Escribe: El Peregrino Impertinente
Hay gente que se va de viaje con el único objetivo de resolver un problema personal. Que si no sabe qué hacer con su vida, que si sufre una crisis nerviosa, que si se le murió el perro Arbarello.
Están mal y se van de viaje, como buscando en él la resolución del conflicto.
Le ruegan favores, le imploran remedios. No se dan cuenta de que al viaje no se le puede pedir nada. El tipo te da y te quita como le viene en gana. Es lo más parecido a un político desde la extinción del Tiranosaurio Rex.
Que el viaje es una fuente inagotable de aprendizajes, no caben dudas. Pero ir más allá, y esperar de él la sanación del alma, puede provocar frustraciones.
Cuánta gente andará con la mochila al hombro, procurando encontrar en el camino la respuesta a sus dilemas.
Aunque en movimiento, se quedan esperando. No sé, yo dudo que la estrategia sea la más efectiva.
Y es que se olvidan, en todo caso, que el viaje es una experiencia para ser vivida sin ambiciones metafísicas.
En mayor o menor medida, te ayudará a reflexionar sobre los aspectos más diversos de la existencia. Los buenos, los malos, los importantes y los banales. Pero lo hará con la cadencia que a él se le antoje, tanto en temáticas como en proporciones.
Mejor no tratar de forzar sus designios, ni convertirlo en víctima de nuestros fantasmas. Mejor disfrutar, cultivarse, y agradecerle cualquier cosa que decida regalarnos.
Para lo otro, amigo, están los psicólogos. Esos tipos que, mientras uno les cuenta las miserias de su vida, te dicen “Ajhá” y “Claro, claro”, cuando en su fuero más intimo están pensando en quién era más gracioso, si Bugs Bunny o el Pato Lucas.
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