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23 de Enero de 2012
Un llamado a la reflexión: ¿motivo de orgullo para los villamarienses?
Cara y careta de nuestra costanera
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Entre las varias cosas que pueden hacernos sentir orgullosos a los villamarienses contamos, sin dudas, la costanera. Y ese río al que tantas páginas le han dedicado poetas, escritores, periodistas. Y es que una parte importante de la vida social de esta ciudad transcurre en torno a este hermoso Ctalamochita y por añadidura, a sus costas que ofrecen arenosas playas para asolearse y matear; regalan varias especies de árboles que nos dan su verde y su sombra para el ensueño, para el romance o para el siempre saludable ejercicio de la camaradería.
Y podemos seguir... porque a los areneros con sus carros les ofrece el río una oportunidad de ganarse la vida; a los ocasionales pescadores la chance de despuntar el vicio; a quienes quieren mantenerse en forma, la costanera les permite hacerlo en un escenario que no se ve todos los días en todas las ciudades; y musicalizado por una cincuenta especies de trinos y cantos de distinto plumaje. Shows en vivo, cine, cultura; y esculturas y monumentos que mantienen viva la memoria. Idílico, pero...

Cómo somos

Dice el saber popular que “no hay prienda que no se parezca al dueño”; y así nomás hay ser, mi estimado o estimada, porque como nada es perfecto, tampoco lo es nuestra costanera, que a la sazón no es otra cosa que el reflejo de lo que somos; o al menos, el lado “B” del ele pé, el reverso de la moneda, como le gusta decir a esta sociedad en la que la moneda parece mandar por sobre todas las cosas. Incluso, sobre esas cosas que no tienen precio, como por ejemplo, la costanera.
Y sí, aunque no nos guste, todo lo que nos rodea es un reflejo de lo que somos. Y la costanera de esta ciudad hermosa, que en parte es hermosa porque tiene una costanera como la que tiene, es un basural.
Sin embargo, miremos primero el lado amable ¿sí?
Un paseo bordeando el Ctalamochita, desde el puente Andino hasta el barrio Barrancas del Río, nos devuelve una imagen casi entrañable de lo que somos. Claro que algunos desaprensivos dejan botellas vacías, fuegos encendidos, preservativos usados, pañales descartables, cajas de galletitas, vidrios rotos y otras porquerías que ensucian, contaminan y de paso afean, pero en general, con el trabajo de algunos obreros contratados y la colaboración de manos anónimas que persisten en esta idea zonza de creer en el ambientalismo y en la responsabilidad civil que nos cabe por el mero hecho de vivir en sociedad, zafamos. Y uno puede mostrar con orgullo a sus parientes y amigos que viven lejos, en ciudades chatas y sin río ni costanera, en palomares de hormigón, “¡ja!, mirá donde vivo yo! ¿lindo, no?
Desde el puente Andino río arriba, la cosa cambia; el paisaje se pone más agreste, menos cuidado. Y encima están las motos, las enduro y los cuatriciclos, que van a hacer lo suyo (ruido y polición - contaminación, en ambos casos, claro), pero bueno, algún lugar tienen que tener esas motos que van a mil. Si quiere, lo discutimos otro día, tomando unos mates a la sombra de una mora (blanca o negra, elija usted); porque lo que se pretende mostrar en la presente es algo que supera ese asunto y hace años que pasa, está instituido socialmente; está tácitamente aprobado por la mayoría de la población; está naturalizado, como la violencia de género, por ejemplo; como tirar papelitos en la vereda, total...

Un sayo que nos cabe a todos

Las fotos que acompañan estas líneas fueron tomadas hace dos días en el tramo de costanera que va desde que se termina el barrio Barrancas del Río (a espaldas de la fábrica Chiantore, sólo por dar una referencia geográfica) hasta el puente carretero de la ruta 2 que conduce a la Fábrica Militar de Pólvoras y que une las dos Villas. Las imágenes hablan por sí solas. Ese tramo de la costa, dominado por un hermoso barranco lleno de fronda, que podría ser un excelente mirador, un sitio para avistar pájaros o pescar o admirar el río marrón que besa la ciudad y se va a encontrar con el Carcarañá, ese tramo, que también es nuestra costanera, es un verdadero basural. Un basural que contamina, que es un foco infeccioso, que es una falta de respeto hacia la vida y hacia nosotros mismos. E ineludible y categóricamente muestra lo que somos.
“A quien le quepa el sayo que se lo ponga”, reza la sentencia popular.
Y este sayo nos cabe a todos. No es sólo responsabilidad de la Municipalidad o de una empresa privada. Es responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos, de nosotros, no de otros ciudadanos de otras ciudades. Porque esta es nuestra costanera. Se trata de una cuestión de conciencia, de una cuestión de respeto, de un asunto de solidaridad y de mínimas reglas de convivencia, como no cruzar en rojo, como no orinar en la puerta del vecino, como no ponerle una zancadella a un anciano que va a cruzar la calle.
Ese tramo de la costanera, también es lo que somos. Decíamos más arriba: “El lado ‘B’ del ele pé, el reverso de la moneda, como le gusta decir a esta sociedad en la que la moneda parece mandar por sobre todas las cosas. Incluso, sobre esas cosas que no tienen precio, como por ejemplo, la costanera”. O sea, las dos caras de lo que somos. La cara y la careta de un mismo asunto. Ahora... ¿cuál de las dos será la verdadera cara y cuál la careta? A usted y a su conciencia les dejo la respuesta a esta pregunta.

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