En el andar por el centro de Villa María, hay que procurarse el cuello empinado. La cabeza en alto, mirando más allá de la planta baja de los edificios. Al asumir el ejercicio, descubrimos un universo paralelo habitado por segundos pisos con años a la espalda, encanto de épocas distantes y un cierto aura de leyenda urbana.
Son muchas las construcciones que hablan desde las alturas, contándonos secretos que, distraídos en el trajín diario, pasamos por alto.
Ejemplo y emblema de ese grupo edilicio es el Gran Hotel Colón. Un emprendimiento que fue pionero en su tipo en la ciudad y que no ha hecho más que engrandecer su figura con el paso de las décadas. Está ubicado en San Martín al 141, entre Corrientes y Entre Ríos. Fácil resulta contagiarse de su impronta.
Sólo hay que mirar para arriba.
Toda una postal
de los tiempos
El inmueble data de 1914 y, según los propietarios, “conserva su estructura original”. El ciudadano se convence al contemplar la fachada. Un palacio de tres pisos plagado de detalles y decoraciones, que le añaden a lo monumental, pinceladas de elegancia.
Los mismos dueños aseguran que se trata de una obra de estilo modernista aunque la diversidad de rasgos la acerca más al eclecticismo, con influencias del neorenacentismo (sobre todo a partir de la presencia de hierro) y el neoclásico.
Destacan los aportes de esta última corriente. La simetría general, potenciada por el ritmo de los ventanales (que al igual que la puerta principal y demás aberturas son también originales), marca tal influencia.
Los balcones ocupan un espacio fundamental, con barandas que ayer fueran utilizadas como tendedero con vista a la principal arteria del centro villamariense.
El resto del paisaje lo protagoniza la austeridad, materializada, por ejemplo, en las molduras rectangulares de los muros (tan propias del neoclásico).
Otro aspecto digno de admirar es el coronamiento o parte superior del edificio, que sobresale por sus atavíos en tonos oscuros, como dinteles y molduras de exquisito diseño.
La frase “Gran Hotel Colón”, escrita en tamaño apenas visible, remata la visual con sutileza.
Por el interior
El otrora “Hotel Plaza” alberga un total de 145 camas, distribuidas en 22 habitaciones. Además de todos los cuartos necesarios para el funcionamiento de un negocio de este tipo, cuenta con un bar-confitería y cochera. Recámaras, espacios comunes y patio interno, todavía mantienen la mística de principios/mediados del Siglo XX.
A lo largo de su casi centenaria historia, ha visto pasar innumerable cantidad de viajeros. Los mismos que, desplazamiento tras desplazamiento, siguen escogiendo a Villa María y sus tesoros como parada obligatoria.
Ruta alternativa
Vamos a escalar el Everest
Escribe: El Peregrino Impertinente
Los viajes están llenos de aventuras. Pero ninguna como la de escalar el Monte Everest, el pico más alto del mundo. Colega de los cielos, está ubicado entre Nepal y China, capitaneando la cordillera del Himalaya. Un accidente montañoso tan magnífico y exuberante que el primer hombre en divisarlo exclamó “Ay, Malaya”, dando origen a la gauchesca. El término inspiraría luego otros vocablos del rubro, como “canejo”, “velay”, “ahijuna” o “Peteco Carabajal”.
El Everest tiene una altura de 8.848 metros y llegar a su cumbre no es, precisamente, de las cosas más sencillas que hay en la vida. Además de años de experiencia en montañismo, equipo profesional, resistencia al frío y unas ganas locas de complicarse la existencia, hace falta mucho dinero. El solo permiso oficial cuesta la friolera de 10 mil dólares. Para llevar a cabo el ascenso con una expedición (virtualmente imprescindible, en tanto uno no sea mitad humano, mitad cabra), se necesitan, como base, unos 65 mil de los verdes billetes. Siempre dependiendo de las condiciones climáticas, el ascenso demanda un promedio de 30 días. Por eso digo, que mejor un paseíto por el Cerro de la Cruz en Carlos Paz, nomás.
Aquella idea conformista nunca pasó por la mente de Sir Edmund Hillary, según los registros oficiales, el primer hombre en escalar la célebre cúspide. Oriundo de Nueva Zelanda, realizó la proeza en 1953, acompañado por el sherpa Tenzing Norgay. Claro que, como siempre, la gloria sólo recayó en el hombre blanco, dejando al local, muy negrito y achinado él, relegado de los laureles.
Expertos montañeses, los sherpas conocen los picos como nadie, por lo que su presencia en las expediciones es fundamental. Pero claro, a la hora del brindis, nunca salen en la foto. Su venganza viene a la bajada, cuando presentan la factura por los servicios prestados.
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