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Laura Tuyaret - Especial para EL DIARIO
Los necochenses se empeñan en usar como símbolo representativo su puente colgante Hipólito Yrigoyen. Ese que atraviesa el río Quequén y que fue construido en el año 1927, inspirado en el de la ciudad alemana de Colonia. Sin embargo, el verdadero fuerte de la ciudad pasa por otro lado: la hermosura de sus playas.
Un clásico día de arena y sol local tiene que ver con la simpleza. Bajar por las calles aledañas, con carpita o sombrilla en mano, buscar el mejor lugar e instalarse hasta que la marea -ya subida- nos eche. Los infaltables: algún partido de vóley o de tejo, un daikiri de frutilla en un parador con la música a todo volumen y largas caminatas por la orilla cuando la puesta del sol se acerca.
No en vano las “playas del suave declive” de Necochea son consideradas las mejores del país. Esta fama se explica en la limpieza de sus aguas azules, las olas perfectas para los deportes náuticos, los médanos blancos y su amplia extensión (llegan a los 300 metros de ancho en algunas partes). Otras razones son la amabilidad de sus habitantes, la tranquilidad y el clima familiar. Todo eso la transforma en una ciudad con mística insuperable.
El combo perfecto
Necochea se ubica sobre la costa atlántica, al sudeste de la provincia de Buenos Aires. Originalmente fue habitada por daneses y en la actualidad es una de las comunidades en el país con más descendientes de este pueblo europeo.
La ciudad tiene atractivos para todos los gustos y todas las edades.
No existen posibilidades de aburrirse en ella. Si de ir de compras se trata, posee dos núcleos comerciales, bautizados por los turistas como el “centro viejo” y el “centro nuevo”.
Este último, ubicado cerca de la playa, se activa en la época estival y concentra las principales atracciones en materia cultural, gastronómica y comercial. Restaurantes, bares y galerías convocan a todo tipo de visitantes.
En las peatonales de la calle 83 y 85, es tradicional ver algún espectáculo callejero que aglutina a grandes y chicos y atrapa su atención durante un buen rato.
Caminando por la costanera se llega a la desembocadura del río Quequén en el mar. Violentas olas que golpean el hormigón de la escollera transforman el paisaje en un espectáculo. Desde allí también puede verse la entrada de los barcos de carga o decenas de pescadores realizando su tarea diaria. La zona es popular por su excelente “pique”.
Como si esto fuera poco, Necochea también tiene su lugar de magia y encanto. Se trata del Parque Miguel Lillo, una reserva forestal ubicada en la costa. Sus 640 hectáreas repletas de una gran cantidad de especies de árboles otorga a este sitio características que lo hacen único en el país.
Compuesta por esta multiplicidad de atractivos, no es de extrañar la fama que Necochea se ha ganado.
Un pequeño paraíso que consigue que, quien la conozca alguna vez, siempre quiera volver.
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