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La actual vida convulsionada de Ho Chi Minh en una postal céntrica |
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Escribe: "Pepo" Garay
Especial para EL DIARIO
Una moto, dos motos, tres motos. Un millón de motos. La postal vietnamita ya es sabida. La conocíamos antes de venir.
Pero una cosa es conocer con la información, y otra con los sentidos. Un interminable enjambre de bólidos a dos ruedas que zumban por todas partes, convirtiendo las calles en un auténtico desquicio. Al tráfico se le suma la multitud de peatones, el movimiento constante, la energía de una ciudad que vive a pura adrenalina. Estamos en Ho Chi Minh City, tal su nombre oficial, o Saigón, como todavía le llaman los locales. Usted llámela como quiera. Pero no se la pierda.
La capital económica del Vietnam moderno, también fue capital política de la denominada Vietnam del Sur. Eso fue durante la cruenta y tristemente célebre guerra que desgarró a este país ya mutilado en otras batallas, enfrentándolo con la potencia militar más grande de la historia, Estados Unidos. A 36 años de aquellos acontecimientos, Saigón se muestra más erguida que nunca. Motor regional, lleva en su frenesí callejero la marca de la corriente productiva. Edificios históricos se mezclan con rascacielos del mañana. Pasado y futuro de una metrópolis que no pasa desapercibida.
Latiendo al ritmo local
Ni bien comenzamos la caminata, advertimos la estructura de la urbe. Un compendio de amplias avenidas, regadas con buen verde y elegancia aplacando la furia de los costados. Nombres indecibles: Tran Hun Dao, Cach Mang Thang Tam, Nguyen Thi Minh Khai. Bulevares todos, donde modernos centros comerciales y edificios del Siglo XXI conviven con construcciones cuajadas por las décadas. Muchas de estas últimas sirven para alojar los típicos barcitos vietnamitas. Mesas y sillas diminutas sienten el aterrizar de ciudadanos que aplacan el hambre con platos basados en arroz y carne de pollo, vaca o cerdo, y sopa de fideos. Tumulto de gente devorando, hablando hasta por los codos y riendo mucho. Verdadera postal del sudeste asiático.
Luego del almuerzo, y de la visita al Mercado de Ben Thanh, el paseo continúa por Tran Hun Dao, columna vertebral del municipio. Es hora de ver el edificio del Ayuntamiento, precioso ejemplo de arquitectura francesa, al igual que la Catedral de Notre Dame, a pasos de allí. Siguiendo con esa línea impuesta durante la colonia, surgen también el Teatro de la Opera y el Edificio de Correos.
Además de las esbeltas fachadas de las obras nombradas, destaca la propagandística que las rodea. Como estado comunista (y aunque alterado en la mayoría de sus formas, comunista al fin), en Vietnam el proselitismo patriótico está a la orden del día. Multiplicidad de banderas y carteleras con mensaje promueven el amor a la Nación y al sistema. Ho Chi Minh, padre de la revolución y libertador del país, apoya la moción desde los cientos de estatuas e imágenes alegóricas que dominan Saigón.
Alrededor, la gente disfruta de la vida sin más. Mañana, tarde o noche, invade las calles, plazas y parques, irradiando de humanidad el entorno. Inseguridad cero, clima subtropical y el propio dinamismo popular, hacen que el espectáculo dure hasta altas horas de la madrugada.
La marca de la guerra
Claro que en un lugar con el pasado de Ho Chi Minh City, no todo puede ser pétalos de rosa. La ciudad está plagada de marcas que dejó el enfrentamiento con Estados Unidos. El Museo de los Crímenes de Guerra, es el que mejor condensa aquellas atrocidades que, justamente por su condición, no pueden quedar sin conocer.
Imágenes, elementos bélicos y datos claros y contundentes, nos dan una idea de la que fue una de las contiendas más brutales que recuerde el hombre. El Palacio de la Reunificación, otro imperdible, viene a sumar en aquella enseñanza.
Después, a seguir caminando. Pasear por las pagodas, los parques, y la ribera del río Saigón. Lo que es lo mismo, disfrutar de Ho Chi Minh City. Menuda experiencia.
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