Hay un antes y un después de Silvia Bleichmar no sólo en el psicoanálisis argentino sino en la vida de Amanda Cueto y de Cristina Hernando. Un antes y un después profesional y humano. Porque estas doctoras cordobesas no sólo fueron sus discípulas y condiscípulas, sino también sus amigas durante casi 20 años. Y fueron las encargadas, junto a un pequeño grupo de psicólogos, de hacer que Bleichmar tuviese un ida y vuelta permanente con la UNC, en cuyos claustros se formaron más de 600 alumnos con sus seminarios de posgrado.
Nacida en Bahía Blanca en 1944 y exiliada en México durante la dictadura, Silvia Bleichmar se doctoró en Psicoanálisis en la Universidad de París VII bajo la dirección de Jean Laplanche, quien fuera discípulo de Lacan. Dirigió para Unicef el Programa de Asistencia Psicológica a los niños afectados por el terremoto de México en 1985 y en 1994 al de las víctimas del atentado a la AMIA. En 2004, año de su muerte, asesoraba al Ministerio de Educación de la Nación en la prevención de violencia escolar y la elaboración de secuelas de padecimientos como el producido por el incendio de Cromagnón. Fue una de las profesionales que más trabajó por el crecimiento de la disciplina en función de una interpretación del malestar social, alcanzando una enorme repercusión con su libro “Dolor país”, un ensayo sobre las consecuencias devastadoras de la crisis de 2001 en la Argentina, donde desplegó una lúcida lectura psicoanalítica y sociológica de la historia reciente de la Nación. Allí remarcó la necesidad de que las subjetividades sean prioritarias a la hora de sacar los números del riesgo país. “¿Cómo se mide en índices aceptables la suba inexorable del dolor país?”, había escrito. Y luego, se preguntaba: “¿Por qué no emplear combinadamente las nuevas estadísticas de suicidio, accidente, infarto, muerte súbita, formas de violencia desgarrantes y desgarradas, venta de antidepresivos, incremento del alcoholismo, abandono de niños recién nacidos en basurales, deserción escolar, éxodo hacia lugares insospechados... para medir el sufrimiento a que somos condenados cotidianamente por la insolvencia no ya económica del país sino moral de sus clases dirigentes?”.
Dicen sus allegados que durante la escritura de ese libro, el contacto con el desastre social y las entrevistas a personas hundidas en la miseria afectaron seriamente su salud, que ya no pudo remontar.
Esta jornada nace el marco de un proyecto de investigación de la UNVM (“Etica y subjetividad”) coordinado por la doctora Mercedes Civarolo y la psicóloga Susana Amblard, con la idea de acercar las teorías de Bleichmar a los alumnos y docentes universitarios para pensar la concepción de la niñez.
“Antes, en el psicoanálisis se pensaba que la constitución de la ética se producía a partir de la concepción del súper yo, que se da en el niño entre los 6 y los 8 años, comenta Cristina Hernando. Pero Silvia va a decir que la cosa empieza mucho antes.”
¿El niño genera su sentimiento ético antes de los 5 años?
- “Según Silvia, sí. Y será la madre quien le dé al niño la primera posibilidad de refrenar sus reacciones. Hay niños que ven el pecho materno y se tiran de cabeza. Pero a partir de un momento, instituido por la madre, el niño espera, sonríe y recién después toma el pecho. Es decir que hay un intercambio. Luego vienen todas las renuncias que el chico tiene que ir haciendo de distintos modos de satisfacción.”
¿Cómo por ejemplo?
- “Dejar de babear, dejar de moquear o controlar el esfínter, que es una situación fundamental, ya que es una regulación cultural. A partir de las renuncias empiezan a aparecer los afectos fundantes, que Silvia retoma de Freud y que los retrabaja: el asco, el pudor y la vergüenza. Eso implicaría una humanización del chico que tiene que ver con el respeto a su semejante. Silvia remarca estas renuncias como los comienzos de la ética.”
Iván Wielikosielek
-Especial UNVM-
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