Por Juan Pablo Abraham
(eldiariocultura@gmail.com)
1) A modo de introducción, de la mano de J. Pieper.
Estimado lector, no pretendemos agotar el tema, de hecho tan complejo, sino tocar algunos de los núcleos de la cuestión. Su benevolencia ante un simple escrito es muy valorada por quien escribe.
Comienza J. Pieper su segundo capítulo del “ocio y la vida intelectual” con dos lemas que son síntomas de una enfermedad que parece tan evidente pero tan escurridiza entre los hombres; reza de esta manera: “Trabajo del espíritu y trabajador del espíritu”. Estas palabras que parecen tan nobles a nuestros oídos sólo están indicando que el trabajo ha conquistado de un modo imperial “todo el territorio del quehacer espiritual sin excluir los dominios de la educación filosófica”. Como se observa en estas simples palabras, el trabajo ha calado hasta lo más íntimo del hombre, su espíritu.
Cabe decir que si bien nosotros no usamos esos lemas tal cual aparecen en Pieper, solemos decir y no con una intención distinta: “Trabajador de la educación”.
Abordaremos a colación las posibles raíces de estos lemas según Pieper.
Siguiendo el camino que recorre el tiempo, el pensamiento medieval “distingue”(1) la razón como ratio de la razón como intellectus. La ratio es la facultad del pensar discursivo, el intellectus es la simple visión del alma “simplex intuitus” (el conocer es una actuación conjunta).(2)
Por este motivo querido lector “... el que entienda, lo mismo que los antiguos, que el conocimiento espiritual del hombre es una actuación mutua de la ratio e intellectus y pueda percibir en el pensar discursivo el ingrediente de intuición intelectual y descubra, sobre todo, en el conocimiento filosófico que tiene como objeto el ser en general, el ingrediente de contemplación, tendrá que encontrar que la caracterización del conocer y del filosofar como trabajo (...) no llega al núcleo del asunto, pues se deja algo esencial.”(3)
Continua Pieper explicando que la afirmación de que el conocer es trabajo tiene dos aspectos y representa dos pretensiones o exigencias. La primera planteada al hombre, la otra que procede de éste. De esta manera se desprenden dos proposiciones:
- el conocimiento en general es un trabajo y
- el hombre se autoabastece ya que es el sujeto del trabajo.
En resumen, estas consideraciones hacen que el lema “trabajador de la educación” ocupe un lugar que no le corresponde en el conocimiento del hombre ya que asfixia el simplex intuitus, es decir la intuición.
En síntesis, para que tú lector entiendas cabalmente, lo que se quiere sostener es la simple intuición del espíritu, es la simple contemplación, es el mirar pasivo de la realidad, es la teoría. Pero mas allá de significar un anulamiento del esfuerzo discursivo, la intuición le permite a la razón (ratio) lograr elevarse sobre la realidad puramente sensible para captar la existencia de todas las cosas.
Cuando un contador camine por la costanera de Villa María y logre olvidarse por un instante los gastos que dicha empresa le costó a la intendencia de turno y cuando un ingeniero se olvide del cálculo de la presión que dichas aguas ocasionan y se sumerjan en la contemplación del espectáculo del ser, y vean por un instante que lo que existe es algo que trasciende todo obrar humano, (o como diría Atahualpa Yupanki “es un enano quien se posa frente a los Andes”) verán y sentirán cómo la realidad sobrepasa el efímero espíritu del hombre como diría el poeta latino Horacio.
En una mayor síntesis: la intuición es “facilidad y posesión tranquila y pacifica” y la razón o pensar discursivo es “dificultad y fatiga”.
En este sentido se vive el Imperio de Kant, filósofo éste que pensaba que la filosofía no admitía otra cosa que un trabajo hercúleo, eliminando de este modo la intuición como primera captación de la inteligencia pasando a ser una “simple sospecha” que nada nos dice de la realidad. Por supuesto que en términos físicos o matemáticos o silogísticos nada nos dice. Pero sí nos dice en términos de la apertura total a la realidad de las cosas, de la simple contemplación por la cual bien vivió Santo Tomás y por la cual pudo entender que la caridad no consiste en un esfuerzo, como en la moral Kantiana que excluye toda inclinación natural, por lograrse ésta sin dificultad. Pues nos decía el santo: “Si la caridad fuera tan completa que suprimiese en absoluto la dificultad, sería entonces más meritoria” pues, está significando que el objeto propio de la voluntad es el bien, no la dificultad ni el esfuerzo. Es este el gran riesgo de todo cristiano, de todo aquel que se sabe y se siente donado por el Espíritu Santo. Pues éste sabe en primer lugar que se le ha otorgado algo sin esfuerzo ni dificultad, y es el don. Este don presupone, ya sea el esfuerzo por conseguir un bien, ya sea la dificultad en saber la verdad de algún problema.
Cabe decir por lo tanto que el esfuerzo aquel que está muy cerca del cinismo, ese que se termina en el mismo esfuerzo no tiene como fin la felicidad, pues este fin es el caso de toda verdadera oblación cristiana. ¿A cuántos cristianos laicos, y yo en primer lugar, o sacerdotes vemos agotar sus días en el esfuerzo y nada más que en el esfuerzo? ¿Cuánto en la bella contemplación de la Realidad Divina de la Trinidad? Pero te preguntarás: ¿Qué tiene que ver esto con la inteligencia? Mucho, pues el conocimiento tiene como fin la aprehensión de las cosas, no su dificultad, y el trabajo tiene como ingrediente el esfuerzo pero este no es su fin.
