Escribe:
Jesús Chirino
La escena tiene lugar en un aula del colegio “José Bianco”, en horario nocturno, cuando allí funciona parte del Inescer.
Con sus ochenta y cinco años de edad el hombre, junto a su esposa, llega a la que fuera su escuela primaria. En algún momento se lo recordará como uno de los alumnos que inauguraron este edificio.
Los dos están impecables, orgullosos de sus vestimentas.
Luego de iniciar el diálogo él dirá que a ese hermoso traje que viste lo confeccionó con sus propias manos, y como al pasar deshilará una larga historia que fue tejiendo durante los sesenta y cinco años en que viene ejerciendo el oficio de sastre modelista.
Llegaron al aula para contar sus historias, parte de la de esta ciudad. Ella, que también sigue trabajando en la confección de ropa para completar los ingresos, se llama Telsa Lucatti. El, Dante Giudici. Los dos viven en barrio San Martín y fueron invitados por las alumnas de trabajo social Yanina Soledad Guevara y Jésica Santillán que están desarrollando un proyecto de investigación para averiguar más acerca de las relaciones que, como sociedad, mantenemos con los miembros de la denominada tercera edad.
@ La crisis del ‘30
Se encienden las luces, Sofía Ramazzotti prende la cámara filmadora y queda todo dispuesto para registrar los testimonios. Dante viaja hasta su infancia, nos dice que su padre era capataz en “la fábrica de mosaico de su primo Soldavini”. Fija domicilio a su niñez recordando que vivían “en un inquilinato de la calle San Martín, donde sólo había gente de trabajo. Mi madre lavaba ropa para familias”.
La generosa sonrisa baja de intensidad y cuenta “ahí nos agarró la crisis del ‘30, eso me acuerdo. Tengo algunos recuerdos, pero malos. No por la parte nuestra sino por lo que vi de chico, los vecinos en la ciudad. Había una familia ahí cerca de mi casa. Gauna, de apellido. El hombre trabajaba en la Policía, vigilaba todo el galpón de máquinas cuando entonces ponían los trenes de carga y quedaban todos los vagones ahí y venían los linyeras. Gauna era pesquisa pero vestido de civil. Sólo él trabajaba en la familia, calcule eran cuatro o cinco hijos y vivían pegado a casa, en la calle San Martín al 529. La señora iba a comprar cabezas de vaca, doña Elisa, en una carnicería que estaba en Tucumán y San Martín, de un señor Pietro que recuerdo le sacaba los sesos para venderlos aparte”.
Dante recuerda que en aquellos tiempos de crisis económica su madre también le mandaba a comprar carne a ese negocio. Pero sus recuerdos de infancia vuelven al almuerzo en la casa de los Gauna, a la cabeza de vaca que la señora hervía para hacer un sustentoso puchero, con un caldo al que le agregaba fideos que compraba, o le daban, en el almacén de la esquina. Giudici dice: “Los fideos que ahora vienen en paquete antes venían en barricas de madera. Entonces muchos se rompían y quedaba en el fondo un residuo de fideos de toda clase”. El almacenero los ponía en bolsas que vendía por cinco centavos y a veces cuando no tenían la moneda se las daba igual” para ayudar a quienes lo necesitaban para pasar esa dura época. En la cena muchas veces un mate cocido “con la famosa galleta”.
Su cara se ensombrece y relata cuando en esa época, siendo niño, le preguntó a su padre por el llanto de niños vecinos: “¿Por qué lloran? Hijo porque no tienen el estómago suficientemente lleno”, dice que le respondió su progenitor. Hace un silencio para después decirnos “eso lo escuché yo y lo he visto”.
En la casa de Dante también pegó fuerte la crisis, su padre se quedó sin trabajo pues la recesión hizo que bajara la demanda de mosaicos. Pero algunas obras se hacían. Así lo relata: “Entonces vienen los norteamericanos y ponen la línea, la super-usina. La línea eléctrica hasta Córdoba. Entonces una sección iba desde Villa María hasta James Craik y desde Córdoba venía otra hasta allí”.
