“¿Sabés lo que se siente cuando te das cuenta que respirás, trabajás, andás pero no tenés una vida?”
Miró a la periodista y sonrió. Tiene poco más de cuarenta años, ojos claros de mirada frontal y manos que se mueven cuando habla.
“Te voy a contar mi historia si me prometés que no vas a dar a conocer mi identidad, aunque seguramente muchos de los que van al Casino se van a dar cuenta. Como no me ven más...”
El pacto se hizo y café de por medio ella habló.
“Firmé el formulario de autoexclusión para CET. Desde hace quince días no puedo entrar más a ningún casino de CET en la provincia de Córdoba. Y sabés qué... soy otra persona.”
Puso dos cucharadas de azúcar en el café bien caliente y susurró: “No sabía que existían esos formularios”.
¿Y cómo te enteraste?
“Porque pregunté por una chica que iba siempre, nos encontrábamos en los mismos horarios y de pronto no la vi más. Entonces me dijeron que había llenado unas planillas y ya no podía entrar.”
@ “Quince días en la cartera”
“Hablé con el encargado y me explicó. Tenía que traer dos fotos y llenar los papeles en donde dejás constancia que es tu decisión por padecer de ludopatía y que la empresa no tiene nada que ver. Anduve quince días con los papeles en la cartera. Hasta que una personita, a la que le agradezco, me acompañó y me los hizo firmar.”
Mueve la cabeza y mira hacia el techo, buscando un punto para posar su mirada. Lo encuentra, la deja fija y murmura: “Qué locura”.
¿Locura qué?
“Las cosas que hice, cosas que nunca hubiera imaginado que podía hacer.”
“Era más fuerte que yo, era una pasión para mí las máquinas, me enloquecía ahí adentro. Y te cuesta reconocer que de a poco se transforma en una enfermedad.
Me decía esto es una distracción, entro aquí (a la sala de slots) y me olvido de todos los problemas que tengo en mi trabajo, en mi casa... Pero es una mentira, eso es un problema más.”
El café ya está frío y pide otro.
“Llegué a pensar que me iba a infartar. Un día salí de ahí con 20 de tensión, por los nervios. La máquina no me pagaba y no me pagaba y yo había perdido toda la plata...”
@ “Si ganás... perdés”
Inspira profundamente y luego expira lentamente. Sonríe.
“Si ganás, todo bien, pero ¿cuándo ganás?”
¿Nunca ganabas?
“Sí ganaba pero, después se la devolvés. Un día apenas llegué le puse veinte pesos a una máquina y me pagó 500 pesos. Un pago manual, estaba tan emocionada.
¿Qué hice? Me quedé. No me iba a ir si recién llegaba. Me quedé... cien pesos aquí, cien allá... perdí los quinientos y lo que llevaba.”
Mira fijo a la periodista que la escucha sin interrumpirla. “Lo que pasa es que vos creés que vas a seguir ganando, que vas a ganar mucho más y cuando te diste cuenta... fuiste alpiste.”
“Estando ahí, escuchás historias. Gente que pierde todo el sueldo, la familia, todo. Son tragamonedas y tragavidas. Me perdí de ir a fiestas, a cumpleaños, a casamientos. Yo quería ir al Casino y mentía, ponía excusas. Buscaba cosas para vender, vendí el teléfono, vendí una moto...”
Otro café. “Le negaba cosas a mis hijos. Sabés cuántas veces salí llorando e iba por la calle maldiciendo, diciendo no volveré nunca más y volvía...”
“Hace quince días que no puedo entrar y tengo la heladera llena. Antes ni agua tenía.” Se ríe fuerte. “Eso es un robo, te roban con tu consentimiento. La gente tiene que tomar conciencia, reconocer que si está enferma por el juego en el Casino se le va la vida. El juego es como la droga y tenés que asumir tu realidad para zafar.”
La charla termina, debe ir a trabajar, pero alcanza el tiempo para pedir perdón. “Le pido perdón a mis hijos y a todos los que pude haber defraudado. Y le agradezco a quien me ayudó a firmar esos benditos formularios...”
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