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30 de Enero de 2012
Historias de vacaciones - Villamarienses por el Mundo
Sonrisas y lágrimas al recorrer la vieja Europa
Si bien visitó muchos lugares del mundo, Ana María eligió recordar Europa en estas páginas, tal vez porque allí se deslumbró con Capri, o porque ese viaje le despertó emociones que la llevaron de la risa a las lágrimas con mucha facilidad
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“Por suerte he viajado bastante, he recorrido prácticamente toda Argentina, Chile, Brasil, parte de Colombia, México, Cuba, la Europa clásica y la Europa imperial ...”, dice Ana María Ambrosini en el inicio de su charla.
Con una sonrisa amplia, franca, abierta, y un brillo en los ojos que delata que revive ese viaje por tierras lejanas para compartir con nosotros y los lectores sus vivencias, continúa relatando que fue a Europa por primera vez en 2006 a recorrer España, Italia, Francia y Gran Bretaña, con uno de sus hermanos y su cuñada, y por segunda vez en 2011 a conocer Alemania, República Checa, Austria, Holanda, Bélgica y Hungría “donde se hace un recorrido distinto que en el anterior viaje, se ven más obras de teatro, ballet, otras vivencias”.
En esa oportunidad fue con dos amigas. En ambos viajes fue en excursión organizadas por empresas de Villa María y duraron más de 20 días cada uno.

Lo que más me gustó

“Todo me pareció hermoso porque yo aprovecho a conocer, digamos que me abre el alma, el espíritu, la cabeza, porque se conocen las culturas, los idiomas, las costumbres, los monumentos y una parte de sus historias, las idiosincrasias de cada uno y al mismo tiempo lleva a una comunicación, que es importante porque nos relacionamos con otras personas”, explica.
“Toda Europa me deslumbró un poco, porque lo estudié en la escuela y cuando fui ahí vi todo lo que estudié, la historia de esas primeras civilizaciones ... Fui dos veces porque quise disfrutar nuevamente de eso, volver a caminar las calles, a recorrer los museos”, agrega.
“El lugar más bello creo que fue Capri, porque tiene un mar con un color precioso, un azul intenso con una espuma blanca, con los farallones, la gruta azul ...es romántico, bonito y aparte tiene la ciudad que es pequeña y que va subiendo por el peñasco. En Capri hay una aerosilla por la que se sube a más de 600 metros sobre el nivel del mar, y que pasa sobre las quintas mientras abajo se escuchan las canciones napolitanas. Yo ahí abrí los brazos y dije ‘¡Bueno, si muero aquí soy feliz!’”, recuerda.
“También Roma, Florencia, los Alpes, Francia, El Vaticano son preciosos y de cada lugar me llevé algo bello, en cada ciudad me fui cargando de conocimiento y de belleza”, señala y añade: “Realmente todo el recorrido fue fantástico, desde las flores hasta los monumentos que vi, los viví con alegría, porque todas fueron distintas apreciaciones que me llegaron al corazón, yo recibo las cosas bien y con alegría, entonces todo me parece bello.”
“Londres es una ciudad muy interesante, tiene ‘un no sé qué’ que la hace diferente a las otras ciudades. Allí la única barrera fue el idioma, pero con gestos y buenas maneras nos hicimos entender”, afirma.

Lo más emotivo

“Las lágrimas se me escaparon más de una vez. Una de ellas fue cuando asistimos cerca de Viena a una iglesia muy pequeña que creíamos que estaba cerrada. Entramos y allí estaba la gente del poblado en una misa, que nos dejó participar como si fuéramos unos feligreses más de su comunidad. Me emocionó el acogimiento de toda esa gente, para ellos no éramos extranjeros”, cuenta.
“También me emocioné cuando escuché a los Niños Cantores de Viena y ver las sinagogas judías, los palacios imperiales, escuchar la música de ellos con sus valses, todo me enterneció el alma y algunas lágrimas se me cayeron. Lo que pasa es que yo paso de la risa al llanto con mucha facilidad”, confiesa.
“Y por supuesto me emocioné en Capri, cuando abrí los brazos fue porque me pareció que estaba llegando al cielo, sólo por la grandiosidad del paisaje, no por otra cosa”, aclara.

