Escribe: Pepo Garay
Especial para EL DIARIO


Playa, playa, playa. Lo insinúa el termómetro, lo grita la piel. Calores que se pasan de atrevidos, y que solo permiten pensar en eso: el agua, la arena. Un lugar acorde para acompañar a tan implacable sol. Y si de planear se trata, mejor que sea mar. Allá en el oriente, al otro lado de la frontera, varias opciones se presentan tentadoras.
El departamento de Rocha, en Uruguay, aparece con multiplicidad de candidatos. Cada destino representa un voto, y el viajero decide. San Ignacio, Valizas, Punta del Diablo… no. Esta vez se queda con La Paloma. La acción, cuenta con serios respaldos.

Atractivos del mar

Ubicada en el Cabo de Santa María, 240 kilómetros al este de Montevideo, el pueblo destaca por su ambiente natural. Costas doradas, besadas de Atlántico, ese que entre ola y ola va bañando de frescura a los acalorados bañistas. La pintura es conocida: pareo al suelo, reposera, sombrilla. Sanguchito, mate, gaseosa. Cerveza, por que no. Libro y revista. Gorro, partido de vóley y de tejo. Los nenes con la pelota, los mayores con la paleta. Alguno tabla al hombro. Antiparras para los más exploradores. Ciento por ciento verano.
Aquellas postales son el denominador común en los balnearios de la Paloma. Esos que con nombres como Costa Azul, La Aguada, La Balconada, Anaconda o Los Botes , ganan adeptos en cada temporada. Para ello, les basta con mostrarse tal cual son. Limpios, puros y bellos. Cada uno tiene su estilo y seguidores. La Balconada, por ejemplo, es la elegida por los jóvenes, y por lo tanto, la que mayor movimiento genera. Costa Azul y La Aguada, son señaladas recurrentemente como “El Paraíso de Los Surfistas”. Anaconda y Los Botes presentan rasgos sosegados. Situados en zonas alejadas y con bosque de redor, son ideales para el relax.
Ahí, en esos entornos plagados de arboledas, también encontramos características propias de la localidad. Bosques para dar sombra al hombre y espacio a la carpa y el asador. Hasta en los campings se repite aquello de la segmentación: los hay para la familia, para los más grandes y para los más chicos.
A su vez, el pequeño centro cuenta con opciones para todos los grupos y edades. Un buen número de restaurantes y comercios ayudan a amenizar las horas fuera del agua. Casino, feria artesanal, plaza y salas de cine aportan lo suyo. Para cuando la medianoche ya es pasado, La Paloma cambia de fisonomía y se convierte en edén de los jóvenes. La movida bolichera, entonces, explota de acción.

Estampa uruguaya

Perdiéndose en el este, los caminos a la vera del océano conectan al visitante con La Laguna de Rocha. Un espacio mágico, donde río y mar ven diseminadas sus fronteras. Una villa de pescadores, muchas aves revoloteando (como cisnes de cuello negro y flamencos). El aire con sabor a campo. La estampa es bien uruguaya.
El regreso al centro nos encuentra con la tendencia de antes: mucha gente pero en su justa medida. Meneado pero con calma. Un par de edificios son referencia obligada. Los departamentos llenos, hablan de lo que ocurre por estos pagos cada verano: de 5 mil, la población asciende hasta 30 mil. Todos, al menos una vez por día, cruzan la mirada con el Faro. Icono del municipio, fue construido en 1874 con el fin de aliviar de accidentes a la peligrosa costa. Hoy, es invitado de honor en cada panorámica.
Antes de que anochezca, caminamos hacia el puerto local. El paseo aumenta en encanto con la tenue caída del sol, que se va lejos en pavada de atardecer. Mañana volverá, como siempre, para darle a La Paloma un nuevo día de playa.