Escribe: Ernesto “El Chueco” Fernández Núñez*
A propósito del gesto
de Astiz de limpiar
el símbolo patrio que
llevaba en la solapa, tras
conocer el fallo que
lo condenó a
prisión perpetua
La sociedad argentina ha empezado a cerrar jurídicamente una de las etapas más siniestras de su historia y siniestra en sus dos acepciones: un sistema perverso y diabólico implementado con los recursos del Estado y el daño producido en el tejido social (daño que cerrará solamente cuando los huesos de hasta el último de los desaparecidos tenga sepultura, tenga una lápida y flores sobre su tumba).
Parece difícil que esto suceda; las bestias que han sido juzgadas se irán al infierno con secretos inconfesables, esos secretos que son el único bastión de poder que ejercen todavía sobre la sociedad y que alude al destino de miles de hijos esparcidos a sus antojos por mares, llanuras, cementerios clandestinos y basurales.
No puedo sustraerme a la tentación de tratar de explicar esta conducta y no encuentro las palabras adecuadas. Podría recurrir a la palabra perversión, que implica gozar con el sufrimiento ajeno, pero no alcanza, es pequeña para abarcar tanto horror.
Horror que sigue estando latente en algunas ideologías con métodos más refinados que suelen ser puestos en práctica masivamente en aquellos países donde la prioridad es sobrevivir un día, ese día que está amaneciendo.
La búsqueda del poder y de la dominación suele tomar formas aterradoras de ejecución de personas, países o estados, como sucede en Africa, que primero fueron saqueados por las mismas potencias que hoy los invaden y les imponen sus reglas de juego.
Quien crea que el llamado, eufemísticamente, Proceso Militar es algo del pasado, quien crea innecesario seguir abriendo heridas a través de los juicios, quienes traten de comparar lo realizado en otros países con amplias leyes de amnistía están, creo y sin sentirme dueño de la verdad, equivocados.
La pacificación del reclamo llegará de la mano de la reparación. Debemos retrotraer el tiempo a esos momentos donde el Estado fue convertido en un genocida para caerle ahora a los responsables de tanta inequidad con todo el peso de un Estado democrático donde las instituciones nos protejan, la Justicia nos cuide y los asesinos no caminen como simples ciudadanos por la calle.
Este es el país que queremos y que, a pesar de nuestras contradicciones, vamos haciendo camino.
En mentes perturbadas solamente puede anidar la idea de ser Dios y tener derecho sobre la vida de los otros. Los uniformes suelen ocultar las más variadas y diversas patologías mentales, patologías encubiertas en aparentes causas nobles, a saber: el patriotismo, la soberanía, la Bandera y nuestra querida Escarapela que hoy tenemos que desagraviar, porque fue acariciada por el mismo hombre y la misma mano que ejecutó sin piedad a las monjas francesas, el mismo que se infiltró en un grupo de Madres quebradas por el dolor que apenas podían resistir de pie la desaparición y muerte de sus hijos, ofreciéndose como el hijo que habían perdido, ganándose su confianza para después ir entregándolas una a una al festín de un estado demencial. ¿Existe algo más cobarde?
Quien siga atentamente las informaciones verá que existen innumerables brotes de esta enfermedad que suelen pasar enmascarados como noticias policiales, episodios donde se repite en mínima escala la metodología, el abuso de poder, la desaparición de personas, las vejaciones y el no reconocimiento de los derechos que cada individuo posee.
Mi madre suele decirme, en la vida, “si te dormís, te velan”. Los enemigos de la vida duermen con un ojo abierto, esperando que la sociedad se fragmente, se irrite, se frustre y se corrompa para ofrecer sus conocidos servicios.
Nadie podrá negar que el mundo desde oriente a occidente está sufriendo profundos cambios, las minorías piden ser escuchadas, los sometidos se han revelado, caen las monarquías, el occidente empieza a defender su estilo de vida con leyes más rígidas, económicas y sociales, en Italia los inmigrantes son perseguidos por grupos de vecinos constituidos y autorizados por nuevas leyes, los indignados de España piden entrar al sistema, los ingleses derogan leyes de interculturalidad, reafirman su identidad y persiguen a los extracomunitarios, los bancos exhiben ganancias exorbitantes, otros quiebran. El mundo, pareciera, está decretando la muerte de un sistema socio-capitalista inhumano, no cabe otro término, para ir a ciegas, por ahora, en busca de otro orden que nos contenga a todos.
Y a nosotros, sin dejar de mirar hacia donde gira el mundo y sus consecuencias, nos queda un enorme trabajo para erradicar definitivamente de nuestra sociedad las ideas violentas, que la mayoría de las veces tiene su origen en la desigualdad y en la frustración y que terminan generando la violencia de la impotencia y, además, es deuda; ir cerrando la brecha entre pobres y ricos, la igualdad de oportunidades, la calidad institucional en la transparencia y el debate constante de nuestras ideas y creencias.
*Villamariense residente en Buenos Aires, secretario General de la Sociedad
Argentina de Escritores (SADE) a nivel nacional
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