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El Peregrino Impertinente
Desde tiempos inmemoriales, el hombre practica una actividad de la que, hasta el día de hoy, no se ha cansado: comer.
Capricho para unos, moda pasajera para otros, el masticar continúa siendo piedra angular en la vida del ser humano.
Conscientes de ello, las editoriales apuestan fuerte con sus celebres guías gastronómicas. Publicaciones que invitan al viajero a descubrir infinidad de restaurantes distribuidos a lo largo y ancho del mundo. Entre ellas, ninguna ha alcanzado tanta fama y prestigio como la Guía Roja Michelin. Creada en Francia a comienzos del Siglo XX, se ha convertido en una verdadera Biblia del turista exigente. Ese que cuando le sirven la cena dice: “Garzón, estos sorrentinos cinco estaciones con salsa tropical están fríos”, cuando lo que tiene en el plato es una ensalada de fruta.
La Guía Roja se destaca, entre otras cosas, por puntuar el nivel de los restaurantes más exclusivos, teniendo en cuenta tanto la calidad y originalidad de los platos, como el servicio brindado. El ranking distingue por la utilización de “estrellas”, que van de una a tres. La valoración máxima supone la excelencia del establecimiento, honra que sólo es alcanzada por algunos pocos.
Actualmente, Japón es el país que ostenta más emprendimientos “tres estrellas” (29), seguido de cerca por Francia (25).
En total, son 101 las firmas que gozan de esa calificación en todo el mundo. Claro que los amigos de la compañía gala sólo tienen en cuenta a Europa, Estados Unidos y el país del sol naciente a la hora de realizar la pesquisa. Así, quedan fuera de competencia nuestras nobles parrilladas y lomiterías, por ejemplo. Una injusticia más hecha en nombre del etnocentrismo.
Dicen los que han comido en los restaurantes galardonados, que la experiencia roza lo sublime. El problema viene a la hora de pagar la cuenta. Que te partan una silla de caoba por la espalda, duele menos.
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