Lo que me impactó

“Fue la organización que tienen, el orden para todo, cómo cuidan los parques y los monumentos, los protegen, los pintan, hasta las autopistas son grandiosas, bien iluminadas, señalizadas. Me impactó su cultura, su educación sobresaliente, el respeto por el otro, el trato con la gente, que es muy amable, el respeto al peatón”, enumera Ana María y agrega “no tuvimos ningún momento de arrebato y hemos andado a la noche y sin temores, la seguridad es notable, nos sentimos protegidos. Otra de las cosas que se notan es la limpieza, es increíble la higiene en los sanitarios públicos”.

Lo que no me gustó

“Siempre me fue muy bien, nunca tuve una situación fea, pero en el primer viaje tuvimos un poco de inconvenientes en Londres porque estaba el problema con los aviones por el temor al terrorismo. Nos sentimos como agredidos porque no se podían llevar determinados elementos arriba del avión, sólo se podía llevar un bolso de mano y si tenías dos, había que dejar uno, entonces había que achicar y despachar lo demás con las valijas. No había traductor, sólo hablaban en inglés y si no sabés inglés no entendés nada ... era medio una actitud agresiva que no me gustó para nada”, explica Ana María, aunque aclara que los demoraron a todos, “no sólo a nosotros por ser argentinos”.
Luego señala que “en el segundo viaje no fue así, tal vez ahora lo manejan diferente”.
“En la última ida a Europa, visitando República Checa, Hungría, sentí que esos países habían sufrido la guerra. La colectividad judía que todavía está ahí lo hace sentir. Al ver esos paisajes tuve la sensación de ese dolor que quedó adentro, me parece que se percibe, yo lo sentí así”, afirma y agrega que “el sufrimiento de la guerra parece que hubiera quedado en la gente, aún después de tanto tiempo ... Caminaba las calles y tuve la sensación de que allí todavía se sentía la guerra, la muerte, el dolor ... fue un gusto amargo que me dejó en la garganta ver esas iglesias y esas calles y pensar que ahí sucedieron cosas muy fuertes”.
Después de eso, asegura que otra cosa negativa no vivió.
“Será porque yo veo las cosas lindas, trato siempre de ver lo positivo y no puedo mencionar algo más que no me haya gustado”, completa.

Lo más gracioso

“En República Checa nos perdimos con una amiga. Estábamos en el hotel y salimos a hablar por teléfono, en vez de tomar el pasillo hacia la derecha, fuimos hacia la izquierda, por lo que tomamos el ascensor equivocado y terminamos en la calle después de las 22 horas, en ojotas, solera, sin identificación, ni teléfono”, recuerda y ahora se ríe.
“El ascensor que tomamos era para mercadería y no llegaba a todos los pisos ni a las habitaciones por seguridad. No sé cómo hicimos pero terminamos en una terraza del hotel, empezamos a bajar escaleras y llegamos a la calle, a una explanada inmensa, alambrada, por donde no pasaba nadie. Pero no podíamos volver, buscábamos salidas y no había, en la calle buscamos el letrero del hotel para encontrar la entrada, que encima estaba en el subsuelo, y no la veíamos ... Nos agarró una desesperación como si fuéramos dos niñas. ¡El susto que nos llevamos¡, estuvimos una hora y media perdidas. Hacía frío, pero creo que yo tiritaba más por el miedo que por la temperatura. Hasta el día de hoy no puedo explicarme cómo nos perdimos de esa forma”, asegura.
“Cuando fui la segunda vez a Londres con mis amigas, llegamos un domingo, en el aeropuerto había un señor esperándonos y cuando nos vio, le dijo al que tenía al lado algo referente a nuestra edad. Se ve que él esperaba a unas jovencitas. Cuando le dije que lo había escuchado, se largó a reir y lo admitió. Ese momento pasó para él, pero en el camino al hotel nos encontramos con una maratón de 10 mil personas cruzando Londres, por lo que tardamos tres horas en llegar al hotel, esperando que pasaran todos los maratonistas. ¡Al pobre señor se le agregó a la desilusión de ver a tres señoras mayores, las horas de espera en el camino con nosotras¡”, cuenta riéndose.
“También me perdí en el centro de Praga por estar mirando el reloj astronómico, en el que sale la pareja con clarinetes, había mucha gente, comenzó a llover y todos abrieron los paraguas. En ese momento perdí de vista a mis compañeros porque debajo de los paraguas eran todo iguales. Me fui a la agencia de turismo que estaba cerca y allí encontré al grupo”, dice.
Para finalizar con las anécdotas graciosas que recuerda de sus recorridos, relata que “En el primer viaje íbamos de Francia a Inglaterra y el coordinador nos dice qué ‘nos tenemos que presentar en la Aduana para poder entrar y nos aconseja que demostremos que somos familia para no tener problemas ante las autoridades. Entonces mi cuñada, que sabe inglés, se presenta en ese idioma y trata de explicarles que somos familia: ‘he is my husband’ (él es mi esposo), dice señalando a mi hermano, y se trabó para decir cuñada. Como todos esperaban, yo me apuré y le dije al agente de la Aduana: ‘I am sister (yo soy la hermana) de él’, y señalé a mi hermano. Todos se largaron reír y nos hicieron pasar sin problemas”.

