Escribe: Pepo Garay -
Especial para EL DIARIO
¿Cómo un lugar así de sencillo puede despertar tantas emociones? Pasear por Colonia del Sacramento, tesoro de la República Oriental del Uruguay, despierta la duda. Y también la respuesta. Explorarla es darse cuenta que para deslumbrar, no hacen falta demasiadas luces.
Esta ciudad con espíritu y valores de pueblo, demuestra cada día la verdad del enunciado. Su andar despreocupado, aire bohemio y corazón relajado, le alcanza para acaparar voluntades. Y ya realizada la conquista, le agrega una enorme dosis de historia, playas y cultura uruguaya.
La oferta, sin embargo, no termina de convencer a la masa de turistas argentinos. Los que llegan al vecino país por tierra (a través de Entre Ríos) o agua (vía Buenos Aires) desembocan en la localidad costera y disparan. Cruzan el charco y sin respirar arremeten contra las playas del este. No así el viajero. El se queda en Colonia.
Fuerza de la historia
De cara a ese río que parece mar, el foráneo disfruta de uno de los atardeceres más prodigiosos que haya contemplado. Atrás quedó un día encantador. En la jornada que ya se va, anduvo pisando las callecitas empedradas, admirándolo todo. Pero fundamentalmente, el casco antiguo.
Patrimonio de la Humanidad, es un desván de reliquias. Multiplicidad de casitas coloridas, antiguas y auténticas, marcan el paso. Como en la calle de los suspiros, esos 50 metros de roca al suelo, de farolas, de tiempos viejos, que nos cuentan cosas lindas haciendo base en el amor y la nostalgia. Emblema local, igual que el faro (alto y blanco, punto de referencia inevitable) o la puerta de la antigua ciudadela. Esta última protagoniza gran parte de las postales y recuerdos. El portal, el puente sobre le foso, la muralla y demás ornamentos, le otorgan a la zona la marca que identifica a Colonia. Otro tanto hacen las ruinas del Convento de San Francisco, la Basílica del Santísimo Sacramento, la Iglesia Matriz, el Bastión del Carmen o la Casa Nacarello. Monumentos todos que llaman a descubrir la interesante historia de Colonia.
Así, el viajero se sumerge en la aventura de los siglos. En el periplo, se entera que la capital del departamento homónimo fue el primer asentamiento extranjero del Uruguay, y que a la postre también sería la primera ciudad del país. Fue fundada en 1680 por miembros del Ejército de Portugal. Después, lusos y españoles se alternaron como gobernantes de la aldea. Recién en 1828 pasó a formar parte de la Nación sudamericana oficialmente.
Su ubicación estratégica la convirtió en objeto de deseo de las potencias imperiales y los gobiernos regionales, ya sea durante la época colonial como en la gesta independentista. El variopinto semblante de la ciudad, es sin dudas producto de la multiplicidad de culturas que la llenaron de vida. Las murallas y fortificaciones, así mismo, destacan su importancia militar en épocas anteriores. En los alrededores, los cafetines y restaurantes, y el Puerto de Yates con sus muelles, hacen volver la mente a lo contemporáneo.
Playas
En dirección al norte, las playas se van desplegando en generoso abanico. Siguiendo el pulso de Rambla de las Américas, los colonienses disfrutan los días de sol en la arena, o en el verde que sirve de antesala. Mate en mano (uno por persona, siempre), charla pausada y sentido del humor, reflejan la idiosincrasia del pueblo charrúa.
Son las aguas del Río de la Plata las que bañan el panorama, poniéndole freno al calor imperante. Casi al final de la costanera, aparece el Balneario Municipal, y más allá, la Playa Real de San Carlos. En el barrio homónimo, descansan otras dos joyas de Colonia: La Plaza de Toros (que supo tener capacidad para 10 mil personas) y el Frontón de Pelota Vasca (también en estado de abandono, el más grande de Sudamérica).
Otros dos espectáculos que impresionan, aunque jugándola de callados. Al mejor estilo Colonia del Sacramento.
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