escrito en un papel clavado en la entrada del puente, otorgaba a los de la oreja mojada, es decir a los villamarienses, la forma de entablar el combate y también las armas. La lucha a muerte podía darse a caballo o a pie, con cuchillos, a rebenque limpio o simplemente a puñetazos.
Los de este lado no arrugaron y redoblaron la apuesta. Les hicieron saber a los de la señorial comarca nacida en 1826 que estaban dispuestos a la pelea, pero que les alcanzaba con diez combatientes contra los veinte propuestos. Uno por dos, era la contraoferta. A mano desnuda, sobre las dos piernas y sin armas. Además, agregaban cien pesos extras a la vaca y a la bordalesa, que serían repartidos entre los que quedaran en pie.
Otra de las exigencias de los villamarienses, quienes recogieron el guante dispuestos a la entrega total, fue que los contrincantes se presentaran frescos el día de la batalla y que supieran nadar, pues preveían arrojarlos al río a fuerza de trompadas.
Y así fue.

Perfume de carnaval

La guerra pueblerina se libró el último domingo de Carnaval de 1904 y comenzó a las tres de la tarde.
El jefe político del entonces Departamento Tercero Abajo, José María Altamira, hizo de árbitro y el doctor Arsenio de La Colina, reconocido profesional del medio, fue el encargado de la asistencia de los heridos, que los hubo y muchos.
La pelea se pactó en enfrentamientos de cinco minutos, con tres de descanso. Por el lado de Villa Nueva esgrimieron sus puños los valientes liderados por “Siete Cabezas” y Salustiano Catriel, descendiente del célebre jefe indígena.
En la cabecera sur del puente los esperaban los comandados por los hermanos Juan y José Demaría.
Los villamarienses, eran tan buenos peleadores como bebedores y cuando no había con quien pelear se agarraban entre ellos por una damajuana de vino o por una bordalesa, si tenían con qué comprarla.
Y en lo que respecta a los del pago de Villa Nueva, se necesitaba al menos tres agentes para llevarlos presos cuando una tranca los enfurecía, según cuenta en sus memorias Cayetano Orioli.

Estrategias

Al momento de las acciones los Demaría dividieron sus huestes en dos grupos. Seis gladiadores irían al frente mientras otros cuatro permanecerían de reserva. El enemigo dispuso todas sus fuerzas en la primera embestida, pero los cinco primeros de la avanzada fueron a dar con sus humanidades al río. Las fuerzas se emparejaron numéricamente. Eran diez contra quince, dispuestos a romper todo hueso que se antepusiera a sus humanidades.
A los cinco primeros minutos de comenzada la pelea del puente se hizo el primer alto al fuego. El doctor Arsenio de La Colina revisó a los contrincantes, que registraban luxaciones múltiples, teniendo que dar de baja a uno de los villanovenses. El guerrero sangraba profusamente por la nariz con rotura de puente; mientras el puente se estremecía por la encarnizada lucha y el villamariense Juan Demaría tenía que desertar de la batalla con los nudillos de la mano derecha calados hasta los huesos.

La sangre llegó al río

En el segundo entrevero quedaban catorce contra nueve; pero Juan Demaría volvió al ruedo, esta vez dispuesto a la lucha cuerpo a cuerpo y así empezó a cargar villanovenses sobre sus hombros para arrojarlos sin miramientos al río, que ya se estremecía de remolinos bermellones.
La suerte estaba echada y había que vencer.
Al comenzar la tercera partida y luego de otra intervención del médico, quedaban nueve villeros contra siete villeros, como mutuamente se llamaban los gladiadores de los dos bandos. La cifra favorecía a los del pueblo joven.
La batalla devino en estrategias improvisadas. Los hombres se agrupaban, entrelazados por la espalda, y encaraban hacia sus oponentes utilizando todo recurso posible: con la cabeza, los dientes hacia las orejas, los pies hacia las canillas, todo era propicio a la hora de vencer y el que maltrecho quedaba era alzado en vilo y arrojado a la correntada del río, donde estampaba su humanidad contra las aguas.
Apta para
todo público

En aquella bochornosa tarde de febrero los vecinos de las dos Villas acudieron masivamente a las cabeceras del puente. La gran pelea era un hecho inaudito del que los comerciantes de entonces no podían estar ajenos. Y así fue que en un alto de la contienda se sumó otra apuesta a la pactada al inicio de las acciones.
La plata fuerte de los comerciantes de ambas orillas se hizo sentir.

Hagan sus apuestas

Por el lado de Villa María jugaron sus billetes “La Abundancia”, “Puerta del Sol” y “Torello Bucchioni”. Desde el otro extremo no fueron menos “Casa Villasuso”, el molino de “José Piattini” y la manufactura de tabacos de “Modesto Pérez”.
Los viejos rencores se dirimían en todos los niveles. Entre los pobres ensangrentados que motivados por la fuerza del inconsciente estaban dispuestos a matarse y entre los señores de paquetería que los alentaban blandiendo billetes. Y a los costados el pueblo enfervorizado.

De vida o muerte

Era el último encuentro. A vida o muerte. Sólo quedaban seis combatientes. Tres de cada lado. La última estocada sería de dos en dos. Los demás habían caído al río, donde dos bordalesas atadas hacían las veces de flotantes para recoger a los heridos.
Juan Demaría, con una oreja menos, masticada por alguno de los villanovenses, quiso dar por terminada la afrenta, pero el orgullo villero hizo que Salustiano Catriel, tal vez insuflado por su estirpe aborigen, no aceptara la resignación.
Y fue así que los dos líderes, en aquel ya atardecer de febrero, se trenzaran en una lucha corporal y personal sobre el puente construido en 1881. Se estaban por desgarrar hasta el último jirón de piel cuando el árbitro del combate, el jefe político José María Altamira, se interpuso entre ambos y dio por terminado el combate.
Los dos hombres escupían sangre hacia el río y se tambaleaban sobre el puente. Entonces, Altamira alzó el brazo de Juan Demaría declarando vencedor a los centauros villamarienses, ante la queja de los villanovenses, quienes no se resignaron a la derrota y alzaron sus voces de protesta. Sólo sus voces, ya que los puños y la bravura estaban caídos.

Un asado compartido

El aroma que exhalaba la vaquillona asada pudo más que las protestas de los supuestos derrotados; aunque algunos no pudieron saborear el trofeo que, en definitiva, fue compartido. Los dientes faltaron a la cita.
Todo quedó en un episodio anecdótico que se recordó por décadas. Un hecho que sintetiza la otrora disputa de dos pueblos con historia propia y diferencias lejanas.

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