Lo que nunca puede decirse de José Larralde es que su actitud y su forma de ser es una pose. Todo el halo de estirpe gauchesca y trovador de tierra adentro es auténtico hasta la coronilla.
Sus chamarritas y sus ritmos orilleros hasta sus largas narraciones aluden a experiencias propias y bien cercanas a sus vivencias.
Del mismo modo, su perfil un tanto huraño y su nacionalismo más bien extremo, completan este ícono de la canción tradicionalista.
Sus fieles seguidores que casi colmaron la platea del Verdi el pasado viernes, escucharon nuevamente al cantautor que, como es habitual, sólo se enfrentó al público con un micrófono, su guitarra y una tenue luz que recortaba su barba blanca.
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