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9 de Noviembre de 2008
Transitando los caminos de la historia - Nota 153
Los sindicalismos de Tosco y de Rucci
Entrevista con el historiador Alberto Lapolla
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Escribe:
Jesús Chirino



Algunos sectores han abierto la discusión acerca de las circunstancias de la muerte del sindicalista José Rucci a partir de lo cual su nombre ha saltado a la cotidianeidad informativa. Pero existen nuevas generaciones que poco conocen de los principales rasgos de quien fuera secretario General de la CGT, especie de contrafigura del cordobés Agustín Tosco que lideraba un sindicalismo de izquierda clasista. Con la intención de aportar al conocimiento de Rucci y su práctica sindical, entrevistamos al historiador Alberto Lapolla, quien ha publicado varios libros acerca de los violentos años setenta en Argentina, para que nos proporcione algunas claves que ayuden a entender los modelos sindicales de la época.

@ Corrientes sindicales

- Cuando Perón regresaba a nuestro país, en 1972, el diario de Villa María “Opinión” publicó declaraciones que Agustín Tosco realizó en la sede local de la Unión de Educadores, allí dijo “Rucci es un gorila”. Según vos, qué motivaciones tenía el gran sindicalista clasista para, en noviembre del ´72, calificar de esa manera al líder de la CGT nacional.

- Bueno, la respuesta no es tan sencilla. Como vos decís el sindicalismo de entonces -la fuerza social más poderosa del país, con seis millones de obreros industriales en blanco y con pleno empleo, con poderosos cuerpos de delegados, comisiones internas, sindicatos, regionales de la CGT y un poder decisivo en la sociedad- estaba dividido en dos grandes corrientes. Por un lado el sindicalismo ortodoxo peronista, tributario del vandorismo, poseedor de los principales sindicatos, la llamada “burocracia sindical”, que abrevaba en el pensamiento estricto de Perón en el sentido de no apoyar la lucha de clases, buscando por el contrario la colaboración de clases, dentro del Frente Nacional que el peronismo proponía y que abarcaba desde la burguesía nacional –urbana y rural- pasando por las clases medias urbanas y rurales y particularmente por la clase trabajadora. En este sentido cabe aclarar, que fue un error de Perón, que tenía por su formación profesional como militar y su formación teórica un profundo temor por las masas en movimiento por sí solas, “sin un conductor”, como él decía, tal como lo expresó en la “Comunidad Organizada”, por ejemplo. Las masas debían articular con el Estado y la patronal para buscar el bien común, sobre la base de una altísima distribución del ingreso y de una política social avanzada, pero eludiendo en lo posible el conflicto sindical. Digo que fue un error, pues eso lo llevó finalmente a rodearse de dirigentes sindicales corruptos, enemigos de la asamblea y las prácticas democráticas en el movimiento obrero -aun hoy el movimiento obrero no posee representación proporcional de las distintas agrupaciones que participan de sus elecciones, usando el antidemocrático método de las mayorías y las minorías de los tiempos de la Ley Sáenz Peña, con elecciones cada cuatro años y fuertes limitaciones para participar en sus elecciones internas, habiendo sido el principal cómplice de la destrucción del país peronista realizada por el traidor de Anillaco. Pero digo que fue un error también, pues como muestran los procesos venezolano, boliviano y ecuatoriano la lucha sindical de los trabajadores dentro del Frente Nacional con la burguesía nacional como expresión natural de la lucha de clases, no sólo no debilita sino que fortalece al Frente Nacional con la burguesía nacional, pues como mostró la historia y la Argentina en particular, es la clase obrera la clase que está siempre dispuesta a hacer el esfuerzo por sostener el Frente Nacional y la burguesía, la que está más pronta a asumirse como burguesía y abandonar su carácter nacional, uniéndose rápidamente a los sectores oligárquicos e imperialistas. Tal como pasó en nuestro país en 1975 a partir del Rodrigazo o como pasa en la actualidad a partir del último tramo del Gobierno de Néstor Kirchner y ahora con el de Cristina Fernández.

