Luis Alberto Olivo incursionó profesionalmente en los más variados estilos y en todos pudo dejar una suerte de marca personal.
Su formación inicial había tenido lugar en las aulas de primaria de la Escuela José Ingenieros y de secundaria del Instituto Bernardino Rivadavia, cuando el doctor Antonio Sobral todavía caminaba sus pasillos. Luego marchó a Córdoba para proseguir la carrera universitaria y graduarse con la idea de hacer del hábitat “un espacio para el bienestar”.
Llegó de regreso a la Villa y mantuvo el círculo de amistades que había diseñado y construido en “los años mosos”. Luego se fue a vivir a Barcelona, que es como hacerse discípulo de Gaudí. Al regreso, otra vez a frecuentar ese círculo íntimo casi de secundaria, con cuyos integrantes viajaba a menudo a la Villa María Chica, como denominan a un pequeño caserío ubicado entre los parajes serranos de La Cruz y Cerro Pelado. Ayer, en Facebook, se pudieron leer varios comentarios de pesar por su fallecimiento.
Tenía 59 años y residía en lo que fue un casco de estancia, una quinta, ubicada en la calle Pinamar, del barrio Costa de Oro, de la vecina ciudad de Villa Nueva.
La aparición de un tumor en su cabeza hace ya bastante tiempo, empezó a complicarle la salud. Luchó haciendo caso al equipo de médicos que lo asistía hasta que pudo.
El velatorio tuvo lugar en la sala central de Cochería Itatí, y su cuerpo fue sepultado a las 18 de ayer en el cementerio La Piedad, de esta ciudad.
“Su espíritu queda en sus obras, puesto que a cada una pudo darle algo de sí”, manifestó a EL DIARIO uno de sus amigos.
En una nota concedida a nuestro Suplemento Arquitectura, había manifestado: “De las cosas que agradezco, es el poder hacer lo que quiero en el lugar donde nací... Y que hasta aquí me vinieran a buscar para hacer obras el El Calafate o en Brasil, fueron como premios”.