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4 de Diciembre de 2011
Entrevista - Mariana Enríquez y el arte de fabricar pesadillas
“La historia argentina es profundamente macabra”
La escritora brindó, en nuestra ciudad, una charla sobre la literatura de terror y presentó “Chicos que vuelven”
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Periodista de profesión (es redactora de Página/12) y narradora de vocación (tiene 4 libros editados) Mariana Enríquez es una de las pocas escritoras argentinas que aborda el género de terror de manera explícita y sin tapujos. El pasado jueves vino a la ciudad a presentar “Chicos que vuelven”, su última novela publicada por Eduvim, en LibreLibro.
¿Se escriben cuentos de terror en la Argentina del Siglo XXI? Si la pregunta recae sobre Mariana Enríquez, la respuesta es un rotundo sí. Y de hecho, no tiene inconvenientes en nombrar a cuentistas actuales de la talla de Samantha Schweblin, Gustavo Nielsen o Eduardo Berti. Pero inmediatamente aclara que son ejemplos casi aislados, escritores que abordan el género pero sin especializarse de manera intensiva, por lo que ese desparramado pelotón nunca alcanza a conformar un “corpus”. Sin embargo esto sí sucedió en la primera mitad del Siglo XX con el género fantástico, primo hermano del terror. Y si no, repasemos aquel seleccionado de lujo: Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Leopoldo Lugones, Silvina Ocampo, Manuel Mujica Lainez, Conrado Nalé Roxlo y hasta el mismísimo Roberto Arlt en “La luna roja”.
Según Mariana, en la actualidad las tendencias de la literatura nacional se han amigado “con el realismo y la línea del yo de César Aira, el trabajo de las voces de Manuel Puig o la literatura académico-política de Ricardo Piglia. Para ese lado se fue el canon. Se ha perdido esa necesidad de escribir desde la imaginación y eso aplacó el género fantástico”.
Tus dos primeros libros eran novelas realistas, sin embargo en “Los peligros de fumar en la cama” y “Chicos que vuelven”, te volcaste decididamente al terror ¿Qué te motivó a esa decisión?
-A mí siempre me fascinó el terror; fue lo que más leí en mi vida y lo que más quise hacer alguna vez. Lo que pasa que es un género muy exigente desde lo técnico. No digo que la novela realista no lo sea, pero son cosas diferentes. Para romper el género y hacer algo original, tenés que tener bastante claras sus reglas. Y eso lleva mucho tiempo. No creo que el terror sea lo único que vaya a hacer en mi vida, pero es un género que me gusta mucho reivindicar.
Muchos académicos desprecian este género, ¿por qué?
-Porque el terror es muy popular y porque a lo popular se lo ve con prejuicio. Pero el género gusta y funciona más allá de ese pensamiento académico.
¿Llegaste al terror por lecturas, por fascinación, por leyendas?
-Por todo eso junto (risas). Yo crecí en Lanús y tengo la teoría de que el conurbano bonaerense es uno de los lugares más latinoamericanos de la Argentina, donde hay muchos inmigrantes como mi abuelo, que era paraguayo, y gente de otras provincias como mi abuela, que era de Corrientes y me contaban historias de aparecidos francamente aterradoras. A esas historias no me las acuerdo muy bien pero sí de la impresión que me producían. Luego utilicé mucho esos recuerdos para aclimatar mis relatos.
¿Y los libros? ¿Qué leías?
-La biblioteca de mis viejos fue importantísima para mí. Lo primero que agarré fueron los libros de Cortázar donde había muchísimos cuentos de terror, como “Las babas del Diablo”, “Circe”, “Las armas secretas”, “La puerta condenada”. De ahí pasé a Borges, a Silvina Ocampo y luego a los anglosajones, que son ineludibles: “Otra vuelta de tuerca”, “Frankenstein”, “Drácula”… Hoy son libros considerados juveniles.
¿Cuáles son las influencias de tu “Chicos que vuelven”?
-Dos cuentos: uno de M. John Harrison sobre una chica que se va de casa pero regresa tras un suceso extraño. El otro es “Los niños del maíz”, de Stephen King, y esa idea del mal en los niños. Pero también un mito anglosajón del “niño cambiado”, ese que dice que las hadas te roban a tu hijo y luego te devuelven una suerte de réplica maligna. Y mi libro se trata de los chicos que desaparecen porque se escapan de la casa, porque se pierden o se los lleva una red de tratas; esos chicos que siempre vemos que buscan en las fotos borrosas de los diarios; como si sus padres al sacarles esas fotos tan feas los estuvieran induciendo a la desaparición. Y en la novela, esos chicos empiezan a aparecer en aluvión pero idénticos a cuando desaparecieron, a pesar del paso del tiempo o de que algunos están muertos.
¿Pensás que es una metáfora sobre los desaparecidos de la dictadura?
-Puede que sí, aunque al libro no lo concebí así. Muchas veces terminás haciendo una alegoría sin querer.
¿El país desde el cuál escribís guarda estrecha relación con sus formas de horror?
-Sin dudas. Todas las historias de los países son sangrientas, pero me parece que la nuestra es profundamente macabra; desde lo que pasó con el cadáver de Eva Perón hasta la perversión de no mostrar la sangre ni los muertos políticos. Por eso no es casual que nuestra máxima forma de horror sea la desaparición. Hay una limpieza muy perversa contra la que yo probablemente reaccione. Por eso a lo mejor soy tan explícita y tan bestial en mis cuentos. Porque a mí esa asepsia macabra me embola y me subleva.

Iván Wielikosielek
-Especial UNVM-

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