Escribe: Jesús Chirino
Semanas atrás en una nota de este suplemento nombramos a Miguel Angel Cárcano como uno de los negociadores de aquel tristemente célebre pacto Roca-Rucinman por la venta de carne a Inglaterra, pero este hombre, hijo de Ramón J. Cárcano, tuvo otras misiones diplomáticas representando Argentina. Más allá de ser embajador en distintas naciones del mundo, firmó, en nombre del Gobierno argentino, la Carta de las Naciones Unidas, tema del que nos ocuparemos en otra nota. Miguel Angel nació el 18 de julio de 1889, falleció el 9 de mayo de 1978, estudió derecho en la Universidad de Córdoba. Entre sus ocupaciones puede mencionarse la de diplomático, político, ministro del Poder Ejecutivo Nacional, periodista e historiador. Escribió numerosos libros sobre diversas temáticas sociales, históricas y económicas. También debe señalarse que en 1913 recibió el Primer Premio Nacional de Letras. Entre todas las inquietudes intelectuales que cultivó, se ocupó también de la historia regional.
Ciudadano villamariense
Representante de una tradicional familia, conservadora en lo político, en el año 1958 publicó un libro titulado “La sexta república”, por el período político que se iniciaba entonces en el país. En esa obra incluye diferentes artículos y discursos políticos de la campaña electoral para las elecciones de julio de 1957. En sus hojas también está plasmado el texto de la conferencia que pronunciara en un teatro de la ciudad, con el auspicio de la Cámara Junior de Comercio, en oportunidad de festejarse la Semana de Villa María. Allí Miguel Angel Cárcano declara “Soy vecino de esta ciudad, desde el año 1889. Cinco generaciones que llevan mi nombre, han vivido a orillas del Río Tercero (actualmente denominada Ctalamochita)”. En primer término evoca la “vieja posta de Villa Nueva, episodios que ocurrieron a orillas del Río…” y en especial a “algunos personajes ilustres que visitaron estas regiones”.
Cárcano sostiene que ésta es “… una región rica en recuerdos históricos…” y también que “su historia hunde sus raíces en el Siglo XVI”, es decir a partir de la llegada del europeo a estos lares. Luego de ciertas consideraciones acerca de la ubicación geográfica y el venturoso porvenir que anuncia para las dos ciudades pasa a describir algunas de las figuras que supieron transitar por la zona.
“Por estas regiones han transitado los más ilustres conquistadores y los más prestigiosos hombres de la república. El capitán Francisco César, cuando partió de Sancti Spiritu, debió cruzar estas tierras en busca de la fabulosa ciudad, cuyas casas eran de plata y oro. El temible conquistador Nicolás Heredia, caballero principal y afable desciende con Rojas del Perú y costeando el Río Tercero llega hasta el Paraná. Pero sin duda, fue Don Jerónimo Luis de Cabrera, el fundador de Córdoba, el primer navegante de nuestro río. Refiere la crónica, que con la madera de sus bosques construyó un bergantín, al cual le puso una vela, metió parte de su gente en él y navegó hacia el Sur en busca del Río de la Plata. Desde entonces, el camino principal que unía a Buenos Aires con Lima, pasaba por tierras de Villa María. Una posta instalóse en Villa Nueva y los viajeros que llegaban de Saladillo y Fraile Muerto, vadeaban el Río Tercero por el Paso de Ferreira, el Paso del Ahogado o el Paso de la Herradura, nombres que todavía nos son familiares”.
La zona de Villa Nueva
Cárcano rescata la descripción que seis años antes de la existencia de Villa María, en 1861, Domingo Faustino Sarmiento hizo acerca de la zona. Basándose en los escritos del educador pasa a describir cómo era entonces la zona de Villa Nueva “estaba rodeada de extensos islotes de algarrobos, talas, espinillos, ñandubays, chañares y quebracho blanco, que la voracidad de los pobladores convirtieron rápidamente en postes y carbón, prefiriendo los beneficios inmediatos a una explotación más razonable. Los campos eran excelentes, con corrientes de aguas naturales que convergían al Río Tercero; arroyos como las Mojarras y el Algodón, lagunas como las de Ochoa y Vera, propicias para los criaderos de hacienda. En la costa crecían sauces gigantescos y sabrosos durazneros silvestres. El camino real era una huella apenas trazada entre el alto pajonal, el enmarañado bosque y las vizcacheras. El tránsito de las pesadas carretas y las lluvias lo convertían en fangoso lodazal, que obligaba a los viajeros a cambiar de rumbo. La caza era abundante de pájaros y animales silvestres, como el traicionero gato onza y la tímida corzuela”.
Mediante su relato nos sitúa en las condiciones de aislamiento que vivían los primeros habitantes de Villa Nueva, en una conflictiva relación con los pueblos primitivos, según Cárcano “el único vínculo que los unía con la vida civilizada era la llegada de la caravana de carretas o el súbito arribo del chasque del gobernador”.
Cuenta cómo pasaban por la posta los grupos de 14 a 20 carretas con “tres yuntas de bueyes y su hacienda de recambio, servida por peones a caballo que arriaban el ganado y su tropilla con sus voces habituales”. Con el ánimo de tener que enfrentar las crecidas estacionales de los ríos, las carretas iniciaban su camino desde Salta o Buenos Aires en los meses de abril o mayo. Aquellos carromatos tardaban noventa días en recorrer de un extremo a otro esa ruta. La posta de Villa Nueva era un alto en el camino, un descanso para los viajeros y los animales. Cada tanto el grito de la peonada azuzando los bueyes, junto al chirrido de los ejes de madera de las grandes ruedas, anunciaban que un grupo de carretas llegaba al lugar. Los gritos de los hombres, pocas mujeres viajaban en ese tiempo, se elevaban animando con mayor ahínco a los animales que debían redoblar sus fuerzas para cruzar el río. Cárcano describe las mercancías que habitualmente transportaban aquellas carretas: “Bajaban del norte cargadas de cueros, cerdas y grasa, ponchos, bayetas y frazadas, cinchas y monturas, fruta seca y objetos de plata labrada. Regresaban el sur con algodones de Inglaterra, sedas de Lyon y terciopelos de Génova; cuchillos, tijeras y cuñas de hierro, pólvora y armas, barriles de aguardiente y ñoques (sic) de yerba, los artículos más indispensables para la simple vida”. De esta manera el diplomático argentino, que se reconocía como villamariense, describió épocas lejanas cuando aún no había llegado el ferrocarril a estas tierras.
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