El segundo componente -por entonces muy importante- del movimiento obrero, era el sindicalismo clasista y combativo del cual Agustín “El Gringo” Tosco, junto a Raymundo Ongaro -más tarde también Reneé Salamanca, Alberto Piccinini, Julio Guillán y los compañeros del Sitrac-Sitram, como antes también lo habían sido Gustavo Rearte, Raymundo Villaflor, Sebastián Borro, Avelino Fernández y Andrés Framini- eran sus principales referentes. El caso del Gringo Tosco, sin duda es tal vez, el mayor dirigente sindical que haya producido hasta ahora la clase trabajadora argentina. Este sector sería muy importante en el interior del país luego de la creación de la CGT de los Argentinos en 1968, y del Cordobazo de mayo de 1969, que es su consecuencia más directa. Este sindicalismo sí abrevaba, de manera consciente o en la praxis gremial en la teoría de la lucha de clases -la misma que la lucha de la burguesía sojera y rentista durante 120 días demostró tener en nuestros días, plena vigencia, pese a toda la mierda posmoderna y neoliberal que la había dado por muerta- y era característico por sus posiciones combativas y por darle a la lucha gremial un fuerte contenido político, pues consideraban que el movimiento obrero era el principal componente del Frente de Liberación Nacional y por ende debía actuar como su vanguardia. Este sindicalismo clasista y combativo es a mi entender, el mayor producto de la historia de la lucha de clases moderna del proletariado industrial argentino, y se expresaba nítidamente a través de los programas obreros de Huerta Grande, La Falda y el del 1º de Mayo de la CGT de los Argentinos. El sector clasista y combativo era una mezcla de peronistas combativos, marxistas independientes, junto con toda la militancia de los partidos de izquierda, incluidos los representantes del peronismo armado y de la izquierda armada de entonces, es decir las FAP, las FAR, el ERP, los Montoneros, las FAL, los Descamisados y demás grupos emergidos en los ’70. Todas estas expresiones eran, por entonces muy fuertes en el movimiento obrero argentino y componen el 55% de los 30 mil -es decir unos 18 mil- desaparecidos, que son dirigentes sindicales de base de esta corriente. Rucci y Tosco eran por así decirlo, las dos expresiones máximas de ambas líneas. Rucci ya en los tempranos ’60, había impresionado a John W. Cooke, pues en una reunión con sectores católicos, Rucci había afirmado que el “peronismo era el principal dique de contención del comunismo” en la Argentina. En un momento de fuerte crecimiento de la corriente combativa por todo el país, Rucci era el principal referente de la ortodoxia que veía en ese crecimiento a su principal enemigo, mucho más que a la dictadura que azotaba a la Nación. De allí que su accionar fuera ferozmente antidemocrático, interviniera sindicatos, regionales de la CGT, anulara elecciones donde los combativos ganaban, apelara al matonaje para ganar asambleas, elecciones y en general fuera un dirigente muy repudiado en el interior del país donde este proceso se producía en escalada. Y por supuesto no paraba un minuto de expresar su oposición al marxismo, a la izquierda y a la lucha política del movimiento obrero, pues según él el movimiento obrero “era peronista”, y eso “no se discutía”. Lo cual era muy cierto, pero casualmente un sector cada vez más numeroso de esa clase obrera -mayoritariamente peronista- quería poseer otra conducción sindical, más combativa, democrática y con mayor peso de las bases y con una acción política abierta a favor de la “Patria Socialista” expresada por Perón y Evita. De allí que casi el 80% de los conflictos gremiales que se libren desde 1968 hasta 1976, en nuestro país, serán luchas por la democratización de los sindicatos, y claro eso era mortal para Rucci y sus compañeros de la burocracia sindical, lo cual por supuesto no justifica ni mucho menos su asesinato. De allí que en ese marco, en plena ofensiva popular de 1972, con Perón volviendo al país cerrando 18 años de proscripción y persecución, la acción antidemocrática y policíaca de Rucci como secretario General de la CGT, mientras Tosco había pasado casi todo ese tiempo en la cárcel sin la solidaridad expresa de Rucci, promoviera que el gran Tosco acusara a Rucci de ser “un gorila”.

@ La unidad venía de abajo

- En tu libro “La esperanza rota”, tomo II de “Kronos”, editorial “de la campana”, realizás una prolija cronología de aquellos años. Allí describís importantes acontecimientos tanto del sindicalismo clasista cordobés como del sindicalismo que representaba Rucci. ¿Cómo describirías la relación entre estos dos sectores?

