Escribe: El Peregrino Impertinente
No hay comida más internacional que el pollo. Algunos dirán que no, que más internacionales son las hamburguesas de Mc Donalds. Pero vaya a preguntarles a los habitantes de Etiopía, Sudán o Ruanda qué les gusta más, si la Big Mac o la Cuarto de libra con queso. Lo van a c... a trompadas.
Pasa que el pollo ocupa espacios importantes en todas las dietas del mundo. Los escépticos pueden comprobarlo en el paseo por los cinco continentes. En Asia se lo devoran con devoción (a usted no señor, al pollo). No alcanzan a decir pío los pobres bichos, que ya se ven en la ingrata compañía del arroz y la papa. Algo similar ocurre en los países de Africa, América Latina y, en menor medida, de Europa y Oceanía.
También en las naciones anglosajonas. O al menos eso es lo que les hacen creer a los ciudadanos. La mayor parte del “supuesto pollo” que allí comen está presente en hamburguesas y sánguches chatarra, productos congelados y otras barbaridades de tono similar. Alimentos con tantos transgénicos, que raro es que no adquieran vida propia y se vayan por la calle quejándose por lo mal que está todo, y que no puede ser, etcétera.
El protagonismo del pollo es tal, que ni siquiera la injerencia de los jefes de Estado ha podido aplacar su popularidad. Como cuando hace cosa de un año y tanto, Evo Morales dio a entender que la ingesta de este alimento era causante de homosexualidad. En concreto, el mandatario dijo lo siguiente: “El pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso los hombres cuando lo comen tienen desviaciones en su ser como hombres (sic)”. Los bolivianos, que hasta mascarían pollo si no fuera porque existe la hoja de coca, casi se lo comen crudo. Al pollo no, señora, al Evo.
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