Ocurrió el martes, a eso de las 2 de la tarde. Una mujer de unos 40 y pico de años, conduciendo un cuatriciclo de color azul, circulaba por las inmediaciones de Plaza Ocampo llevando a dos niños de no más de 11 ó 12 años sentados en los pasa ruedas traseros. Y no sólo eso: los tres iban sin casco y la patente del rodado brillaba por su ausencia.
Lo lamentable del asunto es que unos metros más adelante, cuando una médica que guiaba su vehículo particular le reprochó con un gesto su actitud irresponsable, la “motoquera” no tuvo mejor idea que soltar una andanada de insultos a viva voz (irreproducibles todos, por cierto), mientras los chiquilines se encargaban de realizar señas obscenas de las más variadas.
Después nos lamentamos por la seguidilla de muertes absurdas registradas en accidentes de tránsito, como sucedió en las últimas semanas.
Queda claro que pese al debate instalado en la sociedad a través de los medios y al profundo dolor que provocaron los decesos de varios jóvenes, seguimos sin aprender la lección.
Una pena.
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