A las siete de la mañana tal como nos había dicho el chofer arribamos a Tandil. No hace falta bajarse para comenzar a ver lo que mueve el Indio. Toda la entrada a la ciudad está llena de carpas, banderas, parrillas que acompañan a los fanáticos para hacer menos extensa la espera. El miedo de quedarse dormido se escapó cuando los chicos de Venado Tuerto se despiertan entre ellos y nombran a los que reconocen a la orilla de la ruta. Ya en la terminal todo es sinónimo al Indio.
Remeras, afiches que nos comunican que días antes se preparó la ciudad con fiestas ricoteras. No sólo eso, el suelo también. Los más organizados con sus bolsas de dormir tratan de vencer al sol que les pega en la cara, los más improvisados tienen cartones para que el frío no les llegue tanto.
El murmullo en el bar se para cuando en la tele avisan lo del show, para volver a hablar entre ellos y recordar viejas anécdotas, mientras nos vamos a buscar la acreditación que nos darán recién a las 17 porque tienen prioridad los discapacitados.
Tandil es una ciudad muy tranquila, no hay ningún ruido, hasta que uno se acerca a la ruta. Esa es otra Tandil, con los colectivos que llegan e inundan el paisaje. Habría que poner una cámara para que ustedes vean como de a poco se va llenando y a las 9, ya se dificulta caminar.
Entre los vendedores de remeras nos topamos con gente de Buenos Aires que nos explica "sólo una vez que vi a La Mona sentí algo parecido a esto" para continuar: "Esto es inigualable, mira la cara a los pibes están todos felices. Esto es felicidad, es como Papá Noel para un chico".
Es un ritual. No hay más explicaciones. Pero no es un ritual común.
Esta misa ricotera logra en tres fechas al año lo que no logra ninguna religión. Es que esta religión es una de las que no tiene ateos, como decía Galeano sobre el fútbol, pero siendo bien roquera. Un ritual que logra que se camine lo que no en mucho tiempo, que todos se unan y ayuden en el canto al que se queda sin voz al lado de la ruta, o al que le para lo mismo pero con el fernet.
Tal vez todo haya comenzado en el inicio de Los Redondos y que Patricio Rey sea una especie de Espíritu Santo que se presenta en los recitales de modo de la energía y la pasión.
Es que como dijo alguna vez "Patricio Rey no existe, Patricio Rey son todos". Y de allí que los recitales se conciban como una liturgia religiosa y de ahí la misa. Desde que comenzaron disturbios en algunos shows en los ‘90, decidieron irse a otros lugares del interior sin mucho ruido, con el boca a boca para lograr esta peregrinación multitudinaria.

Voces ricoteras

"Sabés lo que pasa, ser ricotero es una forma de vida" me diría "Tincho ricotero". Y continúa: "Son muchas generaciones escuchando lo mismo, imaginate que lo escucho desde los doce años y ya tengo 32". Por ahí se suman anécdotas y lo que nos dice Javier de Oktubre viajes: "Mirá no lo podés explicar, anda y mira el show. Después hablamos, no lo vas a poder creer. Vos ves eso y después pensás no lo puedo dejar de hacer más hasta que me muera. Por eso si te dejaron afuera en Junín te enojas, pero volvés. Porque el Indio al cantar se iguala con vos, porque vos sabes que él vive en un country y vos te rompes el lomo para verlo, pero bueno el canta y todos somos iguales. Pero no lo vas a entender flaco, no te esfuerces". Y continúa alguien que tiene varios viajes al lado del Indio "Una vez Pergolini dijo que en un show del Indio sentías todas las sensaciones en una hora, pasión, emoción hasta miedo por las caras que ves… Yo gracias a estos shows me puedo morir tranquilo".
J.J.C.
Enviado especial