Escribe: Oscar Taffetani
de la Agencia, Télam
Aunque la condena social a los instigadores y asesinos de José Luis Cabezas fue unánime, la investigación, vericuetos y condenas judiciales por ese crimen han repetido una antigua vergüenza argentina: la impunidad, que se resiste a los tiempos presentes de verdad, memoria y justicia.
Por eso, a quince años de un hecho luctuoso que marcó un antes y un después en la práctica de nuestra profesión, el balance no es satisfactorio. El balance sigue dando rojo. Rojo sangre. Y el dolor y la impotencia vuelven a apretarnos los puños.
El empresario Alfredo Yabrán, señalado como gran instigador y autor intelectual del asesinato, desapareció de la escena del mismo modo, misterioso, como había llegado: con un suicidio secreto, en una estancia, y varios cabos sueltos que ninguna Justicia se ocupó de atar.
Gregorio Ríos, su empleado fiel, de contactos probados con la mafia costera de la Bonaerense, hoy disfruta de la libertad condicional, lo mismo que los policías bonaerenses Sergio Cammaratta, Aníbal Luna y Gustavo Prellezo, todos con probada participación en el hecho. Y lo mismo que el comisario de Pinamar, Alberto Gómez, beneficiado por la prescripción.
De la banda delictiva denominada “Los Horneros” (oriundos de la barriada de Los Hornos, en la ciudad de La Plata), a excepción de Héctor Retana que murió en la cárcel, están todos en libertad: Horacio Braga, José Auge y Sergio González. Habían sido condenados a cadena perpetua por su participación en el secuestro y muerte del reportero gráfico, pero muy pronto consiguieron el beneficio de la prisión domiciliaria (que violaron) y ya el largo (y cansado) brazo de la ley no los molesta.
Quien cotejara nombres y apellidos de jueces, fiscales y abogados patrocinantes de aquel sonado “Caso Cabezas” que mantuvo en vilo a la opinión pública el país durante 1997 y 1998, hallaría sugestivas coincidencias con otros casos criminales, ligados con las mafias y la corporación policial, que son ventilados por estos días.
Pero aunque la desazón y un sentimiento de impotencia nos embarguen, frente a crímenes impunes de compañeros periodistas como fueron José Luis Cabezas y Mario Bonino en el pasado reciente, o los más de cien que desaparecieron en la noche de la última dictadura, hay un sentimiento arraigado en nuestros corazones y hay un mandato a cumplir, un mandato que nos dan esos compañeros que miran ya sin ver -como escribió un poeta- desde las fotos de los diarios, desde los afiches y las pancartas que renuevan la demanda de justicia.
Hubo un tiempo en que muchos creímos que los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA y otros huecos del horror argentino quedarían impunes. Sin embargo, quedaba una llama prendida. Y quedaba la vigilia de las Madres, de las Abuelas, de los Hijos y los Familiares; todos insomnes; todos insobornables.
Finalmente el día de la justicia y la memoria para esos crímenes de la dictadura llegó. Y muchos de los asesinos de nuestros compañeros han recibido condenas de por vida y están purgando sus crímenes en cárceles comunes del país.
Eso que pasó con el terrorismo de Estado en la Argentina y que desató una inédita movilización de la memoria y una acción de la Justicia sin precedentes en el mundo, puede pasar también, pensamos, con estos ominosos crímenes del poder, como él que acabó con la vida del reportero gráfico José Luis Cabezas, hiriendo y lastimando a todo el cuerpo social.
Las cosas ya no son como fueron alguna vez, nos repetimos. Y las cosas empiezan a ser al fin, aunque trabadas y difíciles, como deberían ser.
La mirada detenida de José Luis Cabezas taladra el tiempo y nos taladra el alma.
Esa mirada nos reafirma en el compromiso de no dar por cerrada la historia. La suya, la de Mario Bonino y la de los más de 100 periodistas desaparecidos por la dictadura cívico militar.
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