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Micaela y Enrique junto a alumnos de una escuela primaria |
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Arribaron ayer al mediodía a nuestra ciudad dos jóvenes de la Parroquia La Santísima Trinidad, que misionaron en Bolivia durante un mes.
Enrique Pratto, de 17 años, y Micaela Quaino tomaron contacto con varias comunidades urbanas y campesinas de Sucre, Potosí y otras poblaciones y apenas descendieron del ómnibus que durante tres días transportó a los viajeros desde el vecino país, se dirigieron a EL DIARIO para relatar su experiencia y su satisfacción por la “valiosa experiencia” adquirida.
Debido a la idiosincrasia de los lugareños, las dificultades con el idioma quechua predominante y la cultura culinaria, el contacto fue dificultoso, pero aún así los villamarienses notaron una gran necesidad de afecto de los más chicos, en particular los niños de la calle.
Un buen número de ellos trabajan en el cementerio de Sucre, guiando a los turistas y limpiando los nichos, y la parroquia trinitaria de aquel lugar les brinda contención y los capacita en idiomas, para relacionarse mejor con los extranjeros.
También visitaron una institución que alberga a los que se conocen como “niños odiados por la sociedad y por su propia familia”, por sus problemas de conducta.
Según compararon, “la extrema miseria que podamos encontrar en un sector marginal de Villa María, se la puede ver con frecuencia en el mismo centro de Sucre, que es la capital de Bolivia”.
“No nos pagaron para ir, no nos obligaron ni fuimos a imponer nada, sólo a llevar la palabra de Cristo”, comentó Micaela, una ferviente militante católica que estudia Trabajo Social y está empleada en una fábrica de pastas de nuestra ciudad.
Enrique cursa el sexto año de Construcciones en el IPEM 49, trabaja los fines de semana de mozo, descubrió la práctica religiosa recientemente, y ya considera tomar los hábitos. Al igual que Micaela, pertenece al grupo juvenil de La Santísima Trinidad, al que ambos dedican un par de horas de su jornada diaria.
Para viajar, juntaron fondos y recibieron la ayuda parroquial, que compró y ayudó a vender números de rifas para una mesa servida.
“Con estas misiones siempre pasa lo mismo, uno va con una idea y una tarea, y ocurren otras cosas, que hacen que uno vuelva más enriquecido espiritualmente”, reflexionó el joven, quien además agradeció al IPEM y la comunidad parroquial por el apoyo brindado, en especial a sus pares juveniles.
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