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El peregrino impertinente
Dios inventó el alcohol con un fin muy claro: que los terráqueos podamos emborracharnos a gusto y piacere. Claro que la sustancia también puede ser usada para otros menesteres, como desinfectar heridas o fabricar perfumes.
Así y todo yo he conocido gente que utiliza las fragancias más como bebida elitista que como esencia aromática: “Es cuestión de gustos. Algunos prefieren el Channel Nº 5, por su sabor afrancesado. Otros optan por los Carolina Herrera, de noble cuerpo y consistencia. Pero ojo, que las colonias Paco también pegan como trompada al ojo, ¿eh?”, me dijo una vez uno, abrazado al mostrador de la perfumería.
Con éstos u otros brebajes, el planeta entero disfruta de los encantos del alcohol. Los peruanos y chilenos le dan al pisco. Los escoceses toman whisky que da miedo. Los alemanes beben cerveza como si la hubieran descubierto hace un par de meses. Los dominicanos arrasan con las botellas de ron. Nosotros, los cordobeses, preferimos el fernet, también conocido como “Fernando Bladys”, “Que sean dos” o “El oro negro pipí cucú”.
Jóvenes mamaderas
Lo cierto es que, amén de los males que provoca, la tendencia etílica domina los espacios sociales. El fenómeno se potencia entre los púberes, quienes no se andan con chiquitas a la hora de empinar el codo.
En ese sentido, muchos jóvenes viajeros son unos “adelantados”. Los tipos van de hostel en hostel, mochila a la espalda, buscando cualquier excusa para descorchar una ginebra Llave y darse vuelta como una media. Conocer lugares, formas de vida o rituales culturales ya no resulta la única prioridad. Hoy por hoy, el estímulo para ellos pasa también por otro lado.
Ya parezco un viejo nostálgico con ese discurso de “en mi época era mejor”, pero es la verdad. Ahora los dejo porque no doy más. Esta resaca me está matando.
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