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Marín celebra con Yrigoyen el gol que le hizo a Colón. Toda una imagen |
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Escribe: Juan Manuel Gorno
En el escaso margen de análisis que da el tiempo en el fútbol doméstico, con las finales del Clausura abriendo sus puertas, el resultado impera por sobre algunas cuestiones que suelen quedar en la vereda.
Sin embargo, antes que se repartan las medallas y se coloquen los títulos de campeón, previo a la Fiestas, debe existir una especie de consagración moral para tres goleadores emblemáticos que marcaron un sello de coraje y sacrificio, a pesar del paso de los años.
Javier Carassai, de 39; Diego Marín y Rodrigo Liendo (ambos de 33) expusieron esta temporada una versión de talento intacto y esfuerzo inoxidable. Fueron tres atacantes de elite en un fútbol muchas veces bastardeado, que suele guardar este tipo de ejemplos a seguir en la cancha.
No fue poco tener en las semifinales locales a quien se anotó como el hombre con más goles en la historia de la Liga de Río Cuarto, el lugar donde se gestaron verdaderos grandes del fútbol argentino (Pablo Aimar, por caso).
Con ese simple dato, Carassai, el mayor de los hermanos futboleros que surgió de Alumni, se convirtió desde hace rato en un embajador cercano de los grossos productos villamarienses.
La ciudad lo vio nacer en el rectángulo de juego cuando, en un partido del equipo fortinero, el por entonces pibe debía remplazar al “Perro” Arbarello, nada menos. Y también la misma ciudad lo sufrió cuando el “Javi”, hecho delantero temible, se destacó en un torneo nacional jugando para Jorge Newbery, de San Luis.
Sus condiciones lo pudieron llevar más lejos y, no obstante, el mundo de Carassai finalmente fue General Deheza, donde reside luego de haber fabricado su alo protector, el de ídolo de Acción Juvenil.
Después del retiro y la plaqueta en la Liga de Río Cuarto, Carassai recibió la invitación desde Las Perdices, tomó la sabia decisión de aportar algo más antes de llegar a los 40 y engalanó a San Lorenzo, un equipo que apenas podía sostenerse entre los que peleaban abajo y sin grandes protagonismos.
Sus tiros libres rayando la perfección, sus goles de improvisación elogiable y su bandera de perfil bajo, devolvieron una porción de felicidad a la afición de la Liga Villamariense, que igual bastante disfrutaba con Marín o Liendo.
Todo pasa por esa potencia de energía fantástica que sueltan en el camino los goleadores cuando salen a celebrar, una potencia que los perdedores captan con un dejo de envidia sana.
Pregunte sino en Colón de Arroyo Cabral por Marín. Allí lo conocen hasta las hormigas; fue vivado, idolatrado, llevado en andas y consagrado. Dominó la escena del arco de enfrente más que nadie, marcó una década de gritos y rompió todas las estadísticas de goles, torneo tras torneo.
Todo esto no alcanzó para detenerlo en el momento que estuvo del otro lado, como el domingo, con la camiseta de Yrigoyen de Tío Pujio.
Técnicos, hinchas, dirigentes y -sobre todo- aquellos que le bajaron el pulgar en el seno de la entidad para provocar su partida, hacían fuerzas en Cabral para que el verdugo no sea del mismo palo. Sin embargo, la realidad sostiene ese imposible freno a la capacidad de artillería del enorme goleador, que festejó con ganas su tanto en las semifinales, a pesar del lamento en el vecino cabralense.
Es cierto que Diego pudo ser algo más que el rompe redes histórico de la liga, pero en el fútbol, a veces el destino suele presentar el camino dinamitado. Y Belgrano de Córdoba no atravesaba los días serios y gloriosos de hoy en aquellos meses que ponían al delantero en la antesala de primera división.
Aún sin la velocidad de otros tiempos, ahora Marín está impecable en su función, a punto de jugar otra final y por desatar euforia en Tío Pujio.
Esta semana nomás, el atacante de Yrigoyen se pondrá frente al último campeón local, Universidad Nacional, que cuenta entre sus filas con un viejo compañero.
Allá por el ‘95, Marín y Liendo (junto a otros destacados como Víctor Rena y Gonzalo Valle), entraron a la historia de la Liga Villamariense porque conformaron el único seleccionado campeón provincial, en Sub 17 y con Pedro Calderón de entrenador.
Por entonces ambos ofrecían opciones diferentes de cómo ser un goleador. Y en el caso específico de Liendo, de a poco se fue armando su presencia de “Tanque” demoledor, un pichón de “Búfalo” Funes o de tantos artilleros con fuerza y picardía.
Fue Mario Requena quien lo fogueó en Alumni, en la Liga Cordobesa, donde el villamariense no sólo se destacaba por su pelo largo y sus piques cortos.
El golpe seco para definir apenas visualiza el arco, el cabezazo certero ante defensores más altos o la explosión inmediata tras un pase al compañero de espaldas al zaguero, fueron y son características inconfundibles de Liendo, quien se volcó a la liga cuando bien pudo haber brillado más arriba.
En un momento, sus condiciones coquetearon con el fútbol chileno, pero la familia y los estudios ganaron la pulseada del futuro para el villamariense, que también fue compañero de Carassai (en Acción Juvenil).
Si después de las finales del Clausura, Universidad saborea nuevamente todo el éxito, Liendo -verdadero referente del equipo que armó Joselito Bernadó- registrará un bicampeonato de antología que la casa de altos estudios lo tendrá grabado para siempre.
Pase lo que pase, después vendrán días de descanso para los goleadores. Y para los arcos.
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