En casas oscuras
tiembla el prójimo
¿quién sopla el dolor?
Alejandro Schmidt/de Casa en la arena
Lo que hiciste lo sabe tu hijo.
Lo va a saber tu madre.
Después lo sabrán los vecinos, el tipo que te vendió las papas inyectadas de odio. El que te eligió el perejil sombreado por la muerte. El que te envolvió las pechugas de pollo inyectadas de bilis. El panadero que escribió con sangre en una varilla seca, este es el pan del agente. Los niños que se comían una paloma, cargarán las piedras como el rey David para quebrar las lunetas de esos gigantes con los que nos patrullas día a día. Lo harán creyendo que todos son todos, que el veneno los sirve, los alimenta. Que no hay escorpión en el que se pueda confiar aunque haya heredado las formas de la vieja madre del mundo. Lo sabrán tus maestros de primaria, porque digo la primaria la terminaste. ¿Te acordás de esa maestra, que te secó la sangre cuando te rompieron la nariz los muchachotes de la banda? Esa que te explicó que el odio era inútil, que anda en las papas, en los tomates, en el pan como el miedo. ¿Te acordás que te secó la cara con una servilleta de papel y te llamó hijo, querido hijo dijo y le viste brillar los ojos? Querido hijo había dicho mientras te peinaba con las manos manchadas de tiza. Después te calmaste y comiste una factura que ella tenía en la bolsa. Una factura que estaba imperdible ¿Te acordás de ese sabor que no era frecuente? Yo te vi. Te vemos todos desde aquel entonces hasta ahora. Te ven tus padres, tus hijos, tu madre, tus hermanos, el párroco de la iglesia donde comías los sábados cuando los centros de apoyo al menor y la familia aseguraban que vos los fines de semana eras un fantasma, que no existías, cuerpito en la lluvia o entre soles neblinosos de un dolor cargado de bronca. ¿Cuántas ventanas rompiste? ¿Cuántas palomas cazaste? ¿Cuántas maestras en ese camino te habrán abrazado y rescatado de los muchachos? Eras débil, jugabas a ser ladrón. Te gustaba eso de huir sabiéndote perseguido por los que representaban el orden, la ley. Decime, ¿cómo se asienta el triperío cuando golpeás un guardapolvo blanco? ¿No ves que es como escupir al cielo? Y cuando apuntás a los pibes que cazan palomas ¿no ves que estás matando lo que fuiste? El panadero abrió el pan y escribe un adjetivo pensado como si fuera a escribir un ensayo sobre la ira. El verdulero asume que sus tomates te angustiarán la existencia. El carnicero infla el pollo con el suero que ha elegido como una especialidad del alma. En fin estás solo en una casa llena de enemigos porque sos de los muchachos ahora.
Ahora ya no sentís las manos llenas de tiza enjugarte el llanto, lavarte la carita con la servilleta de papel, regalarte una factura de las que traía para el mate cocido. Para vos ahora ese blanco es un centro de tiro, no está en el guardapolvo y si estuviera allí tampoco importaría. Para vos somos un blanco móvil, todo lo que te frene la ira o intente cuidar a los que son como fuiste te resulta un blanco de disparo, una posibilidad de terminarnos, de terminarte. El cura ya no rezará por vos y si lo hace lo hará llorando. Tu madre temblará cuando llegue el momento de parirte. Tu padre que estaba preso recordará que a tanta adversidad sólo lo arrojó el maltrato, que por la necesidad reventó los códigos, que fue esposado y preso como si las variables económicas dependieran de él. Como si el hambre fuera su responsabilidad. Como si el saqueo del tesoro público comenzara por ese hecho al que se vio obligado para que vos dejaras de comer palomas en una época donde un sultán, que volvió a ser viejo, gobernaba los destinos de estas tierras. ¿Habrás aplaudido lo de Fuentealba? ¿Te acordás? El maestro en la ruta esmaltando las manos de los paramédicos en esa sangre que todo lo quema. Algo dijiste reunido con tus colegas en la guardia. Un comentario que atrajo la mirada de los otros, la aprobación de alguno y el disgusto de esos que no se animan a hablar. ¿Cuál era tu consigna? , ¿Cuál tu divisa o las de tus compañeros, matar al inocente? ¿Al cordero y al que defiende al cordero? ¿Y los otros, los que trafican con seres humanos engrosando la carne de los prostíbulos? ¿Y los otros los de los grandes desfalcos, los que rematan el país, a esos nada? Es decir a esos que te pagan lo mismo que a mí y quieren que vivas con dos pesos. ¿A esos nada? Se acercan las fiestas, ¿Ya pensaste qué vas a desear en el momento que levantes tu copa? ¿Por quién pedirás que los años venideros sean felices? ¿Cabe eso en tu cartuchera, en el cargador de la Itaca, cabe eso? Y tu hijo, ¿estás seguro de no verlos algún día comer palomas? ¿Estás seguro que tu hijo, algún día, no será golpeado y clamará con la nariz quebrada que esa maestra a la cual llevás detenida le limpie la carita con una servilleta, lo peine con la manos llenas de tiza y le regale una factura que trajo para el mate cocido? ¿Estás tan seguro que alguna vez no tengan que robar o romper para gritar que siguen allí, entre nosotros, los villamarienses que no nos enteramos de nada? ¿Estás tan seguro?
Esto no pasará, vos lo sabés bien, como esos pajaritos que uno caza en la infancia, el alma de estos días te perseguirá siempre. La mirada adusta de la docente que te entregue la libreta de tu hijo.
La vergüenza del miedo con el que te reciban a cada paso.
¿Era eso lo que buscabas? ¿Valió la pena?
Marcelo Dughetti
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