Escribe: Lara Tuyaret
Especial para EL DIARIO
Debajo de uno de los tantos árboles que hay a la vera del río y usando su tronco como respaldo, un muchacho se adormece al calor de la resolana. La música del agua armoniza el lugar. En el puente, un caballo espera llevar de paseo por el pueblo a algún visitante. Algún forastero que seguramente estará ansioso por tener una experiencia “de campo”.
Piedras pequeñas, apenas salpicadas en el fondo del río. Piedras grandes, amontonadas formando pasarelas para que los niños crucen de un lado al otro. Los varones osan tirarse algún clavado hacia una hoya. Las nenas hacen casitas con la arena blanca. Otro grupo de chicos caza mojarritas con pan y una botella de plástico. Al rato viene uno que aparenta ser más experto. Asegura que una vez, hace un tiempo, no se sabe cuándo, atrapó una “vieja del agua”.
Escenas como éstas se reproducen en el río Anisacate que, serpenteante, baja por las Sierras Chicas hasta llegar a La Bolsa. Una gran cantidad de balnearios se asientan sobre su ribera y atraen a cientos de turistas que duplican, en época estival, la población estable del lugar, que ronda los 700 habitantes.
La Bolsa se encuentra apenas a 48 kilómetros de la capital provincial. La forma más rápida de llegar es tomar la ruta provincial 5 desde Córdoba. Tras Alta Gracia, aparece esta pequeña villa. La tranquilidad de sus calles arboladas y la cercanía al río la transforman en lugar ideal para aquellos que buscan la pausa.
Caminar por las veredas de la avenida Argentina, con la frescura de sus árboles, es todo un placer. Allí es inevitable no imaginarse a los inmigrantes que, décadas atrás, recorrían sus rincones en busca de un calmo paseo tras un día de trabajo en la construcción del paredón del Dique Los Molinos.
Sobre esta calle también se encuentra otro de los encantos de La Bolsa: la capilla ortodoxa. Pequeña, pero dominante. Con las sierras como marco, sus cúpulas estilo ruso se alzan sobre el frondoso paisaje. Por dentro, su decoración caracterizada por mosaicos con detalles de colores e íconos típicos de esa cultura son el principal llamativo.
Casitas pintorescas de los años ‘40 identifican la avenida. En el pórtico de una de ellas una pareja de viejitos reposa en sus mecedoras y mira la gente pasar. Como en la canción, tal vez la brisa traiga con ella viejos recuerdos. Los ancianos simplemente disfrutan sentir el tiempo pasar, al compás de la caricia de la dulce resolana.
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