Por las mañanas su padre iba a buscar trabajo al campamento de los norteamericanos que estaba “más allá del galpón de máquinas del ferrocarril”. Con pocas palabras pinta la escena familiar “al estar sin trabajo me acuerdo que se levantaba temprano y encendían un calentador a bomba. Mi papá para que la llama fuera más rápida llegó a mezclar kerosén con nafta, el quemador quedaba rojo y enseguida calentaba todo. Un vecino le dijo, don Pablo tenga cuidado, un día van explotar. Todas las mañanas se iba a buscar trabajo a lo de los norteamericanos. Cuando él venía enseguida, yo veía a mi madre ¡qué momento! Por eso yo digo siempre que una persona, porque yo también lo he sufrido, puede tener muy buena voluntad de trabajo, puede trabajar, tener buena salud, pero si no tiene trabajo es la tragedia más grande que le pueda pasar porque no puede concretar nada por más que tenga infinidad de proyectos en la cabeza. Eso es un hecho”.
El padre de Dante iba a los talleres y se encontraba con el letrero “no hay vacantes”, pero no era derrotado volvía la mañana siguiente “cuando no volvió nos sentimos contentos, porque ya había conseguido trabajo. Entonces comenzó a ir para el otro lado hasta llegar a James Craik donde alquilaron una pieza junto con dos polacos”.
Antes de pasar a otra época Dante nos regala otra dura postal de la Villa María de aquella época de altísimos índices de desempleo. Nos relata que “la Policía vigilaba todo el galpón de máquinas cuando ponían los trenes de carga y quedaban los vagones ahí, entonces venían los famosos linyeras que nosotros, cuando íbamos al río, sabíamos tomar mates con ellos y mi padre me decía no tomen mates porque algún día se van a envenenar ustedes. Tomaban mate poniéndole poleo, que es una cosa amarga. Tenían un tacho lleno de hollín, porque no tenían pava y con cuatro ladrillos hacían el fogoncito. Al lado tenían el mono para dormir a la noche, a la intemperie. Pero muchos eran buenos, había gente muy inteligente que eran crotos…”.
@ Perón en Villa María
Entre tantas cosas que nos cuenta Dante compartimos su encuentro con el coronel. Dice “a Perón lo conocí acá, después en Mendoza cuando iba a esquiar en Puente del Inca, porque él se especializó en montaña, fue a Italia a hacer el curso de montaña entonces cuando fundó el XXIII de Infantería de montaña, yo estuve ahí, en Campo de los Andes, él trajo todo el equipo como se debe, teníamos todo como corresponde”.
Se da cuenta que nos interesa conocer el paso de Perón por Villa María, entonces nos pregunta “¿sabe en qué forma lo conocí?”, nuestro expectante silencio es demolido por sus claras palabras cuando comienza a relatar: “Estaba invitado en el IAME. La fábrica de aviones en que se fabricaba la Puma, el tractor Pampa, el coche sport. Entonces él vino a inaugurar todo eso. Vino en auto con una sola escolta. Un auto de la escolta. Entonces yo tenía la sastrería en la calle Belgrano al 25 apenas pasa la Buenos Aires, ahora han demolido esas casas viejas. Cruzaba el túnel cuatro veces por día hasta que compré una bicicleta porque vivíamos nosotros en San Martín. Acá va a pasar Perón me dicen, entonces yo venía de a pie y vi toda la gente a la orilla del ferrocarril, de la verja, miraban todos para el lado de la cervecería. Entonces yo me dije voy a ver, total no tenía apuro. En eso vienen dos autos negros, cuando se van aproximando dos muchachos, o tres, abren una Bandera argentina y la ponen en el suelo. Entonces pasa despacito el primer coche con cuatro militares y en el de atrás venía Perón, sentado. Yo me puse bien cerca. Bajé el cordón de la vereda, me puse en la punta de la bandera, no pisándola. Y se frenó el auto ahí. Y él agarró y saludó a la gente con la mano. Allí conocí a Perón en Villa María”.
Dante también recuerda cuando María Eva Duarte de Perón, Evita, pasó por esta ciudad y estuvo unos minutos saludando y hablando desde el tren. Pero esa es otra historia, otro tesoro que guarda la memoria de Dante que él comparte con quien desea escucharlo. Otro domingo quizás lo comentemos aquí, mientras tanto es bueno recordar que no son pocas las cosas que nos pueden transmitir los mayores.
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