Escribe: El Peregrino Impertinente
En España, nada como ir de tapas. Una tradición nacida varias décadas atrás, y que se basa en recorrer los distintos bares de un área determinada, consumiendo manjares y bebidas al pie de la barra. La experiencia viene con charlas con completos desconocidos, que se vuelven amigos de toda la vida por el sólo hecho de compartir con uno comentarios del tipo “estos políticos son todos unos ladrones”, “qué bárbaro Messi” o “menos mal que saqué la ropa del balcón porque parece que viene lluvia”.
Lo cierto es que esta costumbre, sumamente arraigada en el país ibérico, ha ido perdiendo algunas dosis de encanto en los últimos años. Ocurre que muchos taberneros (de esos que tienen la misma cara que el padre de Manolito, pero de maneras afables y siempre dispuestos a la charla respecto a una diversidad de temas apenas creíble), han tenido que vender sus bares, obligados por la crisis. Los compradores, en un 99% de los casos, son chinos.
Y aquí viene la contrariedad. El viajero, sediento de prácticas autóctonas, ve un local con nombres tan populares como “El Majadero”, “Taberna González” o “Te voy a dar un par de hostias” y no duda en entrar. A su ingreso, se encuentra con jamones colgando, la foto de un torero y un abanico en la pared. Y detrás de la barra, un chino sonriente diciendo “Buena talde señol”.
Sin el menor ánimo de ofender a la comunidad china (digna como pocas a la hora de ganarse el pan, por cierto), la situación resulta de lo más frustrante. Es como ir a La Bombonera y que estén jugando un partido de críquet. El problema es que la mayoría de las veces, el asiático camarero no comprende un ápice de lo que el cliente le está hablando, respondiendo “Sí, hoy muy flio, mañana sol”, al comentario “Parece que lo mataron a Kaddafi”. O “El bocadillo de chorizo cuesta tles euros” a la pregunta “¿A que hora juega el Real Madrid?”.
Pero bueno, tampoco se puede vivir de la nostalgia. Globalización que le dicen.
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