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El jueves Topa y Muni brindaron dos funciones en el Verdi |
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Cuando caminaba rumbo al Teatro Verdi pasaban por mi cabeza decenas de excusas para justificar mi acto ante los grandes teóricos de los ‘70 que tanto bien le habían hecho a la conciencia crítica de ese joven que transitaba por los pasillos del Inescer en el comienzo de la década pasada. ¿Dónde quedó esa fascinación por el texto de Armand Mattelart, imprescindible “Para leer al Pato Donald”, ahora que voy hacia la alienación?
Desde luego, no era el momento ni el lugar para reflexionar sobre los métodos utilizados en pos de imponer las ideologías dominantes en América Latina. Además, pensaba, los tiempos cambiaron y, tal vez, la tortilla se está volviendo. A Diego Topa lo había visto en dos oportunidades y sabía de su manejo del escenario y de la energía que ofrece su show. Eso me garantizaba que iba a bailar y me iba a divertir con los guiones. A eso se le sumaba la presencia de Muni, así, como la abreviatura de Municipalidad, o “Muniahilda”, uno de los tantos personajes que van desplegando en escena hasta llegar al “Primer día de escuela”; que con su carisma y belleza era motivo de sobra para no perderme la función.
Buenos diálogos, improvisaciones precisas, gran puesta en escena, personajes atrevidos, coreografías para imitar (son más adecuadas para mí las que propone Luis Pescetti), ritmos que te hacen mover los pies, chistes para padres y mucha onda con los chicos; pueden resumir lo que hicieron los artistas en un show a más de 40 grados de sensación térmica. Un verdadero cóctel que nada, o poco, tiene que ver con Disney. Una especie de Disney criollo (no latino) lleno de argentinismos como eso de aprender los colores en inglés neutralizado luego con la enseñanza de las vocales en un perfecto español.
Después de bailar como en casa y disfrutar de este espectáculo, que terminó con nuestro favorito “La banda de la rima”, volvieron las preguntas: ¿por qué si voy a un recital no sé todas las letras y acá sí?, la cuestión me llevó nuevamente a Mattelart en un pensamiento que se banalizó en la frase popularizada por el efusivo animador de Jesús María: “No sé, pero ¡que vuelvan!”.
Rodrigo Duarte
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