Como se observa, mi lector, Pieper intenta desenterrar como un arqueólogo verdades olvidadas, con esa capacidad que es propia de un filósofo abierto a la totalidad del ser. De la misma manera pueden emerger del subsuelo verdades devastadas por el terremoto moderno. Rescatando así, las raíces que aún permanecen vivas a pesar del derrumbe.
Aliento de esperanza es este filósofo cristiano que nos señala con su índice gigante aquella apertura al ser que debemos recuperar para lograr de esta manera nuestro más excelso conocimiento de la realidad.
2) El historicismo en la educación:
El problema educativo a nivel general es profundo y serio. Es mentira que lo que falta en Argentina es implementación, hacen falta teóricos. Sin teóricos la implementación no existe. Y si existe es chirle, como diría el Padre Leonardo Castellani.
Cabe decir que para analizar completamente la educación se necesita la ayuda de las ciencias técnicas, como la Sociología, la Psicología, la Administración, etcétera. Pero lo que rodea íntimamente la educación es la Ciencia que poseen los que la imparten. No hay que ser muy lúcidos para ver cómo un profesor/a/or-a, puede darse la última también, explica a Platón sin entenderlo. Quiero decir sin entender la ciencia por la cual él vivía. El carnicero de la esquina, bien lo dice: “¡Vocación, vocación!” Y yo le digo: “¿Vocación sin Dios? ¿Y quién llama?” pues nadie, vocatio/onis, querido lector, es la acción de llamar. “Si supieran latín”, decía Castellani.
El problema es de antaño, no debe enseñarse filosofía como si fuera una suma de datos que hay que recoger, debe enseñarse a pensar los problemas que son perennes y resolverlos con los filósofos de todos los tiempos. Mi primer problema fue el problema del amor, y así recorrí varios pensadores. Pero ese problema me lo despertó un maestro, no nació como el yuyo. En verdad un buen aprendizaje exige en primer lugar un docente que tenga ciencia y en segundo lugar un alumno con intención de aprender, los demás problemas son ajenos a esto.
Por otro lado, es cierto que un niño con hambre no aprende, ni un niño golpeado ni de padres despreocupados. Pero también es cierto que no se va a educar mejor “educando” a los docentes con “pedagógicas” para ver cómo debe dar una clase de tal manera que no afecte la sensibilidad del alumno y para mayor eficacia del aprendizaje. Pues el fenómeno de las “pedagógicas” es un invento del mismo sistema tecnocrático, que se ha desvinculado de todo sentido ético ya que no atiende más que a los medios para llegar a tal eficiencia, a tal finalidad; por lo mismo, se aleja de deber ser . Pues esta distancia nos salva de entender la bondad o maldad, la verdad o falsedad, la belleza o fealdad de la formación integral del hombre. Pues la pregunta por si estamos educando bien o mal, escapa. Lo mismo si educamos en la verdad y en la belleza. Pero ¿por qué sucede esto? La respuesta puede ser muy directa y muy simple: porque ya no hay más filosofía de la educación. En este sentido se ha remplazado sistemáticamente la pregunta por el deber ser propio de una educación emparentada directamente con la filosofía quedando el ser solo y aburrido, sin otra cosa que existiendo tal cual es y está, sin mejoría alguna. Pues, yo puedo vivir sin Verdad, pero esto no significa que sea lo mejor para mi inteligencia; también puedo vivir sin Bondad y esto no es lo mejor para mi voluntad que quiere siempre lo bueno; por último, puedo vivir sin Belleza, y esto no es lo mejor para mi gozo que pretende sumergirse en lo bello. Esto se entiende ya que la mirada actual sobre la esencia del hombre es puramente histórica, contingente y circunstancial. Hay que adaptarse, se dice. Y la pregunta por lo qué es propiamente humano antes y ahora desaparece. Por este motivo la educación actual responde a lo momentáneo del hombre y brinda las herramientas para satisfacer sus necesidades básicas dejándolo huérfano de los problemas humanos por excelencia, los cuales son: la felicidad, el amor, la belleza, lo bueno, lo verdadero etc.
Lo dicho hasta ahora responde a lo que se quiere superar: el historismo. Que es la tendencia intelectual de reducir la esencia del hombre a su condición histórica desencajándola de un sentido ético capaz de responder a una mejoría o un estado mayor al actual. Mi generación es la que aprendió a pedir panchos en inglés: “Hello, I´d like a hot dog, please” ya que ésa era supuestamente la necesidad de estos tiempos, ¡cuidado! no a leer pequeños fragmentos de Hamlet de William Shakespeare que es necesidad del alma en todos los tiempos. Y así quedan sepultadas las palabras sonoras del príncipe: “Ser o no ser... He ahí el dilema”.
Para concluir, y ya con el problema planteado, sale a flote que un verdadero docente educa en la ciencia no sólo de lo que es sino también de lo que debe ser. En este sentido el que tiene ciencia, la imparte. Pues esto decía el Comentador de Aristóteles, Santo Tomás: signum scientis est posee docere. “El signo de la ciencia es poder enseñar”.(4)
NOTAS:
(1) Observe como Pieper utiliza el verbo en presente de indicativo, y se guarda de decir v.g: había distinguido; vasta señal de la eternidad del pensamiento y del sin tiempo de las verdades.
(2) Hay que aclarar que lo propiamente humano es la ratio. Como dice de S. Tomás de Aquino, la vida contemplativa es non proprie humana sed superhumana. Virt. Card. I
(3) Pieper, p. 24
(4) [81595] Sententia Metaphysicae, lib. 1 l. 1 n. 29.
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