Lo que extrañé

“Lo que siempre extraño o tengo en mi mente es a mi familia y a mis seres queridos. Lo demás no extrañé nada, ni la comida, ni la cama, ni el lugar, porque me adapto mucho. En ningún momento tuve ganas de volver a mi casa porque estuviera cansada del viaje, siempre lo aproveché al máximo y traté de buscar cosas nuevas”, indica.
“Lo más lindo de llegar a casa fue el recibimiento de mis hijos, de la familia, porque para mí los afectos son lo más importante de mi vida. Viajar es para tomar un tiempo de distracción y compartir unos días con mis amistades, pero la prioridad sigue siendo mi familia, es una felicidad verlos a todos al llegar”, asegura.
Para finalizar el relato de las experiencias vividas durante sus recorridos, Ana María precisa que “volvería a recorrer todos los lugares a los que fui porque siempre se descubre algo nuevo, hay distintas vivencias porque cada momento que se vive es diferente al anterior, aunque se visiten los mismos lugares siempre se descubre algo nuevo o se recorre de otra manera el camino”.
“Pero si tuviera que elegir uno solo de esos lugares para volver sería Capri, que es uno de los lugares más bonitos del mundo”, asegura, aunque aclara que “también elegiría volver a Italia, a París, que me encantó, es romántico y bonito, o a Roma, de la que traemos nuestra tradición de familia”.

"En Bélgica y en Holanda andan mucho en bicicleta y teníamos que andar cuidándonos de no ocupar la senda porque te tocan la bocina y pasan. Si te chocan le tenés que pagar al ciclista por cruzarte en una senda y hacer lo que no se debe hacer. Ellos cumplen las normas"

“En Venecia sobre uno de los canales está el Puente de los Suspiros, que une el Palacio Ducal con la antigua prisión de la Inquisición. Se llama así porque en ese puente era el último suspiro de los reos antes de morir, al ver por última vez el cielo y el mar”

"Tuve la oportunidad de encontrarme con argentinos en Europa y hasta nos reconocían por el tonito que éramos de Córdoba. En su mayoría era gente joven que trabaja y vive allí, algunos con profesiones y otros buscavidas. En España fue donde más argentinos vi, pero también me encontré con un cordobés en Londres y con gente de Villa María en Europa, que iba en otra excursión"

Fotografías: 1) En Niza, en la Costa Azul francesa
2) La construcción de la Torre de Pisa comenzó en el año 1173 con el diseño de Bonnanno Pisano, cedió 15 centímetros y abandonó su construcción, para reiniciarse en 1234

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