Escribe: Jesús Chirino
La historia de un barrio es mucho más que el recuento de quiénes fueron propietarios de las tierras en las cuales se hicieron los loteos para vender parcelas. Quizás tenga mucho más que ver con lo cotidiano, con eso que pasa todos los días, con los sueños y los pesares que le van sucediendo a esa comunidad y de la que son protagonistas los mismos vecinos que pueden contar lo sucedido. En estas últimas semanas contamos algunas de las muchas historias que pueden relatarse del barrio San Martín. Tenemos registradas muchas otras que quedarán para más adelante. Cerramos esta serie dedicada a ese barrio rescatando la presencia de un ave oceánica en el lugar.
Patricio
Con el ir y venir del mar parece que la tierra respirara. La marea lleva y trae a la costa sin cansarse nunca. Una mañana en San Clemente del Tuyú, provincia de Buenos Aires, dejó en la playa un maltrecho ejemplar de pingüino. Por entonces no estaban muy desarrolladas en la comunidad las ideas conservacionistas que actualmente son bastante difundidas, pero igual hubo una familia que entendió que había que salvar aquel animal. Quizás fue ese el principal motivo por el cual "Los López" rescataron el pingüino, lo limpiaron, curaron y cuidaron sumándolo a la vida cotidiana de su casa. Pero esta familia oriunda de Villa María en poco tiempo regresó a esta ciudad y nadie dudó en trasladar aquel animal hasta este lugar tan mediterráneo. Fue así que a principio de 1976 el ave no voladora terminó fijando domicilio en el número 90 de la calle 17 de Agosto, la misma que por muchos años ocupó "Doña Hortensia", esa gran cocinera que tantas veces nos deleita con sus manjares.
Si bien el gallinero del fondo del patio fue acondicionado de la mejor manera posible, a nadie se le escapaba que aquí las temperaturas eran altas en relación a los lugares en que habitualmente vivía el animal. Pero eso no fue descuidado por la familia López. Así nos recuerda María del Carmen Contreras, más conocida como "la Negrita López". Es ella quien nos muestra una foto de Patricio, ése era el nombre que le dieron al pingüino, junto a su hijo Walter López y José Luis Leo Patri en el patio de la casa del barrio San Martín. Allí vivía el plumífero y hasta ese lugar llegaba el repartidor de hielo que llevaba barras del congelado líquido para atemperar el calor. En su actual casa de la calle San Juan "La Negrita", mamá del conocido sonidista Luis López, nos dice que "en ese tiempo no era fácil conseguir hielo en bolsitas de rolos, había que comprar media barra".
¡Pasen y vean!
Afincado en pleno barrio San Martín, Patricio se convirtió en toda una atracción. No sólo recibía las atenciones de los vecinos del lugar, quienes en más de una oportunidad veíamos alguno de los López yendo detrás del oscilante caminar del pingüino que andaba por la calle. También llegaban contingentes de alumnos a visitar el simpático animal. Uno de los grupos de estudiantes que recibió Patricio fueron los compañeros del hijo más chico del "Cordobés López", Rubén, que entonces concurría a la Escuela Alberdi. También supieron llegar al domicilio, docentes con alumnos de la escuela del barrio, denominada Nicolás Avellaneda.
En otro lugar donde Patricio se convertía en gran atracción era en la costa del río Ctalamochita. El verano de 1976 fue especialmente caluroso, no sólo el clima político tenía altas temperaturas. Los López concurrían al río para hacer más llevaderas las sofocantes tardes estivales. Y claro que también Patricio era de la partida. Se mojaba en la fresca correntada de nuestro río y, atado con una soguita, quedaba al lado de sus dueños donde se arremolinaba la gente para conocerlo de cerca. También sabían pararse frente a la gruta que supiera inaugurar Salomón Deiver, frente a donde estuvo el Zoológico de Villa María, y también allí Patricio era objeto de la admiración de los vecinos que pasaban por el lugar. Después regresaban al barrio San Martín, a su dieta de pescado, "carne de corazón –de vaca- cortado en tiritas" y frutas.
La familia López se esmeró en el cuidado del animal, no sólo con el hielo, la dieta y el cariño. Patricio también tenía sus caprichos, es así que sólo comía lo que se le ponía en un recipiente determinado. Aunque la vasija se rompió debieron pegarla una y otra vez pues el animal se resistía a ingerir alimento que no fuera depositado en ese utensilio.
Su paso por el barrio duró casi dos años, en ese tiempo fue objeto de la atención del vecindario, luego se apagó su vida y los pies palmeados de Patricio ya no andan las calles del San Martín, sólo dan pasos oscilantes en el recuerdo de los vecinos que lo conocieron.
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