Escribe: El Peregrino Impertinente
Llega la Navidad, época maravillosa si la hay. Todos alegres, aguardando el arribo de esa fecha tan especial. O casi todos. El pobre Papá Noel, instalado en su oficina del Polo Norte, lo pasa jodido. Sabe que por delante tiene un viaje imposible, el mismo que realiza cada año, y que le ha hecho recorrer más kilómetros que cadete empastillado.
Ahí está el tipo, las manos en la cabeza y un desparramo de mapas sobre el escritorio. Los nervios a la miseria. Entonces llega uno de los duendes que trabajan en la fábrica de juguetes. Se saca el gorro y los guantes, y con un GPS en la mano le dice: “Viejo, acá te traigo este aparato para que dejes de renegar con los mapas esos”. Y antes de marcharse, agrega “Ah, y acordate que todavía nos debés el aguinaldo y el bono de fin de año, que mi señora me tiene las bolas por el piso preguntando”. Después, vuelve sobre sus pasos: “Casi me olvido: Monk se rebanó un dedo con la maquina de cortar madera y al salame de Arus se le cayó una caja de bolitas de acero en el pie. Mañana te traigo la factura del médico”. No es fácil ser jefe.
Igual, no todas son pálidas. Ya con su GPS, Papá Noel la tendrá mucho más fácil. Por espacio de 24 horas, recorrerá el mundo entero distribuyendo escalectris, muñecas peponas y libros de “Cómo triunfar en los negocios” (los pibes vienen muy ambiciosos últimamente). De Ushuaia a Groenlandia y de Managua a Tokio, el hombre de barba blanca que aparece en las gaseosas de dos litros, transpirará la gota gorda. Cambios de clima, embotellamientos aéreos y un jet lag grande como la deuda externa de Grecia, serán algunos de los escollos a superar.
Pero bueno, vamos Papá Noel, que vale la pena. Todo sea por tener a lo nenes contentos, y ver si así se dejan de romper las pelotas por un rato.
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