Escribe:
Franco Sampietro (*)
Queda claro a esta altura el retroceso del Gobierno de Evo Morales a posturas conservadoras del populismo de derecha. Así lo demuestra el desnudamiento de su política antipopular encarnada sobre todo en el “Gasolinazo” de diciembre pasado y la reciente marcha por el territorio del Parque Isidoro Sécure (Tipnis), coyunturas que representan la claudicación de los intereses de las bases y la impunidad obsequiosa a los aparatos represivos del viejo Estado liberal.
En efecto, después que el domingo 25 de setiembre el Gobierno interviniera la famosa marcha indígena contra la construcción de la carretera amazónica, la Policía reprime con gases y golpes, amarra y amordaza a varones y mujeres, les niega el agua y decomisa sus alimentos, separa a los niños de sus madres y embarca por la fuerza a los marchistas para que los devuelvan a sus lugares de origen. Ante el escándalo, el ministro de Gobierno dirá primero que no hubo agresión policial sino una defensa contra la agresión de los revoltosos; luego, al comprobar que nadie le cree, dirá que sí hubo agresión, pero que fue por orden fiscal; después, cuando el fiscal Uribe lo desautoriza, dirá que fue su viceministro Farfán, y cuando éste se defiende e, indignado, renuncia, dirá que no sabe quién dio la orden. Finalmente, el Gobierno decidirá echarle el fardo a la Policía, mostrando a las claras que no hay un mea culpa, sino más bien la búsqueda de un chivo expiatorio. Incluso esa estrategia podría haber colado, si no fuera porque las autoridades se la pasaron insultando a los indígenas como incapaces de tener ideas propias, sometidos a intereses foráneos, utilizados por las ONGs, por partidos de la derecha y hasta por la Embajada de Estados Unidos. Se escucharon expresiones tan ridículas como “gente enferma de oenegismo”. Incluso un dirigente quechua llegó a decirles “salvajes” en la televisión. Se ve a las claras que la mentalidad colonial no sólo pervive en los sectores oligárquicos y de clase media, sino también en el imaginario de amplios grupos originario-campesinos. O bien, que hay pueblos originarios de primera y pueblos originarios de segunda.
De lo que se estaba prescindiendo era nada menos que de la nueva Constitución, que el mismo gobierno indígena ha redactado. Correcto: se niega a la consulta previa que la Carta Magna prevé para estos casos. Y aquí surge el desconcierto: la Constitución, que establece los derechos de la Madre Tierra como superiores a los derechos humanos (el mismo Evo lo ha dicho hasta el hartazgo), de un plumazo pasa a estar por debajo del concepto del “desarrollo”.
Al haberse generado un nuevo patrón de acumulación en el país, las acciones del Gobierno pareciera que apuntan la artillería gruesa allá donde no se va a atacar: las petroleras, que últimamente se han multiplicado en mayor número que en los tiempos neoliberales, ya que los recursos naturales están subastándose a favor de las firmas extranjeras. La situación ha puesto en evidencia el entrelazamiento de intereses de las petroleras, la burocracia estatal y una nueva clase social emergente. Pero hay otros componentes vicarios: las ONGs, el narcotráfico (con una presencia velada), la invariable derecha (que de golpe se interesa por la Pachamama, a la que siempre depredó, y por los pueblos originarios, a los que siempre sometió), los partidos de izquierda (sobre todo el ascendente Movimiento Sin Miedo), los medios de comunicación, organizaciones sindicales, movimientos sociales independientes y los gobiernos locales.
Hagamos memoria. La expresión “Proceso de cambio” (que se ha convertido en el mantra de los seguidores de Morales desde que ganó las elecciones en diciembre de 2005), designaba semánticamente a una masa postergada profundamente insatisfecha y deseosa de cobrar cuentas a una historia colonial de 500 (eng) años. La realidad de la posesión por un indígena auténtico disparó el sino esperanzador de ese hipotético “Proceso de cambio” (otras perlas han sido: “Mandar obedeciendo“, “Revolución cultural”, “Socialismo comunitario”, “Proceso de descolonización”, “Estado plurinacional”). Era el momento de fundar algo nuevo y el primer discurso del Evo llenó el éter de símbolos revolucionarios (Túpac Katari, Bartolina Sisa, Zárate Willka, Che Guevara) y una consigna característica del EZLN que podía interpretarse como un guiño a la figura del Subcomandante Marcos. El tiempo se encargó de mostrar que la vivencia política tiene la virtud de desencantar el cielo de la teoría y que la demagógica demostración realmente acontecida se iría decantando en una verdad muy alejada de las buenas intenciones esperadas. Transcurrida la primera gestión de Gobierno de cinco años y comenzada la segunda que cumplirá en unos meses dos, Evo Morales tiene las mismas palabras, con la ventaja de que el sentido de sus acciones ya no es ambiguo sino preciso, enfrentándose a una sociedad que cada vez cuesta más someter a las promesas y desmovilizar desde arriba.
En suma: se habla de esperanzas y deseos en un lenguaje retórico a la vez que la realidad inmediata muestra al Evo como un político populista de costumbres autoritarias propenso a mandar “quieran o no quieran” (según él mismo les respondió a los marchistas, y que podría resumirse igualmente en otros hechos afines, como el control mediático, la impopular elección de jueces masistas: perdió las elecciones por el 70%, los teléfonos y correos electrónicos pinchados vía decreto o la indiscriminada amenaza de cárcel para la oposición ). Es esa la peor política: la que se disfraza de izquierda e indígena para reforzar la dominación burguesa.
(*) Escritor y periodista villamariense radicado en Bolivia
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