En ciudades que no son precisamente un ejemplo de pulcritud, como Buenos Aires y Córdoba, sin embargo, ya se ven a mitad de cuadra contenedores públicos con tapa para los residuos domiciliarios.
En nuestra ciudad, además, muchas obras de construcción depositan sus deshechos en contenedores metálicos. Los centros de salud, es sabido, tienen servicios diferenciados de recolección de materiales patógenos.
Inclusive en la propia cuadra de Periodistas Argentinos al 600, hay un comercio dedicado al procesamiento del cuero que de vez en cuando contrata un contenedor para deshacerse de su rezago.
Pero al frente, en la Terminal de Omnibus, coquetamente reformada, hay un talón, o mejor dicho, un ano de Aquiles: el gran canasto desbordante de maloliente basura.
Nada menos que en la Terminal, donde día a día circulan a todas partes cientos de encomiendas, paquetes, packs, etcétera, no se puede empaquetar de alguna manera la basura para llevarla a unos pocos kilómetros del centro. Es así que se acumulan todo tipo de desperdicios, en donde los perros callejeros hurgan y destrozan bolsas para hallar alimento y donde el viento se ocupa de ampliar el radio de acción de la mugre.
El lugar no es un sector oculto a la vista, sino bien visible y olible por quienes estacionan o circulan en la cuadra, donde al frente hay nada menos que un centro expendedor de alimentos y un comedor.
El asunto no es nuevo en estas páginas, sólo que llama la atención que este tema, (tan caro a la población, que llama a los medios de comunicación quejándose por la suciedad de los sitios baldíos, y tan caro al Estado municipal, que es el propietario del predio) no figure entre las prioridades del concesionario de la Terminal para darle una solución acorde a una ciudad que espera para esta temporada ser centro de atracción turística.