- Bueno bastante ya abordé el tema en lo que señalé más arriba, pero cabe aclarar que la relación entre ambos sectores era en general conflictiva por arriba, pero no así por abajo donde los trabajadores debían unirse para luchar contra la patronal, la Policía, el Ejército y la política económica de la dictadura. Ese era, casualmente, el principal argumento que hacía crecer al movimiento sindical clasista y combativo: la unidad de acción. Sin embargo por arriba y en particular desde el campo de la ortodoxia se veía al sindicalismo clasista y combativo como su principal enemigo. Esta situación se va a acomplejar por dos cuestiones: la errónea política de ejecutar dirigentes sindicales ortodoxos, por parte de las fuerzas guerrilleras y la toma de partido de Perón a favor de la ortodoxia luego de su regreso definitivo al país, lo que inclinaría la balanza en contra de Tosco y sus compañeros.

@ Asesinato de Rucci

- Como historiador, cuáles pensás que son aquellos datos fundamentales que deben tenerse en cuenta para entender el hecho de sangre que terminó con la vida de Rucci y qué papel jugaba este hombre en la estrategia del general.

- El asesinato de Rucci fue uno más de los despropósitos de la época y si bien todo indica que el hecho fue realizado por la Organización Montoneros, no pueden eludirse, como en muchos otros hechos de sangre de entonces, conexiones más complejas, como la de López Rega, por ejemplo, mortalmente enfrentado a Rucci en el momento de su muerte. Como dije más arriba, Rucci representaba el pensamiento puro de Perón, respecto de como debía situarse el movimiento obrero, hecho refrendado luego por su ley sindical, que aumentaba el poder de la conducción por sobre la base, recortaba fuertemente la democracia sindical y llevaba las elecciones cada cuatro años, vinculado a esa concepción errónea -en mi opinión- que el General poseía sobre el accionar de las masas al margen del control del Estado. Es así que la muerte de Rucci es un duro golpe para el General, ya que Rucci era una pieza muy importante en el dispositivo del “Pacto Social”, propuesto por Perón y su ministro comunista José Gelbard.
También Rucci había jugado fuertemente en la masacre de Ezeiza a favor de la patota de Osinde y esto le había ganado el odio -y tal vez la condena a muerte- por parte de la conducción montonera. En el momento de su asesinato el Pacto Social atravesaba los primeros cimbronazos debido a la avaricia y secular codicia de la burguesía argentina, que si bien había congelado precios y salarios, cambiaba las condiciones de trabajo en contra de los trabajadores, lo cual generaba un fuerte revulsivo en las bases, lo que llevaba a las conducciones ortodoxas a ser superadas por la corriente clasista y combativa.
Sector ilegalizado de hecho por Perón con la nueva Ley Sindical y la caída sucesiva de los gobiernos provinciales legítimos, que respondían a la izquierda peronista. Especialmente mediante el infame golpe de Estado contra Obregón Cano y Atilio López en Córdoba, organizado por el hombre de los trabajos sucios del general, el coronel Jorge Osinde y llevado adelante por el comisario Navarro. Este -tal vez el hecho más infame del tercer Gobierno de Perón- abrió las puertas a la represión más salvaje y abierta que llevaría a la destrucción al movimiento combativo cordobés que era el núcleo duro de dicho movimiento. Rucci era de alguna manera una herramienta muy importante para la estrategia de Perón de sostener el Pacto Social logrando mejoras para los trabajadores, pero sin apelar a las huelgas y conflictos que según el General afectaban la marcha de la economía. Pero hay algo más, luego de Ezeiza Perón había girado su política, volteando a Cámpora y sacando a la izquierda peronista de la escena política nacional.
El asesinato de Rucci surge también como un intento desesperado de Montoneros por lograr algún impacto político en las cercanías del General. “¿Ustedes para pedirme una reunión me tiran un cadáver sobre la mesa?”, dirá el General más tarde a los “muchachos”, pero Rucci ya había sido asesinado y la puerta del “escarmiento” quedaba abierta. También la ruptura entre sectores que tenían el mismo enemigo mortal y exterminador y que debían pelear juntos ante el agujero negro que produciría la muerte del General.
El asesinato de Rucci, si bien fue parte de la conflictividad de la época no tiene ningún justificativo y por el contrario aisló mucho más a la izquierda peronista y sus efectos golpearon a todo el sindicalismo combativo abriendo el camino a la brutal represión y exterminio posterior. Sin embargo en los últimos tiempos la derecha agita el asesinato de Rucci y su necesaria y justa investigación, para tratar de manchar al Gobierno al que acusa de “montonero” y “colectivista” -La Nación dixit- y de alguna manera resucitar la teoría de los “dos demonios” y poder empañar el consenso generalizado que existe en la sociedad sobre lo justo y legítimo realizado por el Gobierno, de juzgar y condenar a los asesinos y genocidas de la dictadura acabando con su pornográfica impunidad.

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