Escribe
Lara Tuyaret
Especial para EL DIARIO

Nuestro guía es descendiente de guaraníes. En sus palabras se puede adivinar un sentimiento muy profundo por San Ignacio Miní. Describe al lugar como si fuera su casa. Los relatos previos mezclan términos en castellano con otros típicos de la región. Como el mejor anfitrión, nos invita a pasar y, en un solo segundo, nos transporta cuatro siglos atrás. Comienza el viaje en el tiempo.
Estamos en lo que era la plaza principal. Todo el trazado de la reducción partía desde ella como en las clásicas disposiciones urbanas militares. El tan conocido portal de estilo barroco, con columnas de orden corintio adosadas a la fachada, se alza en frente e incita a entrar. Esa era la iglesia.
Miles de historias palpitan en cada uno de esos ladrillos que han sobrevivido al tiempo y a sus acontecimientos. Arquitectura de estilo europeo, ladrillos rojos hechos con la tierra misionera. Es lo que hoy se conoce como “Barroco guaraní”.
Alrededor de la plaza se orientaban decenas de viviendas. Hoy sólo quedan los muros de algunas. En cada una, vivían una o dos familias de guaraníes. A la derecha del templo, los claustros, el almacén y las aulas. Detrás, el huerto. Todos vestigios de lo que debió haber sido un hermoso e imponente poblado en medio de la selva.
Simbiosis cultural
Las misiones fueron una experiencia civilizadora inédita en el mundo. Eran tiempos de colonización española, y tanto jesuitas como guaraníes, de alguna manera sacaron su provecho de las mismas. Los jesuitas se proponían evangelizar los pueblos indígenas. Los guaraníes escapaban de la esclavitud y la muerte en manos de encomenderos españoles o “bandeirantes” brasileños.
Todos los pobladores trabajaban en la misión. Los hombres se dedicaban a las labores rurales, a la carpintería o la herrería y a las artesanías. Las mujeres realizaban las tareas domésticas: cuidar a los niños, cocinar, hilar y tejer. Participar en las celebraciones religiosas era obligación para todos, sin excepción.
De esta forma, se les imponía a los nativos todo un sistema nuevo de pautas culturales, desde la religión a la organización económica. Si bien las misiones significaban otro tipo de dominación, eran un mal menor frente a los métodos implementados por los conquistadores.
Reliquia arqueológica
Los sacerdotes de la Compañía de Jesús fundaron 30 “reducciones”, o pequeños poblados, que se establecieron entre los siglos XVII y XVIII en Brasil, Paraguay y Argentina. Situadas a 50 kilómetros de la ciudad de Posadas y a 220 de las Cataratas del Iguazú, las Ruinas de San Ignacio Miní constituyen uno de los quince vestigios más importantes de las misiones jesuitas en nuestro país.
En 1984 fueron declaradas Patrimonio Mundial de la Humanidad. Están inmersas en la selva y algunos edificios se pierden en la vegetación, pero su plaza de armas y el portal de la iglesia dominan sobre el paisaje.
Con su arquitectura de influencia europea pero con impronta guaraní, las Ruinas de San Ignacio Miní son un verdadero tesoro arqueológico. Representan la fusión de ambas culturas. Sus muros son el testimonio de las raíces de América. Su historia vuelve a vivir con cada persona que la visita.
Nuestro anfitrión se despide. Se va a viajar en el tiempo con los próximos visitantes.