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Griselda Pacheco no se queja del sacrificio sino que prefiere mirar para adelante |
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“Tengo un sueño, aprender a leer, pero me cuesta mucho”, dice Griselda Pacheco, madre y abuela múltiple.
Tantas cosas pasaron por su vida, que no tiene precisiones acerca de las edades de sus hijos mayores, ni tampoco, de los años que tenía cuando fue mamá por primera vez.
Lo que sí sabe, es que le costó mucho dar cada paso en la vida.
De chiquita, siendo una de las mayores entre 10 hermanos (la cantidad se repite), tuvo que cuidar de ellos y por esa razón, la escuela fue algo imposible de alcanzar.
En su juventud, formó pareja y empezó a tener hijos (seis varones y cuatro mujeres) a los que crió en medio de la pobreza, pero también de la solidaridad.
“No me quejo, porque a donde iba, la gente me ayudaba. En el Hospital nunca dejaron que me faltara la leche, y así los fui criando”, dijo a EL DIARIO Griselda, quien hoy tiene 52 años.
Sin embargo, las cosas no fueron nunca fáciles. Con su familia vivió en una pieza que de noche, hacía las veces de única habitación para esa familia múltiple y de día, la convertían en comedor.
Además, debía lavar mucha ropa a mano. “Todos los días no te salvabas de tres sogadas”, dice.
Su compañero de vida y padre de sus hijos trabajó siempre en un cortadero de ladrillos, con ingresos mínimos, mientras que ella se dedicaba al cuidado de los chicos. “También trabajé limpiando el Centro de Transferencia y en Villa Nueva, donde arreglaban los colectivos”, recordó.
Así fueron pasando los años y, pese a todo el sacrificio, no sale un lamento de su boca. Por el contrario, se manifiesta contenta porque hoy tiene una humilde casita en el barrio San Martín, porque ella está pensionada y su compañero es jubilado y con eso garantiza ingresos básicos, porque los hijos “salieron buenos” y le dieron 14 nietos “más uno que viene en camino”. Son razones para estar bien, pero sentía que le faltaba algo.
“Yo pensaba mucho, tenía humos que me daban vuelta en la cabeza, preocupaciones. Y decidí empezar la escuela, a ver si de una vez por todas puedo aprender a leer.” La decisión de cursar el primario para adultos en el edificio de la Nicolás Avellaneda, le sumó otro motivo para sentirse contenta. “Es muy linda la escuela, las maestras son buenas, te hacés amigos. Es cambiar la cabeza”, dijo.
“Lo único que todavía no me sale es aprender a leer, así que no se cuándo voy a poder terminar”, dice, sonriendo, mientras la rodean los mellizos de 11 años, que son sus hijos más chicos y algunos de sus nietos que aún hoy, sigue cuidando.
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