Ayer murió Antonio Bussi. Militar gobernador de Tucumán al inicio de la dictadura de 1976. Su inolvidable "obra pública" es tan conocida que nos exime de reseñas. Para ilustrar a los más jóvenes bastan dos datos. Matemáticamente hablando, el 70% de las desapariciones de opositores en Tucumán fueron durante su gestión. En lo cualitativo, aporto el recuerdo personal de un relato que circulaba en voz baja y cuya veracidad no importa por su condición de posible y verosímil: en una fría madrugada de julio el general hizo cargar en un camión a todos los linyeras que merodeaban por el centro de la ciudad para llevarlos hasta el límite con la provincia de Catamarca abandonándolos en la montaña.
Uno murió congelado en el traslado. De los otros nada más se dijo.
Hoy murió otro de los grandes hombres de nuestra historia y lamentamos que el infierno sea sólo un cuento.
Pero tengo a mano un largo poema de Neruda dedicado al general Franco y que, dado el caso, se puede compartir.
Santiago Druetta
DNI 12075704
Profesor regular de la UNVM
EL GENERAL FRANCO (BUSSI) EN LOS INFIERNOS
Desventurado, ni el fuego ni el vinagre caliente
en un nido de brujas volcánicas, ni el hielo devorante,
ni la tortuga pútrida que ladrando y llorando con voz de mujer muerta te escarbe la barriga.
Buscando una sortija nupcial y un juguete de niño degollado,
serán para ti una puerta oscura,
arrasada.
En efecto.
De infierno a infierno, ¿qué hay?
En el aullido de tus legiones, en la santa leche
de las madres de España, en la leche y los senos pisoteados
por los caminos, hay una aldea más, un silencio más
una puerta rota.
Aquí estás. Triste párpado, estiércol
de siniestras gallinas de sepulcro, pesado esputo, cifra
de traición que la sangre no borra. Quién, quién eres,
oh miserable hoja de sal, oh perro de la tierra,
oh mal nacida palidez de sombra.
Retrocede la llama sin ceniza,
la sed salina del infierno, los círculos
del dolor palidecen.
Maldito, que sólo lo humano
te persiga, que dentro del absoluto fuego de las cosas,
no te consumas, que no te pierdas
en la escala del tiempo, y que no te taladre el vidrio ardiendo ni la feroz espuma.
Solo, solo, para las lágrimas
todas reunidas, para una eternidad de manos muertas
y ojos podridos, sólo una cueva
de tu infierno, comiendo silenciosa pus y sangre
por una eternidad maldita y sola.
No mereces dormir
aunque sea clavado de alfileres los ojos: debes estar
despierto, general, despierto eternamente
entre la podredumbre de las recién paridas,
ametralladas en otoño. Todas, todos los tristes niños
descuartizados,
tiesos, están colgados, esperando en tu infierno
ese día de fiesta fría: tu llegada.
Niños negros por la explosión,
trozos rojos de seso, corredores
de dulces intestinos, te esperan todos, todos, en la
misma actitud
de atravesar la calle, de patear la pelota,
de tragar una fruta, de sonreír o nacer.
Sonreír. Hay sonrisas
ya demolidas por la sangre
que esperan con dispersos dientes exterminados
y máscaras de confusa materia, rostros huecos
de pólvora perpetua, y los fantasmas
sin nombre, los oscuros
escondidos, los que nunca salieron
de su cama de escombros. Todos te esperan
para pasar la noche.
Llenan los corredores como algas corrompidas.
Son nuestros, fueron nuestra
carne, nuestra salud, nuestra
paz de herrerías, nuestro océano
de aire y pulmones. A través de ellos
las secas tierras florecían. Ahora, más allá de la tierra,
hechos substancia
destruida, materia asesinada, harina muerta,
te esperan en tu infierno.
Como el agudo espanto o el dolor se consumen,
ni espanto ni dolor te aguardan. Solo y maldito seas,
solo y despierto seas entre todos los muertos,
y que la sangre caiga en ti como la lluvia,
y que un agonizante río de ojos cortados
te resbale y recorra mirándote sin término.
Pablo Neruda
España en el corazón.
1936-1937
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